No. La pobreza en el mundo no es ni neutra ni inocente. En alguna manera, la responsabilidad de la pobreza en nuestro planeta nos afecta a todos, pero esta responsabilidad afecta de una manera muy especial a los cristianos, a los seguidores de Jesús. Podemos ser cómplices.
Hay que implicarse. La injusticia, la pobreza en el mundo, la opresión, la marginación y la exclusión de tantas personas exige de nuestra fe una atención y una responsabilidad que no consiste solamente en que reconozcamos que la situación de pobreza y el sufrimiento en el mundo es una situación indigna e injusta sino que hay que implicarse en la eliminación de la pobreza y de las injusticias, hay que denunciarlas como hicieron los profetas, hay que oponerse a todas ellas. Hay que comprometerse para no hacernos cómplices. No. La pobreza no es ni neutra ni inocente.
No podemos permanecer neutrales no sea que nos hagamos cómplices. La fe que actúa a través del amor, como diría el Apóstol Pablo, debe ser activa y emprender una lucha por la dignificación de las personas que sufren estas injusticias y por el acercamiento del Reino de Dios con todos sus valores de justicia para alcanzar el ideal del Reino de poner a los últimos en los primeros lugares, pasarlos del plano del no ser, al plano del ser en dignidad, de que sean también sujetos de su propia dignificación. No podemos permanecer neutrales. Tampoco podemos permanecer inocentes ante un Dios que nos dejó un concepto de amor al prójimo tan sublime que hace este amor semejante al de Dios mismo. El cristiano pasivo por su neutralidad es simplemente un hombre sumergido en el pecado de omisión que denuncia la Biblia.
Debemos reaccionar ante el escándalo de la pobreza para evitar complicidad. La fe es totalmente activa y, por necesidad en una fe viva, se deben dar las obras de la fe, de una fe que actúa continuamente poniendo el amor a Dios en semejanza con el amor al prójimo. Esto le debe hacer reaccionar ante el escándalo de la pobreza, de la opresión y de las injusticias. Dando la espalda al grito de los pobres de la tierra, no podemos ser ni neutrales ni inocentes. Estamos cerrando nuestra sensibilidad a la interpelación que nos hacen tanto los pobres, como la propia doctrina bíblica.
No somos unos iluminados que sólo miran al cielo. No. A través de la fe no nos convertimos en unos iluminados que nos quedamos pendientes de las cosas de arriba, de Dios o de los ángeles. A través de la fe nos sentimos renovados y cualificados para la acción en el mundo, para vivir una espiritualidad comprometida para que nuestra fe no termine por morirse y dejar de ser. La fe es la fuerza que nos cambia para que podamos ser las manos y los pies del Señor que se mueven en medio de un mundo de dolor.
¿Nos debemos replantear nuestra fe? Si la doctrina bíblica no se hace vida en nosotros, si nuestra conversión no tiene ninguna repercusión en la acción social a favor de los sufrientes del mundo, deberíamos replantearnos nuestra fe. Los cristianos deben tener como frutos de amor y de justicia, las obras de la fe, una fe viva que se traduce, necesariamente a través de nuestro testimonio, de nuestra manera de vivir, de nuestras prioridades y, en general, de todos nuestros estilos de vida y de nuestra praxis cristiana. Fuera de esto no podemos ser ni inocentes ni neutrales.
La fe es un don de Dios y debe versar sobre la verdad. La verdad no es sólo una expresión teórica, como un silogismo perfecto, pero vacío en su contenido vital, en la manera en la que vivimos la vida. ¿Qué es la verdad? ¿Qué es lo que le da sentido? Sólo Jesús es la verdad, pero en esa verdad en la que versa la fe, se necesita revalidarla no solamente como una teoría, sino con hechos.
Sólo en la acción, en la transformación de la vida, en los compromisos con los débiles del mundo, está la verdad. La verdad no es una teoría o silogismo vacío, sino seguir los pasos del que dijo de sí mismo que era la verdad. Sólo esta verdad avalada por los hechos y las vidas transformadas en cauces de amor en acción, son los que pueden mostrar la verdad. La verdad que nos hará libres, libres para el servicio a Dios y al prójimo, no libres solamente para mirar qué tipo de bendiciones son las que nos caen del cielo. Fuera de esto somos culpables y no neutrales en le pecado, tanto estructural, el que se da mantenido por las estructuras de pecado, las estructuras injustas, como el individual que deviene en nuestra pasividad y en nuestra falta de compromiso. No. Fuera del compromiso y de las obras de la fe, no podemos ser ni neutrales ni inocentes.
La verdad, si es la verdad de Jesús, debe estar avalada por el hecho de vivir santamente, una santidad activa y comprometida para que como dice la Biblia, seamos santos en nuestra manera de vivir. La manera de vivir santa no es aquella que se pone de espaldas al llanto de los hombres y a su sufrimiento, sino aquella que se compromete en el servicio dando como resultado las obras de la fe. Esto debe ser un requisito existencial de todo hombre, pero fundamentalmente de todo hombre o mujer cristianos.
Expandir por el mundo el Reino de Dios que es amor, justicia, misericordia y paz, es vivir, de forma necesaria, una espiritualidad cristiana comprometida con Dios y con el prójimo. Si no, esteremos viviendo una espiritualidad falsa, muerta, que, en ninguna manera puede ser neutra o inocente.
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