Cuando comencé a trabajar con pobres urbanos en Misión Urbana de Madrid allá por el año 1985, era difícil para algunos voluntarios trabajar entre ellos. Eran tiempos más difíciles que ahora a pesar de la crisis actual. Numérica y estadísticamente, la situación en aquel año que comencé a trabajar entre los excluidos sociales, no era peor que ahora. El paro llegó hasta el 22% que daba el resultado de unos tres millones de parados. La crisis que se dio en aquellos años, desde los años setenta, hizo que la economía sumergid se disparara con unas condiciones tan lamentables que leo que el Ministro de Economía y Hacienda dijo que en España había “un tercer mundo en pleno corazón de Europa”.
La tasa de paro de los jóvenes menores de 25 años triplicaba la de los mayores de esa edad y de las mujeres se hablaba también de la feminización de la pobreza en aquellos años. Los inmigrantes ya eran legión los ilegales y había más de trescientos mil que no tenían los papeles en regla, eran los llamados “sin papeles”.
La protección social cayó y dejó a muchos pobres en la estacada. Crisis de valores, prostitución, delincuencia y mucha drogodependencia. En este contexto social es cuando comienzo a trabajar en Misión Urbana, una experiencia totalmente nueva en España, y comienzo a promocionar la obra social evangélica sensibilizando y concienciando a los creyentes.
Aunque numéricamente la situación no era peor que en los momentos que estamos viviendo con la crisis actual, los pobres urbanos estaban en una situación más deplorable que ahora: desprendían un olor que, a veces, era casi inaguantable, tenían infecciones, piojos, ladillas y otros. Los que dormían en los parques, en las calles y en los chopanos eran una cantidad grande y que se dejaba ver en la ciudad.
Muchos bancos en la ciudad estaban ocupados por pobres con sus pocas pertenencias. Los que podían dormir en algún coche, se consideraba un privilegiado. La mendicidad infantil estaba al orden del día, el número de mujeres que venían a la Misión y lloraban en el despacho de atención individualizada eran muchas con una característica común: Le habían quitado sus hijos y se los habían tutelado, quizás por mendigar con ellos, por prostituirse y, cuando no podían pagar la pensión, dormían con sus niños en la calle. Al final se los tutelaban.
Ellas se consolaban diciendo que si se los daban a otra familia, estarían mejor que con ellas en su situación de pobreza... pero lloraban.
Muchos pobres se concentraban en los centros urbanos antiguos que en aquellos años estaban mucho más degradados que ahora. Era el tiempo de los “sin techo”, de los que por la noche no podían dormir por el frío y se la pasaban en vela andando, sin parar, para no congelarse. Muchos de esos pobres fueron los primeros usuarios de la Misión en la C/ Calvario donde todavía estamos.
Cuando algunos voluntarios de la Misión hablaban con ellos, muchos dejaban salir de sus bocas un olor a podrido, quizás por el vino, pues el alcoholismo entre los pobres en aquellos momentos era grande. Tenían problemas en los pies, heridas, zapatos rotos y malolientes. Muchos se quitaban los zapatos ya totalmente destrozados en el despacho asistencial para que le viéramos los pies. Recuerdo que uno de ellos nos dijo que tenía bichos en las heridas de sus piernas, tobillos, las plantas de sus pies, y tuvimos que llamar una ambulancia para que lo llevaran al hospital... y no os digo más del ambiente de aquellos años en los que algunos líderes evangélicos que nos visitaban intentaban estar el menos tiempo posible dentro de nuestros locales.
Sin embargo,
nosotros sabíamos que los pobres fueron los preferidos de Jesús, el único grupo específico que se cita como destinatario del Evangelio, aunque, lógicamente, el Evangelio era para todos. ¡Qué difícil era entender para algunos esa preferencia de Dios por los pobres, esa cercanía de Jesús hacia los don nadie, los desclasados, los proscritos, los marginados, los excluidos sociales y hacia los que los religiosos de la época de Jesús llamaban “malditos” porque no entendían la ley. ¡Qué poco entendían sobre las prioridades de Jesús!
