El gran reto es la realización concreta de los principios, la acción. Este reto hacia la acción puede ser común tanto si pensamos en los Derechos Humanos, como si lo hacemos con referencia al Evangelio, con referencia a los valores bíblicos o a los valores del Reino.
No basta con proclamar unos valores, con decir que aceptamos o que estamos de acuerdo con unos principios, normas, mandamientos o artículos. El gran reto va a ser el de la realización de esos valores, su aplicación, el vivir conforme a los principios aceptados o confesados.
La acción. Ese es el gran reto, anular la inconsecuencia con la que viven muchos cristianos con respecto a los valores bíblicos, los valores del Reino. La inconsecuencia con la que los viven muchos de los Estados del mundo. No niegan los Derechos Humanos, pero tampoco los aplican de una forma universal e imperativa. Aquí cabe el refrán español que dice: “No es lo mismo predicar que dar trigo”.
Muchas veces se habla de la violación de los Derechos Humanos y, en escritos sociales o políticos, se dice que estas violaciones ocurren a pesar del esfuerzo de los Estados e, incluso, de las ONGs que trabajan en el mundo en los ámbitos de cooperación internacional, en las ayudas humanitarias, en la búsqueda de la dignidad robada de muchos de los habitantes de nuestro planeta.
Pocas veces se dice que existen violaciones de los Derechos Humanos a pesar de los esfuerzos, realizaciones y aplicaciones y trabajo que la iglesia está haciendo en estas áreas en todo el mundo. Porque la iglesia es, debe ser, defensora de los Derechos Humanos.
El problema no es que la iglesia no crea ni defienda los Derechos Humanos, sino que no hace lo suficiente si pensamos en que, debido al imperativo de projimidad que nos dejó Jesús, no sólo la iglesia debería ser la voz más fuerte en el mundo a favor del prójimo, a favor de la dignidad y de los derechos de los hombres, sino que debería ser la organización que más trabajara, que más se esforzara, luchara, denunciara y evangelizara en favor del cumplimiento de los Derechos Humanos en el mundo. El imperativo de acción para la iglesia es radical.
La evangelización no sólo debe ser proclamación de valores que nos relacionan con el más allá o con la metahistoria, sino que
la evangelización, además de ser anuncio debe ser también denuncia y acción social evangelizadora. La evangelización debe tener mucho de promoción humana. La evangelización se debe comprometer con el hombre actuando contra toda injusticia. La evangelización debe ser también acción.
Desde estos presupuestos y si, además, aceptamos el punto de partida evangelizador de Jesús que fueron los pobres y los sufrientes del mundo, los robados de dignidad y los oprimidos y excluidos, la iglesia debería ser la mayor fuerza y la mayor dinámica en la aplicación de los Derechos Humanos en toda la faz de la tierra. Su acción comprometida con el hombre debería ser como la de un megáfono gigante que trastoca todos los valores insolidarios.
Desde los valores Reino, los Derechos Humanos son sólo una concreción más del compromiso social de los creyentes. Los cristianos deberían ser los mejor preparados y los más habilitados para salir a la palestra de la realidad en conflicto y, con una mano tendida de amor, trabajar por la dignidad de los pueblos, trabajar porque, realmente, los Derechos Humanos tuvieran una aplicación Universal.
Es verdad que en el mundo puede haber ciertos progresos como puede ocurrir con el racismo o con otros aspectos de los Derechos Humanos, pero el trabajo que hay por delante es inmenso, la cantidad de compromiso que se demanda en el mundo no está cubierta, se necesita más solidaridad humana. Una cosa son las intenciones, las confesiones, las aceptaciones teóricas, las adhesiones… y otras son las realizaciones concretas, las acciones, las obras, los compromisos, el mancharse las manos como buenos samaritanos que han comprendido el concepto de projimidad y que han sido movidos a misericordia.
Algunos piensan que el problema es que no existe un sistema de control obligatorio en el mundo en torno al cumplimiento de los Derechos Humanos. No sé si podría haber en el mundo un sistema de control universal que afectara por igual a todos los lugares de la tierra. Quizás sería deseable ni es que no se pudiera trabajar con otros medios. Lo que ocurre, realmente, es que en el mundo debería haber un cambio de valores que debería partir de que, realmente, la iglesia y los creyentes supieran evangelizar las culturas, los pueblos.
Se necesita que los cristianos sepamos impregnar con los valores bíblicos las estructuras injustas de pecado, de poder económico, estructuras injustas que deberían saltar echas pedazos ante el compromiso de los creyentes. Sería hacer del Evangelio vida, hacer del Evangelio modelos de compromiso, estilos de vida, asunción de valores que puedan cambiar vidas, convertir, transformar, hacer nuevas criaturas que vivan en compromiso con Dios y con los hombres.
La Biblia nos demanda que vayamos mucho más allá del enunciado de los derechos, que se llegue a cambiar un corazón de piedra por un corazón de carne. Es así como no habría problemas ni en la realización en el mundo de los valores bíblicos, de los valores del Reino, ni en la aplicación de los Derechos Humanos. Es así como los creyentes podrían hacer su camino llevando la Biblia en una mano y la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la otra, mirando al cielo y al suelo simultáneamente y viviendo una espiritualidad de acción comprometida práctica.
Si los cristianos en el mundo supieran vivir, de verdad y en compromiso con Dios y con el hombre, la auténtica espiritualidad cristiana, el mundo podría llegar a acoger a todos los hombres en una comunidad solidaria en donde tanto los valores bíblicos como los Derechos Humanos se cumplieran de una forma natural. Los Derechos Humanos serían sólo una expresión de todo aquello que, de manera inalienable, pertenece a la dignidad humana, dignidad que proviene del hecho ya comentado en otros artículos, de que el hombre está hecho a imagen y semejanza de su creador.
Sólo siguiendo estas líneas de espiritualidad se podrá conseguir superar la brecha, la gran sima, la gran distancia que hoy, después de más de medio siglo, existe entre la proclamación y aceptación de los Derechos Humanos y su aplicación, su realización práctica en nuestro aquí y nuestro ahora.
Tenemos que vivir en esperanza, pero en esperanza activa comprometida en la promoción de los valores del Reino, en la promoción de los Derechos Humanos. La fe, la esperanza y el amor, deben ser activos. La fe que actúa a través del amor, fe y amor que nos abren a una esperanza activa en compromiso con el mundo.
Señor, ayúdanos a todos los cristianos del mundo a no ser cobardes ni cómodos, a que huyamos del pecado de omisión de la ayuda, a que nos comprometamos con el prójimo no sólo de palabra, sino de obra y en verdad, con acciones solidarias y dignificadoras del prójimo, fundamentalmente del privado de sus derechos y de su dignidad. Que aceptemos el gran reto de acción que tú pones delante de nosotros.
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