Entra dentro de lo normal que, cuando pensamos en Dios, nos hagamos una imagen de él. Lo cual no quiere decir que nos hagamos una imagen antropomorfa determinada, una imagen tipo estampita como si la hubiéramos fotografiado con la mente o la hubiéramos captado de los espacios siderales en donde estarán los pintores celestiales de la imaginación.
No, no me refiero a ello. Puede ser
una imagen conceptual que hacemos desde los parámetros de nuestros estilos de vida, nuestros compromisos, nuestra cercanía a los pobres o a los más ricos, nuestra forma de ritual. A través de todo esto
nos creamos una imagen de Dios que puede estar muy cerca o muy lejos de la imagen que la Biblia nos da del Dios de la vida.
El profeta
Isaías nos hace una pregunta: “
¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis?, dice el Santo”. En este contexto ya había dicho: “
¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?”. No pensemos en imágenes de madera, de palo o de barro. No. Pensemos en imágenes que podamos tener de Dios a través de nuestras creencias, conceptos y prácticas religiosas.
Tu imagen de Dios será diferente si lo piensas o intentas creerlo desde el coqueteo con el poder, las riquezas, el lujo, y el consumo fatuo y vano, o si lo piensas desde lo sencillo, la cercanía a los pobres, a los desheredados, o desde la predisposición a compartir con ellos la vida, el pan y la Palabra. “
¿A qué, pues, me haréis semejante?”, sigue sonando la voz de lo alto como haciéndonos reflexionar. ¿Qué imagen tenéis de mí? ¿Qué imagen me compondréis en vuestras vidas?
Es posible que la imagen de Dios desde los creyentes sea también multiforme, pero
nunca va a estar unida al boato, ni al lujo, ni al consumo desmedido, ni a la práctica de la injusticia privando a otros humanos de la participación que debe tener en el disfrute de los bienes que necesita para vivir dignamente, ni al poder temporal.
No, no. No seamos idólatras.
Esas imágenes de Dios son simplemente idolatría. Es el consumo idolátrico que hoy hacen muchos de los habitantes del planeta incluso confesándose creyentes del Dios vivo. Se hacen imágenes falsas para justificar lo injustificable, para acallar conciencias, para revolcarse en sus graneros mientras dicen a su alma que coma y beba y se divierta. No, no. No seamos idólatras. Recompongamos la imagen que debemos tener del Dios de la Biblia. ¿A qué haréis semejante a Dios si no queréis caer en la burda idolatría?
Yo creo que
una imagen adecuada de Dios se puede construir desde el espectáculo y la crueldad de las víctimas, comenzando por el Jesús crucificado. Quizás desde esta perspectiva es desde donde mejor comencemos a hacernos una imagen de un Dios que sufre con sus criaturas y que lleva sobre él el pecado de todos nosotros. Es verdad que, siendo su imagen multiforme, se puede uno acercar al Dios de poder, el Dios de la resurrección, pero la perspectiva del crucificado es central en toda la Biblia, predicha por los profetas y base de todo el plan redentor de Dios.
La imagen del crucificado sólo se puede construir desde la humildad y el asombro de ver un Dios entre las víctimas del mundo, sin posesiones, sin herencias, asumiendo el sufrimiento como único caudal lleno de riquezas tanto humanas como celestiales que superan nuestra imaginación y golpean nuestra sensibilidad acercándonos al
escándalo de un Dios que carga sobre él el pecado y los sufrimientos de la humanidad. Dura imagen, extraño Dios que sufre con el hombre, Dios humanado que se revela en el rostro de las víctimas del mundo. No habrá para ti otros dioses, nos dice, es idolatría. Mi imagen es muy humana en el más amplio y profundo sentido de la palabra.
Aunque esta imagen de Dios se identifique con las víctimas,
no creas que es un Dios resentido contra los ricos y poderosos de la tierra. Es un Dios que
les espera con los brazos abiertos esperando que se arrepientan y compartan. La imagen de Dios es, en cierta manera, un Dios que mira hacia los hombres, sufre con los que sufren, llora con los que lloran y que se alegra cuando hay otros hombres que trabajan por la libertad, por la justicia, por el amor y por la paz. Una imagen que lleva siempre algo subrayado con sangre: es el Dios cercano a los últimos a los que quiere sacar al primer plano denunciando todo abuso, toda injusticia y toda acción inhumana.
¿Qué imagen nos haremos de este Dios? ¿Qué imagen le compondremos? ¿Nos haremos idólatras? La imagen que de Dios tengamos o nos hagamos siguiendo su Palabra, nos va a moldear a nosotros también. Quizás hoy, en un mundo injusto y violento, los últimos y las víctimas sean los más capaces de darnos las claves de la imagen que de Dios hemos de tener para no caer en la idolatría. Sí, la idolatría del dinero, del poder, del éxito humano, del lujo, de la vana fiesta y del ritual molesto para Dios. “
¿A qué me haréis semejante o me compararéis?, dice el Santo”. Tremenda pregunta para el cristiano hoy.
Quizás no nos gusta tener la imagen de un Dios lejos de le estética humana, con rostro desfigurado por el dolor, una imagen sin esplendor humano y alejada de todo boato necio.
No nos gusta la imagen de un Dios que refleja su misericordia para con los apaleados de la tierra, los desclasados, los robados de dignidad. No nos gusta una imagen de un Dios que desciende a los infiernos terrenales, a los focos de pobreza y de conflicto allí donde reina el abuso, el empobrecimiento, la injusticia como idolatría, como negación de la imagen del Dios vivo. ¿Qué imagen le compondremos a Dios en nuestro actual sistema de cosas? ¿A quién le haremos semejante?
Señor: ¿Por qué se nos dice que para tener una imagen tuya adecuada y no idolátrica tenemos que mirar de cara a cara a los últimos, a los desfigurados que han perdido toda su belleza y dignidad por el egoísmo de otros? ¿Por qué cuando busco tu rostro me enfrentas con el escándalo del mal, de los sufrientes de la tierra?
Señor: ¿Por qué cuando perdemos tu imagen te llevamos ante un injusto juicio humano, te sentamos en el banquillo de los acusados y tienes que escuchar acusaciones que te dicen que por qué has permitido eso? ¿Quién puede juzgar a Dios y acusarle de las consecuencias de nuestras injusticias? ¿Qué imagen nos hemos hecho de Dios? ¿Con quién podemos compararle?... ¡Perdónanos, Señor! ¡Perdónanos! No queremos caer en idolatrías.
Señor: ¿Por qué no usas tu poder y nos destruyes? No.
Esa no es tu imagen, Dios nuestro. Tu imagen asume nuestra impotencia e imperfección y te conviertes en un Dios que espera hasta el final. Es entonces cuando comprenderemos tu verdadera imagen para salvación o para llanto eterno por no haberte sabido comprender. ¡Muéstranos tu verdadera imagen, Señor! Que no erremos en la imagen que nos hagamos de ti. Líbranos de toda idolatría.
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