Todos debemos anhelar que la iglesia sea creíble. No sólo anhelar, sino trabajar por ello como única razón de ser del cristiano en el mundo. Una iglesia que defiende, expande y realiza los valores del Reino en la tierra. Una iglesia del Reino. ¿Tienen algo de razón los que van gritando que la iglesia se ha acomodado y adaptado a vivir en una sociedad injusta buscando el bienestar y el aplauso de los que detentan el poder y las riquezas en la tierra?
Algunos dirán que la iglesia es creíble o no dependiendo de qué iglesia estemos hablando. Nosotros no nos referimos al concepto universal del cuerpo de Cristo en el mundo que supera todo concepto de iglesia denominacional o de confesión religiosa. Más bien
nos referimos a la iglesia visible, a las congregaciones que se reúne en sus templos hechos de manos orientados por sus cargos eclesiásticos, su curia o sus pastores. Podrán pensar que hay iglesias de algunas confesiones religiosas que han coqueteado con el poder y el dinero más que otras, que se han acomodado más disfrutando del poder y bendiciendo a la sociedad de consumo o la sociedad del bienestar en la que se han integrado olvidando el sufrimiento de los débiles de la tierra.
A veces pensamos que
nuestras iglesias evangélicas no son de las más acomodadas ni de las que están enganchadas al lujo y al boato. Pensamos que tampoco estamos tan atados a ningún tipo de liturgias apoyadas por el conjunto de ornamentos, oro o plata que proporcionan un esplendor y un boato contracultura con la línea bíblica neotestamentaria o de los primeros cristianos, con la situación del mundo pobre, de las sociedades en crisis afectadas por el desempleo, por la falta de vivienda o por el hambre infantil.
De todas maneras debemos de tener cuidado para no ser iglesias también acomodadas y conformadas al mundo que dan la espalda al grito de los pobres de la tierra. Si no, vamos a perder credibilidad, vamos a pecar de falta de coherencia y nos van a criticar de predicar un Evangelio que no es coherente con nuestros estilos de vida, nuestras prioridades y solidaridades para con el prójimo.
Tenemos que procurar que no se llene el mundo de personas que dicen que no tienen problemas con el cristianismo pero que no pueden creer en una iglesia acomodada cuyos miembros o feligreses viven de manera similar en sus estilos de vida a aquellos que no tienen esperanza.
¿Cómo podemos practicar rituales, nos dirán, en los que no se tenga en cuenta el lamento de tantos y tantos oprimidos en la vida, que se olvide el sufrimiento de tantos grupos y colectivos humanos con sus problemas, sus hambres, sus miserias y sus exclusiones?
¿Por qué el eco del grito de los pobres, los oprimidos y los sufrientes no encuentra espacio en nuestros cultos y liturgias? ¿Por qué no buscamos justicia para ellos al estilo de lo que voceaban los profetas? Nuestras ofrendas y fiestas solemnes serán rechazadas por Dios mismo y el Todopoderoso nos tendrá que gritar que no le llevemos vana ofrenda porque no puede aguantar nuestras fiestas solemnes ante la vivencia de una espiritualidad cristiana insolidaria y sorda al grito de los oprimidos.
Es imposible construir el Reino de Dios, ser una iglesia del Reino, creíble y consecuente con sus valores, con su compromiso, si no sabemos responder a aquella pregunta que se hizo a Caín:
“¿Dónde está tu hermano?”. Al menos
se espera que no demos la misma respuesta que dio Caín, la respuesta de la muerte, la del sin amor, la respuesta evasiva de toda responsabilidad cristiana y humana: “No sé. ¿Soy yo, acaso, el guarda de mi hermano?”. La iglesia que se dedica al ritual o al culto sin ser servidora y consoladora de los pobres del mundo, no puede ser llamada ni iglesia evangelizadora ni iglesia del Reino. No debemos permanecer pasivos y callados ante la sociedad dual en la que vemos cada vez ricos más ricos y pobres más pobres como si estos últimos fueran simplemente un sobrante humano que vive en el no ser de la exclusión.
La iglesia en el mundo se debe convertir en una comunidad en donde se ve a todos como hermanos en donde tenemos que ayudarnos unos a otros. Cumplimos con nuestros deberes y rituales religiosos, pero no somos capaces de observar un mundo en donde la injusticia y las acumulaciones desmedidas de necios han desequilibrado la tierra y anulado todo vestigio de justicia social.
Se necesitan voces proféticas comprometidas con el prójimo para que no parezca que la injusticia del mundo nada tiene que ver con los que enclaustran intramuros de un lugar litúrgico en donde se ha olvidado al prójimo y al hermano que sufre.
Si queremos buscar la autenticidad en nuestro ritual, si queremos conformar una iglesia creíble y consecuente en su compromiso con los hombres, respetable en nuestra alabanza, en nuestras oraciones y en nuestro culto a Dios,
no nos queda más remedio que seguir al Dios que se identifica con los pobres y sufrientes de la tierra. Esto no habría que decirlo y repetirlo si, realmente, la iglesia visible estuviera arraigada en la historia, en nuestro aquí y nuestro ahora, siendo iglesia del Reino y no una iglesia que coquetea con los valores antibíblicos y del antirreino.
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