Tampoco los voluntarios o los que trabajábamos con ellos, podíamos decir que esas personas empobrecidas tenían cualidades muchos mejores que los que mínimamente estaban integrados en la sociedad. Algunos eran alcohólicos como medio de evitar soledad. La soledad pesaba en ellos como una losa y se agarraban al alcohol como falso recurso o como forma de irse quitando la vida lentamente. Así, todos los colaboradores notaban que los pobres tienen también muchos defectos psicológicos, morales, de pecado.
Sin ningún atractivo para que nos sintamos impelidos a abrazarles, a ayudarles, a lavarles los pies... y sin embargo muchos lo hacían. Se notaba que seguían al Maestro que tuvo ese estilo de vida de cercanía a los pobres. Seguían a un Jesús del que dicen los profetas que era “sin atractivo para que lo deseemos”.
Jesús buscaba lo perdido, también lo social y económicamente perdido y destrozado. La línea de cercanía que usó con los pobres, era la misma línea que usó con todo lo perdido. Jesús llamó a los pobres y los buscó por caminos y veredas para su banquete del Reino. ¿Es que eran mejores, tenían unas cualidades más especiales? Seguramente no. El Maestro sólo seguía su línea, su estilo de vida, sus preferencias.
¿No fue Jesús con los pobres algo parecido a lo que nos enseñó de la oveja perdida? ¿Acaso nos dice la parábola que la oveja perdida era más gorda, más grande, que daba más leche o que era más obediente? No. Simplemente esa oveja tenía una característica: estaba perdida y necesitaba ayuda. Y esa es la misma línea que Jesús sigue en su cercanía y amor a los pobres. Les buscaba y les amaba porque eran pobres, desvalidos, despreciados por los religiosos de la época... ovejas perdidas aunque no tuvieran atractivo, ni características especialmente importantes, pero eran pobres, despreciados, marginados, abandonados de todos y a los que incluso los religiosos les daban la espalda como si fueran malditos de Dios. Jesús, con sus prioridades y preferencias nos dice un no rotundo. ¡No!
Además, no sólo que se muestra con esa cercanía a los pobres, sino que nos dice que nos da ejemplo de servicio para que nosotros hagamos lo mismo que él y nos deja el amor al prójimo como semejante al amor que hemos de tener a Dios mismo.
Los pobres son los pequeños de Dios, los débiles que potencian el poder de Dios en el mundo, los específicamente citados como destinatarios del Evangelio. Esto es así porque entra en juego y en acción la justicia de Dios. Las desigualdades, los injustos repartos de la riqueza de la tierra que debe ser para todos, la locura y necedad de los acumuladores que desequilibran el mundo, el egoísmo humano, la maldad que se ve en el desprecio de unos hombres para con otros, está en contra de la justicia de Dios. Él no tenía otro remedio que ponerse del lado de los pobres y oprimidos, de los considerados malditos de Dios. Eran los enfermos que necesitaban médico. Muchos de los autoconsiderados puros y que se autojustifican no necesitan al sanador divino. Jesús con su cercanía a los pobres restablece el fiel de esa balanza que estaba totalmente desequilibrada a favor de los poderosos, de los ricos y de los acumuladores de la tierra.
Señor, y aún hoy parece que los cristianos no hemos entendido tu mensaje transmitido no sólo con tus palabras, sino con tu ejemplo. Perdónanos, Señor, y ayúdanos a entender el profundo significado que tiene tu cercanía a los más pobres, oprimidos y privados de hacienda y dignidad. Que nosotros también aprendamos a amarlos y encontrar en ellos ese atractivo que tú encontraste… aunque humanamente no lo tengan. Queremos seguirte, Señor.
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