Muchas veces nosotros, los hombres del primer mundo, del mundo rico, en vez de buscar la auténtica paz, lo que queremos es simplemente que “nos dejen en paz”. No queremos que nos perturben nuestro bienestar, que las cosas sigan igual, que no nos interpelen hablándonos de las problemáticas de otros, que nada cambie, que nos dejen en la tranquilidad del disfrute de los que tenemos, sin plantearnos para nada ninguna situación de injusticia que esté perturbando la paz en el mundo. ¡Que nos dejen en paz!
Muchas veces entendemos la paz simplemente como una violencia establecida a la que damos en llamar paz, pero la paz en el mundo no será nunca posible en ausencia de la justicia.
Los pueblos ricos podrán mirar para otro lado y pedir que los pueblos pobres les dejen en paz. Así, si se les habla de consumo, de la importancia de la salud para todos, de la participación en los bienes culturales y económicos, si se les nombran las acumulaciones desmedidas de bienes por parte de algunos, si se les muestran las injusticias sociales en el ámbito de relación de los pueblos, puede volver a sonar en las bocas de los ahítos la maldita expresión: ¡Que nos dejen en paz! Es la falsa paz que desean algunos dando la espalda al grito por justicia de los pueblos pobres.
Si se habla a las sociedades de consumo insolidario de que la auténtica paz debe besarse con la justicia, codearse con la dignidad de todos los hombres y con el cumplimiento de los Derechos Humanos, el falso deseo de paz injusta, de paz como violencia establecida, puede surgir en sus bocas saciadas: ¡Que nos dejen en paz de una vez!
No hay un deseo de la búsqueda de la auténtica paz por parte de los pueblos ricos e integrados en el uso y abuso de todo tipo de bienes y servicios.
La expresión expresa o implícita de que nos deben dejar en paz, hace que muchos ahítos se conviertan en sordos ante el grito de los pobres de la tierra. Muros sin sensibilidad que ni quieren oír ni ver. Se convierten también en ciegos que se enfadan cuando se sienten interpelados aunque sólo sea por los medios de comunicación de masas. No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que se tapa los ojos para no ver. No quieren saber nada de la pobreza, ni del hambre de tantos niños, ni de la falta de agua potable, ni de medicinas. Dan la espalda a todas estas realidades. Se refugian en su falsa paz.
Los cristianos somos responsables de abrir ojos, de curar sorderas, de tocar sensibilidades, de crear auténticos agentes de paz, de animar a que surjan voces proféticas en contra de la injusticia y de toda opresión, de que surjan defensores de los débiles, de los que movidos a misericordia sean capaces de pararse en los márgenes de los caminos para curar, sanar, usar los medios que posee para devolver la dignidad robada, las graves desigualdades que alimentan toda injusticia humana.
La paz se construye abriendo oídos capaces de dedicarse a la escucha. ¿Quién será el agente de liberación capaz de abrir los oídos del mundo a la escucha de los gemidos de los oprimidos y marginados de la tierra? Escuchad esta pregunta, cristianos del mundo. Si nos hacemos nosotros también los sordos y los ciegos el mundo camina a su propia destrucción y los valores del reino no son sembrados por sembradores que buscan la buena tierra.
No puede haber paz allí donde reina la mentira y, sin ninguna duda, estamos en un mundo mentiroso en la política en la economía, en las relaciones sociales y comerciales. No hay en el mundo transparencia en estas relaciones, la verdad brilla por su ausencia, el engaño pulula como si el mundo hubiese caído en manos de ladrones.
Cuando reina la mentira los débiles se sienten violentados, sufren violencia y se les arrebata su paz. La frase implícita en las relaciones humanas de los integrados, la frase demoníaca “que nos dejen en paz”, es posicionarse en contra de lo verdadero, de lo honesto, de la auténtica verdad. Si Jesús es la verdad, no puede haber cristianos que también pululen entre la mentira social, política o económica. Eso es hacer añicos todo concepto de seguimiento a Jesús.
La pobreza es violencia. Los empobrecidos son violentados y se les arrebata el poder disfrutar de la paz. La pobreza es esclavitud y ésta también es violencia. Por mucho que queramos hacer de las violencias establecidas una paz aparente, nunca será la auténtica paz. No puede haber paz en un mundo con tantas nuevas esclavitudes. La paz no puede imponerse como una violencia establecida.
No. No puede imponerse ni por la fuerza, ni por el uso de los medios económicos, ni por el miedo. Se puede imponer lo que muchos llaman “la paz de los cementerios” que más que paz es la vivencia del horror demoníaco que reina en lo más profundo de los infiernos terrestres, pues también en la tierra está el infierno. El infierno de los sumergidos en la pobreza extrema, en el hambre, en el sentirse un sobrante humano con el que nadie cuenta. En estas áreas, en estos focos de pobreza no se puede hablar de paz.
¡Que nos dejen en paz!, pueden decir a veces los injustos queriendo que nadie critique ni observe sus graneros injustamente llenos. No hay paz verdadera sin una justa redistribución de los bienes del planeta tierra. La paz y la justicia se tienen que besar.
Sólo los justos podrán llegar a disfrutar de la auténtica paz, aunque sea en medio de las violencias humanas. No se puede crear ambientes de paz mientras los hombres no se paren para reflexionar sobre la justicia y se dispongan muchos de los que tienen los graneros a punto de reventar a ver si pueden hacer renuncias a un bienestar egoísta e insolidario.
No puede haber auténtica paz en el mundo sin compromiso con los pobres de la tierra, dando la espalda a los reducidos a la infravida por el hambre, dando la espalda al grito apagado de los que se mueven en el no ser de la marginación o de la opresión.
¡Qué responsabilidad ante estos temas la que tienen todos aquellos que se llaman seguidores del Maestro! ¿Seguiremos buscando la falsa paz y nos uniremos al grito de los insolidarios que dan la espalda a los apaleados de la tierra mientras dicen que les dejen en paz? Falsa paz.
Señor habilítanos para que nos podamos convertir con tu ayuda en agentes de paz, agentes del reino de los cielos que se manchan sus manos y usan su voz para ir reconstruyendo un mundo de paz auténtica impregnada de los valores del reino de los Cielos, aunque tengamos que cumplir con aquello de que “los últimos sean los primeros”. Sería un comienzo, un indicio de que la auténtica paz comienza a reinar en el mundo.
No nos dejes en paz, Señor, hasta que nos convirtamos en agentes solidarios de un Reino justo. Agentes de la auténtica paz.
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