No cabe duda que la mayor esclavitud que existe en la tierra y que la hemos de contemplar como el mayor de los escándalos humanos, es la pobreza. Se necesitan libertadores de esclavos.
El hombre de fe que conoce la Palabra, que ha reflexionado sobre los textos proféticos y que conoce los Evangelios y la declaración programática que Jesús hace en el Evangelio de Lucas cuando Él se considera el ungido de Dios para dar buenas nuevas a los pobres, se ve en la necesidad de ponerse en las manos de Dios para convertirse en un libertador de los esclavizados, de los empobrecidos. ¡Pobres esclavos! Se podría decir de esos esclavos pobres.
La vivencia de la espiritualidad cristiana, a la luz de los textos bíblicos, la vivencia de la fe activa que trabaja a través del amor, se debe convertir en un impulso irrefrenable hacia la práctica de la projimidad convirtiéndose en un liberador de esclavitudes entre las cuales está la mayor de todas ellas: la pobreza a la que se ve sometida tan ingente cantidad de seres humanos reducidos a una esclavitud impregnada de hambre o de hambruna, de olvido, de abandono y reducción al no hombre cuya libertad se ve totalmente anulada por la escasez que le convierte en una especie de sobrante humano que sólo puede ofrecer sus brazos a cambio de pequeñas miserias para sobrevivir él y sus hijos. Muchas veces esos brazos ni siquiera se alquilan.
Se necesitan libertadores de esclavos.
No hay otro remedio para eliminar estas esclavitudes que ponerse del lado en el que se puso el Maestro, del lado de los pobres y los oprimidos de la tierra. Desde ahí evangelizó Jesús a todos, pobres y ricos, pero desde la perspectiva de los esclavizados pobres o, si se quiere, de los pobres esclavos.
Desde ahí, la iglesia o los creyentes desde su ámbito particular, es desde donde se deban lanzar los mensajes evangelizadores que comporten tanto anuncio, como denuncia, como acción social evangelizadora que trabaja por la dignidad de todos los hombres, por su bienestar y por su liberación.
La iglesia también tiene que convertirse en libertadora de esclavos que, muchas veces y para algunos, son como una especie de sobrante humano que ni siquiera necesitan.
Ante los esclavos pobres o ante los pobres esclavos, todos nos debemos posicionar, tomar partido y, si seguimos a Jesús, el posicionamiento y la toma de partido no es difícil encontrarla. Quizás lo difícil sea aceptar las exigencias del seguimiento del Maestro siendo coherentes con el Evangelio que se nos ha transmitido.
¡Pobres esclavos en un mundo de tantos esclavos pobres! La pobreza es una esclavitud, la de mayor magnitud y que, a veces, no la queremos entender… porque nos interpela como creyentes y nos anima a dejar comodidades para convertirnos en libertadores.
Cuando queremos tomar partido por estos esclavizados de la tierra nos damos cuenta que junto al compartir y al tender una mano de ayuda hay otra exigencia clara: Nos vemos convocados y llamados a ser buscadores y hacedores de justicia.
Voceros que claman por los salarios de los explotados, por liberación de los oprimidos, por justicia en el mejor reparto de los bienes del planeta tierra, por la desaparición de los que injustamente acumulan desmedida y descaradamente lo que pertenece a todos poniendo la escasez de los pobres en sus mesas. Esas voces de denuncia son también libertadoras de esclavos.
¿Es que ya no hay voces proféticas contra estas prácticas esclavizantes? ¡Pobres esclavos! ¡Vergüenza por tantos esclavos pobres o empobrecidos por el egoísmo humano!
A veces, en algunos ámbitos religiosos no se da importancia a la necesidad de convertirse, siguiendo a Jesús, en agentes de liberación de todos estos oprimidos, se considera la acción social cristiana como algo marginal en el testimonio evangélico... Se olvida y se pierde la auténtica misión de la Iglesia, la auténtica misión y razón de ser del creyente que debe amar al prójimo en semejanza con el mismísimo amor de Dios.
¡No, no! El compromiso con la justicia y con la liberación de los pobres y oprimidos de sus esclavitudes no puede ser algo marginal ni en la labor pastoral ni en la labor de los creyentes laicos. Quien o quienes así actúan no han comprendido ni el mensaje ni las prioridades de Jesús, menos aún sus estilos de vida y sus formas evangelizadoras.
Jesús fue el gran libertador de las esclavitudes en las que vivían muchos hombres. Hombres, mujeres y niños enfermos, pobres, estigmatizados, desclasados y proscritos.
La lucha por la eliminación de estas esclavitudes eliminando estas categorías de esclavos pobres o de pobres esclavos, debe ser algo que esté encarnado en el mismo hecho de ser cristianos, algo irrenunciable, algo asumido como parte del seguimiento de Jesús y que da coherencia a nuestra fe. Con nuestra pasividad, con el dar la espalda ante el grito de estos esclavos masivos de la historia, con el practicar el cristianismo de una forma vertical olvidando nuestras responsabilidades para con el prójimo, nos estamos jugando nuestra credibilidad como cristianos, nuestra autenticidad, el ser sal y luz en medio de tanta tiniebla que rodea la tierra. El seguidor de Jesús no puede evitar el convertirse en libertador de personas sometidas a muchos tipos de esclavitudes.
Pongamos atención. Nos estamos jugando nada menos que la evangelización del mundo. Sí, la evangelización, por mucho que clamemos y resuenen por las plazas y templos muchos ayes y amenes sin fin. “Si no tengo amor, de nada me sirve”, diría el apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios. Si no soy una mano tendida y libertadora de tan gran esclavitud configurada como el mayor escándalo de la humanidad, todo es inútil. Apartaos de mí que no os conozco, nos podrá decir el Señor cuando estemos ante su trono. “
No todo el que me diga Señor, Señor entrará en el reino de los Cielos, sino el que hace…”.
La evangelización del mundo no se hace solamente con palabras. Los gestos hablan, la liberación de los pobres esclavos o de los esclavos pobres grita como una potente trompeta profética que debe sonar en un mundo desigual e injusto.
Estamos llamados a ser levadura que leuda toda la masa, a ser fermento que transforme el mundo acercando a él la justicia, la misericordia, el amor al prójimo y la verdad.
Estamos llamados a ser manos tendidas y libertadoras.
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