Pero esto es solo la punta del iceberg. En un documento que en su día preparó el evangélico Gregorio Martínez Martínez de Almería sobre la “Iglesia Evangélica y la inmigración en España”
el alto precio que el emigrante tiene que pagar sobrepasaría la ficción de una novela de desarraigo y marginación. A veces el inmigrante es recibido por otros paisanos con la idea de conllevar los gastos de vivienda o de algún negocio, pero esta aportación le saldrá muy cara. La ausencia prolongada de la familia y especialmente en la esfera de la intimidad del matrimonio, crea soledades y enfría relaciones que llegan a la ruptura del compromiso y la descomposición familiar. Las necesidades afectivas de pareja se cubren con otras personas y los presupuestos morales tradicionales dejan de sostenerse ante la fuerza y complejidad del campo afectivo. Es aquí donde el ejercicio del pastorado puede tener una ayuda especial y vital.
Un pastorado hacia el emigrante tiene que ejercerse con hombres de probada madurez y talante abierto. Con hombres que conozcan bien esta problemática, tengan experiencia y no califiquen la condición humana. Pastores alejados de mojigaterías puritanas que cuelan el mosquito y se tragan el camello, pero también que sepan encauzar con soluciones reales los problemas del corazón y del espíritu. El inmigrante no debe ver en la iglesia al tribunal que juzga su vida. No es la sala del juicios, ni el banquillo de los acusados sino la comunidad del amor, la comprensión y la misericordia. La trayectoria de la actual línea moralista, con discursos legalistas y moralizantes puede hundir en vez de salvar, destruir en vez de edificar, perder en vez de ganar. El amor debe cubrir multitud de faltas y servir de ayuda mediante la paciencia y la comprensión.
Además los españoles tenemos una deuda con los inmigrantes latinos. Es una deuda histórica en términos de economía, pero también de justicia puesto que la opulenta Europa lo es a costa de haber empobrecido los lugares de los inmigrantes. Los recursos naturales en estos países han sido esquilmados, cuando no sustraídos. La gran deuda pendiente y que debe repararse, es acogiendo y reconociendo los derechos de cuantos deciden venir a cualquier parte de Europa. Con esto los evangélicos nos beneficiamos también, en cuanto nuestras iglesias, mermadas en este siglo de secularismo y materialismo, sienten el calor de hermanos que se unen y edifican la iglesia. El “miedo a la vida” que se ha tenido en Europa también ha llegado a nuestras iglesias y estos hermanos están supliendo esas ganas de vivir. En general, las iglesias evangélicas reciben bien a los inmigrantes, siendo generosas en ofertas de ayuda fraternal, pero el inmigrante necesitará también aquello que cubra las deficiencias de su precaria situación. El hermano inmigrante seguirá el resto de la semana echando en falta la presencia de los hermanos, la simpatía y la comunión que necesita en su situación de fragilidad.
Sobre todo el inmigrante es alguien que está en los planes de Dios. La Biblia es un libro de inmigración. Muchos hombres y mujeres, personajes importantes en la historia bíblica, son extranjeros, venidos de provincias apartadas, que como dice Hebreos 11 “fueron llamados a salir de sus tierras, a dejar sus parientes, a habitar en tiendas, a ser extranjeros, anduvieron de acá para allá, faltos de vestido, de alimentos, pobres...” En los evangelios leemos: “Venid benditos de mi Padre, porque fui forastero y me acogisteis”
Por eso hemos de profundizar más en este campo y preparar hombres y mujeres que ejerzan este diaconado con el inmigrante. Ya no pueden haber muros de prejuicios racistas o de mentalidad tribal. Nuestro siglo será el siglo de la inmigración. Las naciones pobres no pueden quedar así toda la vida y mientras exista un creyente tenemos que estar al lado del extranjero, de la viuda y del huérfano como un trabajo que realizar para Dios.
Podríamos preguntarnos: ¿Qué estamos haciendo los evangélicos en pro del inmigrante? ¿Solo acción de caridad? Las iglesias pasivas dedicadas al servicio cultual seguirán siendo favorables al sistema dominante y al dios de este siglo, el Baal de nuestro tiempo. Nos seguirá dando lujos y comodidad, pero si no cambiamos de mentalidad, estaremos ajemos a la realidad histórica que nos toca vivir.
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