Estamos ante una realidad triste que es el hecho de que muchos jóvenes españoles tienen que emigrar. Tienen que salir de España intentando buscar un trabajo mínimamente digno para salir adelante, un trabajo que muchas veces no está de acuerdo con su formación y preparación universitaria.
Estamos escuchando sobre los ciento cuarenta jóvenes atrapados en Alemania que se han visto tirados y abandonados, engañados y tienen que sobrevivir en barracones y sótanos a pesar de haber ido con un programa avalado por Castilla-La Mancha para jóvenes desempleados.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos también trata el tema de la libre circulación y del derecho de salir y de regresar a cualquier país. Lo trata en su artículo 13 en donde dice en su punto 2: “
Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y regresar a su país”. El problema es cuando ese derecho se convierte en una necesidad casi de supervivencia y, además, acaba en situaciones de pérdida de dignidad y atrapados en la ansiedad. No se trata en el caso de nuestros jóvenes de concederles el derecho de visitar otros países con fines diversos, sino con el fin de salir del desempleo continuado, de considerarse abandonados en sus países de origen.
La Biblia recoge mejor el tema de las migraciones, del extranjero y del entendimiento y acogida que debemos tener a los inmigrantes. No sólo en el tema del Éxodo, sino en muchísimas referencias de la Biblia en torno al cuidado que hemos de tener del extranjero, del inmigrante dentro de nuestras puertas.
Espero que Alemania termine acogiendo a nuestros jóvenes. Debido a la influencia de los medios de comunicación, las autoridades alemanas quieren buscar solución al problema de este grupo de los 140 españoles atrapados en Alemania.
Acordémonos también de muchos otros jóvenes españoles, fuera de este grupo, que también pueden estar en dificultades graves. Acordémonos de los inmigrantes en España y démosles acogida en dignidad.
Aunque vemos el tema desde realidades crudas y de cierto sufrimiento, los creyentes deben aceptar y promover el tema de las migraciones, el tema del derecho a emigrar. Aprender también a mantener nuestras puertas abiertas.
El mundo, y lo que hay en él, pertenece a todos. Con las actuales comunicaciones el mundo parece que se reduce de tamaño. Nos vemos más como una gran familia: la familia humana. Comenzamos a percibirnos como una única raza que es únicamente la raza humana.
Como miembros de esta gran familia sabemos que muchos viven en grandes dificultades, despojados de hacienda y de dignidad y, cuando vemos fehacientemente que esa vida en dignidad no se puede vivir entre los suyos, en su propio país, en el ámbito en el que han nacido y se han criado, tenemos que potenciar y defender el derecho a emigrar como miembro de la gran familia humana.
Emigrar buscando una vida digna. Igualmente su lado in verso de las migraciones: la acogida de inmigrantes dentro de nuestras puertas.
Así, los cristianos, como prójimos de esos miembros de esta familia humana de la cual formamos parte, debemos estar dispuestos a la acogida incondicional y a regocijarnos en la alegría del encuentro con nuestros hermanos que nos llegan de países lejanos.
Desde dentro de nuestro país y con los nuestros, debemos defender el derecho a emigrar en situaciones límite, cuando las personas están viviendo en ambientes de miseria y marginación que impiden el desarrollo y la capacitación de las personas. Derecho a exigir que se trate dignamente a nuestros emigrantes.
Como contrapartida del derecho a emigrar, los cristianos también han defendido el derecho a no emigrar. El defender que en España tengamos las posibilidades económicas y de trabajo para que nuestros jóvenes no tengan que marcharse. Tenemos que elevar nuestra voz y ponernos en marcha para que nuestra acción y voz de denuncia evite que, muchos, sin querer abandonar su país, tengan que hacerlo.
Es verdad que la emigración tiene sus secuelas perversas para los países emisores de emigrantes. Problemas no solamente en el entorno familiar, con la desestructuración de muchas familias, sino también problemas para esos países de emisores de emigrantes. Las comunidades de origen se debilitan. ¿Se está debilitando España con la sangría de gente joven que está saliendo? ¿Cuántos de estos jóvenes volverán? ¿Qué pasa con esta fuga de cerebros y energías juveniles? ¿Hasta dónde afecta a nuestro país?
Muchas veces los que salen en las migraciones internacionales son los mejor preparados, los que han costado a sus países esfuerzos económicos en la formación y capacitación de estas personas. Por eso, el emigrante al salir, no sólo se lleva consigo su fuerza y sus energías para el trabajo, sino el gasto que ha producido su formación a su país de origen, una pequeña parte de la riqueza nacional. El país se empobrece y se siente reducido en sus posibilidades de crecimiento.
Por eso,
defender el derecho a no emigrar es una lucha loable. Es saber hacer las políticas económicas y las políticas de empleo adecuadas para que nadie se sienta excluido de su país, para que para nadie la emigración sea una necesidad. Lo que pasa es que no se puede quedar sólo en doctrina, en palabras o en ideas, sino que el derecho a no emigrar debe estar unido, necesariamente, al derecho al desarrollo de los pueblos, de manera que toda persona pueda encontrar entre los suyos, en su ambiente de nacimiento, las posibilidades de una capacitación y de un trabajo digno.
No se debe defender el derecho a la emigración de una forma egoísta e individualista, sino que también hay que tener referencias al bien común. Los que han sido formados en un país, tienen el deber de devolver de alguna manera, en forma de servicios que cooperen al bien común, todo lo que su país ha invertido en formación para él y para otros jóvenes. Si no, podría ocurrir que la emigración fuera un problema para el desarrollo de los países emisores de emigrantes.
Si emigrar es un Derecho Humano, también lo es el derecho a no emigrar. También, desde estas perspectivas, mientras sean necesarias las migraciones internacionales y no hayamos resuelto el derecho a no emigrar porque nuestros pueblos tienen economías rotas, los cristianos de todos los países debemos estar preparados a la acogida incondicional de aquel que emigra buscando posibilidades de una vida digna huyendo del hambre, de la miseria o de la imposibilidad de realización personal en sus propios países.
La acogida es un deber de projimidad del cristiano que ha de recibir a los nuevos ciudadanos procedentes de allende las fronteras como a seres humanos con la misma dignidad y derechos y no simplemente como a una fuerza de trabajo, como braceros a máquinas que van a ayudarnos en nuestro desarrollo. No cabe duda que la lectura de la Biblia y de los Derechos Humanos nos pueden ayudar a personas de todos los países a practicar la acogida y a regocijarnos en la alegría del encuentro con el prójimo, con el hermano en necesidad.
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