Las teorías políticas sobre la riqueza de las naciones en Adam Smith y sobre principios de economía política en David Ricardo no dejan de basarse en el principio bíblico de que Dios dio dones a los hombres y cada cual es responsable. La economía funciona mejor a merced de “esa mano invisible” que aunque no se reconociese a la de Dios Soberano que cuida los pajarillos y viste los lirios del campo, constata el hecho de que algo se mueve detrás de las teorías sobre el capital, el trabajo, las relaciones entre las clases sociales, la producción, el mercado y la distribución de beneficios, consumo y bienestar.
Todo un tinglado de doctrinas de autores antiguos y contemporáneos como Turgot, Stuart, Mill, Sismondi, Say, Malthus, Smith, y West, Marx o Schumpeter no son capaces de entender que es el amor al dinero lo que hace que sea pecado todo lucro o interés. Son los instintos egoístas del poder del dinero, los que cuestionan todo modelo económico, toda política aunque vaya encaminada al bien común y al progreso.
Los
griegos, representados por filósofos como Hesiodo, Jenofonte, Platón o Aristóteles, ya intuyeron que la riqueza como la gracia de Dios no es del que quiere ni del que corre sino de Dios que tiene misericordia. Ellos consideraban la escasez como un maleficio desatado sobre la humanidad, por la irresponsable apertura del cofre o caja de Pandora, y no tanto porque el Estado interviniera en los consumos familiares.
Unos hacían caer las culpas de las desgracias a la milicia o la administración pública, como Jenofonte. Otros sobre la propiedad privada y su importancia en la sociedad, pero en general llegaron a entender mejor que nadie el poder moral del uso del dinero. Llegaron e entender que las necesidades del hombre eran moderadas, pero no así la ambición y el deseo del hombre que era ilimitado.
El texto bíblico sería:
Esta noche vas a morir y ¿para quién serán todos tus bienes? En nada seáis avariciosos, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea” Lc. 12, 15-21
Los escolásticos, en el periodo que abarca desde la caída de Roma a 1600, época de aparición de la escuela mercantilista, tenían bien asentada la sociedad feudal con sus grupos de siervos, terratenientes, realeza y clero. Todos tenían un modus vivendi tradicional y agrícola donde solo existía el intercambio y la dependencia. El derecho divino de propiedad recaía sobre el rey y su papel de autoridad, que junto con la iglesia, mantenían un equilibrio sostenible.
Sin embargo
Santo Tomás se encuentra con el trabajo de armonizar el texto bíblico y la enseñanza sobre propiedad privada, riqueza, ganancia económica o propiedad comunal como estaba en el contexto de vida en Jesús de Nazaret.
Las convulsiones socioeconómicas del
Renacimiento aconsejaban que el Estado dejase de regular la propiedad privada y se asumía la diferencia entre necesidad y deseo o amor al dinero. La jerarquía feudal no permitiría ese ascenso de los siervos por medio del mercado y hubo muchos choque entre la iglesia y los negociantes por el tema de la usura.
LA BIBLIA DICE…
Salomón escribió que “la sabiduría es para una protección lo mismo que el dinero es para una protección” y que “el pan es para la risa de los trabajadores, y el vino mismo regocija la vida; pero el dinero es lo que tiene buena acogida en todo” (Eclesiastés 7:12; 10:19).
Pablo dijo en una de sus cartas:
“Realmente sé estar en escasez de provisiones, realmente sé tener abundancia. En toda cosa y en toda circunstancia he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, tanto de tener abundancia como de padecer necesidad” (Filipenses 4:12).
No es solo la política del contentamiento, es la de la confianza cunado se padece necesidad, pero también el pan es la risa de los trabajadores. No hay mejor tratado de economía.
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