Centro y periferia del capitalismo. Sí. Un centro de consumo de bienes y energías sin límite y una periferia de los condenados del dios de las riquezas. Un centro cubierto de un manto de insolidaridad, centro pequeño y selecto, con todo tipo de bienes y servicios y que, continuamente, genera riqueza, beneficios, progreso y lujo para unos pocos que disfrutan de una abundancia insolidaria, y toda
una periferia enorme de más de las tres cuartas partes de la humanidad condenados al infierno en la tierra y que vive en la escasez, en la miseria, en la pérdida de dignidad y sufriendo los efectos de los grandes desequilibrios sociales.
La periferia a donde son lanzados los empobrecidos de la tierra, sumidos en el drama del subdesarrollo, llama continuamente a las puertas de nuestros templos y nos grita con gemidos y lamentos que, debido a la insolidaridad con la que a veces vivimos nuestra fe, nos llegan apagados, ensordecidos, matizados y como si fuera algo que nada tiene que ver con nosotros, los cristianos del mundo.
Gritos que esperan respuesta desde los confines de la periferia maldita y desde los mismos cielos en donde Dios observa a los humanos sumidos en piélagos de insolidaridad.
¿Habrá algún día respuesta? El silencio insolidario bañado de pecado de omisión no resuelve nada. Se necesitan voces de los cristianos integrados en los centros de abundancia. Estos tienen que hablar, denunciar, gritar. De esta respuesta va a depender si las iglesias que hoy actúan en el mundo son o no iglesias del Reino.
Los pobres, ni son pobres por elección personal, ni lo son por la simple escasez de recursos de los países en vías de desarrollo. Lo son más porque se encuentran desestructurados y desarticulados por unas relaciones de dependencia injusta y que les coarta en su libertad de actuación económica. Hoy las desigualdades en el mundo no son sólo inaceptables, sino que son un escándalo. Los niveles de pobreza de tantos coetáneos nuestros es algo simplemente intolerable. El expolio de gran parte de los recursos de los países en vías de desarrollo por las multinacionales extranjeras que, una vez acabado el expolio, se marchan sin haber creado ningún tipo de infraestructuras para el país, da lugar a que no se deba hablar de países pobres, sino de países empobrecidos.
No existe un mercado justo para los países pobres. Los precios de sus productos tienden a deteriorarse. Los productos que necesitan importar les cuestan caros... tiene que estar continuamente endeudándose. El centro de abundancia agarra por el cuello a la periferia pobre hasta que paguen el último centavo. Las relaciones económicas, las grandes decisiones que afectan a la economía del mundo, los intercambios comerciales y los movimientos de capitales, dependen de los resultados de las negociaciones que se concentran en el seno de unos cuantos países de ese centro acumulador de abundancia.
Los pobres de la periferia de muerte parece que se quedan mudos. No tienen voz. Son dependientes. Están excluidos de las decisiones más importantes que se toman en los centros o núcleos de abundancia. Y en el mundo hoy falta también la voz de los sin voz. Nadie grita ni reivindica la condena y la denuncia bíblica. Parece que lo único importante es ese pequeño núcleo central. Funcionando éste, que pase lo que quiera en la periferia de los desclasados y empobrecidos. La periferia se convierte así en un infierno de muerte.
Para los cristianos, el drama del subdesarrollo debería crearnos claros y fuertes problemas éticos. ¿Miramos solamente el esplendor y el lujo de los centros de abundancia? La moral cristiana no debería resistir el ver a hermanos hundidos en la miseria. Deberíamos actuar, pero no queremos sentirnos interpelados y miramos para otro lado. La ética de Cristo debería estar impulsando voces fuertes, gritos solidarios que salieran de las gargantas de los creyentes, de los que se llaman discípulos de Jesús, pero entre los cristianos, a veces, parece que gusta más el disfrute del ritual en el que no tienen cabida los gritos de los pobres.
La dualización social, totalmente desequilibrada en cuanto a número, esa dualización que separa un grupo pequeño de ricos de un mundo inmenso de pobres o empobrecidos, debería chocar con el concepto de justicia que deberían tener los seguidores de Jesús.
Esta dualización social es algo satánico, más propio de los poderes del mal que de un simple de desequilibrio natural en las riquezas del planeta tierra que pertenecen por igual a todos sus habitantes. Debemos sentirnos interpelados, tanto por el Evangelio, como por los gritos de los pobres y marginados del mundo… No sea que Dios cierre sus oídos y las ventanas de los cielos para muchos de nosotros y no nos quiera escuchar nunca más.
No cabe duda, desde el punto de vista del mensaje bíblico, que
los cristianos deberían dar su no comprometido a la sociedad de consumo de ese pequeño centro de consumo de bienes basado en el concepto de ganancia individualista, ganancia exclusivamente económica que sitúa a los ganadores como hombres de prestigio y que da la espalda a los sufrimientos de los empobrecidos de las periferias condenadas por el dios Mamón.
Hoy más que nunca,
la escasez del pobre está en las mesas de los ricos. Los cristianos se deberían unir, desde su vivencia de la espiritualidad cristiana y desde el seguimiento a Jesús, a los pobres de la periferia de los condenados por el capitalismo insolidario para que su voz se pueda oír en el mundo.
Debemos unirnos a ellos para que su voz, unida a la nuestra, sea el revulsivo que necesita el mundo para un cambio de valores que trastoque, una vez más, las mesas de los cambistas, de la globalización que produce ese mundo dual en el que más de las tres cuartas partes está en la miseria y con su dignidad robada. Debemos conseguir que ese centro consumista renuncie a algo de sus niveles de riqueza para que los pobres periféricos puedan comenzar a vivir con dignidad saliendo del no ser de y del no vivir que se da en los focos de pobreza de esas periferias malditas creadas por el hombre.
Si quieres comentar o