La no violencia puede ser más fuerte aún y más efectiva que la violencia, sea ésta directa o indirecta. No sólo en el artículo 5 de la Declaración Universal se habla del no sometimiento de ninguna persona a la violencia directa en forma de torturas, penas, tratos crueles, inhumanos o degradantes, sino que toda la Declaración denuncia todo aquello que va en contra de la paz y de la justicia.
La Biblia está en contra de toda violencia directa hacia los seres humanos sin distinción de raza o situación social o cultural. Nos llama a ser pacificadores, a la no violencia. Llega hasta tales extremos de no violencia que, aún hoy, nos parece incomprensible. Se debe amar a nuestros enemigos, no defenderse del golpe o herida en la mejilla sino poner también la otra, no hay que practicar la venganza, hay que liberar a los hombres de aquellas violencias que les marginan y los desplazan a los últimos lugares y estos últimos debemos de pasarlos a los primeros lugares. Desde estas líneas os llamo a la no violencia, a ser imitadores del Maestro.
Os dejo este regalo de Jesús a todos los que odian la violencia, a los no violentos:
“La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo os la da, yo os la doy”. Pareciera que la paz que hemos de buscar contra la violencia no es, precisamente, la paz del mundo. Y es verdad.
Jesús está hablando de la paz de Dios que pueden disfrutar los que creen en él, pero no cabe duda que el disfrute de esa paz, nos debe llevar también a ser pacificadores.
“Felices los pacificadores”, nos dice Jesús haciéndonos otro regalo en torno a la felicidad.
Pacificadores y no violentos: No os apartéis del mundo. Nuestra paz con Dios, nuestra paz interior que nos da el hecho de haber sido redimidos, también tiene que ver con la paz en esta tierra. Dios no nos aparta del mundo, sino que Jesús pide al Padre que nos aparte del mal. La paz de Dios que disfrutamos no puede ser ajena a la paz en el mundo, a la batalla por la paz que hemos de librar los cristianos a favor del prójimo. Hemos de ser pacificadores ante cualquier tipo de violencia. Desde aquí llamo a la promoción de la no violencia a todos los pacificadores. Activos por la paz.
La paz que desciende de Dios como regalo especial para los suyos debe influir también en la paz en el mundo. La paz que se pueda conseguir en el mundo con la acción de los cristianos, debe llegar a Dios como olor grato. La paz que derrumba toda violencia, también la estructural en la que se mueven tantos desposeídos y empobrecidos por la violencia de las estructuras injustas. Dios la recibe de forma similar a cuando liberamos a alguien de la violencia del hambre:
“Por mí lo hicisteis”. Os llamo a la no violencia a favor de los que padecen la violencia del hambre, de la pobreza, de la exclusión social.
En la violencia directa no sólo están las torturas, los terrorismos, los golpes o heridas por odios o venganzas, sino que están también los malos tratos a los más débiles en general, los malos tratos a los niños, no sólo psicológicos o por golpes, sino por hacerles trabajar desde la infancia privándoles de la enseñanza y capacitación. Las violaciones, los abusos sexuales, la inseguridad ciudadana… también están las guerras. ¡Cuánto daño hacen los violentos del mundo! Os llamo a la vivencia de la paz y a ser activos como pacificadores.
Ningún tipo de violencia se puede derivar del regalo que Dios nos da dejándonos su paz y, por otra parte, no deberíamos quedarnos en disfrutar de la paz de Dios de forma insolidaria, de espaldas a las violencias que tantos hermanos nuestros, nuestros prójimos, están sufriendo a lo largo y ancho del mundo. Os hago esta llamada: ¡No violentos! Salid a la calle proclamando paz y denunciando toda violencia.
Si muchos pensadores han definido al hombre como la especie más violenta, despiadada y cruel de entre todas las que hay en la tierra, es porque el hombre no ha estado abierto a recibir el regalo de Dios, de Jesús, que es su paz. Otra llamada: ¡Cristianos! Trabajad transformando los corazones de los violentos en pacificadores y disfrutadores de la paz. No la paz del mundo, sino su paz, la paz que viene de lo alto y que puede inundar nuestros corazones.
¡Atención! A veces, parece como que se pudiera disfrutar de la paz de Dios y dar la espalda a las crueldades de los hombres. No es cierto. No creo que esto sea vivir la auténtica paz que emana de la vivencia de una correcta espiritualidad cristiana.
Violencia directa es matar en cualquiera de sus formas. No hay guerras justas que se puedan hacer disfrutando de la paz de Dios, de la paz que Jesús nos deja, de su paz. El cristiano debe estar en contra de toda violencia directa, trabajar por la eliminación de estas violencias, no bendecir nunca los cañones de las violencias humanas, no hablar de guerras en nombre de Dios.
Es difícil también ser no violento y pacificador. El hombre es un ser ambivalente. Tiene tendencias agresivas pero, a su vez, también tiene rasgos bondadosos que le vienen de ser una creación hecha a imagen y semejanza de Dios. Estos rasgos bondadosos y altruistas son los que hay que trabajar desde el mundo cristiano tendentes a la eliminación de toda violencia directa. Los valores del Reino son no violentos, atajan las violencias y las condena, son valores rehabilitadores de todos los que sufren violencia. Así, en la utopía de los valores bíblicos del Reino, todos hemos de trabajar con la meta y el objetivo de poner fin a toda violencia en este mundo. ¡Seguid los valores del Reino! Son valores pacificadores que rehabilitan a los machacados por las violencias humanas.
Evangelicemos desde sonidos de paz. Si vamos ganando parcelas a las violencias directas, a las torturas, a todo tipo de trato cruel e inhumano, es la única forma de que el hombre pueda vivir en libertad y estar abierto a la posibilidad de la vivencia de la paz de Dios en su vida. Así, en nuestra evangelización, no debemos hablar solamente de la paz de Dios, que él nos regala o da gratuitamente, como algo totalmente desligado de la paz en el mundo. Los impregnados de la paz de Dios son los habilitados para ser auténticos pacificadores. Vidas activas en busca de la paz.
Si gritamos contra la violencia directa, nos sentiremos habilitados para entender también otras violencias. Las violencias que se hacen contra personas, despojándolas y lanzándolas a los márgenes del camino y que, a veces, algunos cristianos las ven y piensan que eso no va con ellos, que ellos no les han robado ni apaleado. ¿Quién ejerce esas violencias contra ellos? Nosotros también tenemos nuestra parte de culpa en las violencias estructurales. Arrepintámonos y así podremos conseguir que nuestra conversión nos convierta en agentes de paz.
Felices los pacificadores. Recibiréis la felicidad como un gran regalo de Dios.
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