El mundo clama por justicia. No en vano podemos escribir por tres veces la palabra justicia en el título: Justicia, justicia, justicia. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 6 también clama por justiciacuando afirma
que “Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica”. Para que las personas puedan reclamar justicia, pedir en justicia lo que les pertenece, hay que tener en cuenta este artículo de la Declaración de los Derechos Humanos y hacer que se arraigue en la realidad social.
Muchos tienen este derecho formalmente, teóricamente, o sea, se dice, se publica, se proclama, pero no se cumple. Mayorías presa de la injusticia. Así ocurre con muchos inmigrantes, con muchos de los pobres de la tierra. Son tratados injustamente, nadie les hace justicia, no se plantean si tienen o no personalidad jurídica, si se la reconocen o no, porque sólo les azota la injusticia. Son víctimas que arrastran su existencia, incluso, acosados por leyes injustas.
La Biblia dice, en el libro de Deuteronomio 1:16-17 apoyando este Derecho Humano:
“Y entonces mandé a vuestros jueces diciendo: Oíd entre vuestros hermanos, y juzgad justamente entre el hombre y su hermano, y el extranjero. No hagáis distinción de personas en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios”. También dice en Jeremías 22:3:
“Así ha dicho Jehová: haced juicio y justicia, y librad al oprimido de la mano del opresor, y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar”. La Biblia se preocupa de que se practique la justicia con todo hombre y, especialmente, con los más pobres, inmigrantes, viudas, huérfanos… No sólo hacer con ellos un trabajo asistencial o caritativo, sino fundamentado en la justicia. ¡Haced justicia! Nos dice la Biblia en relación con los débiles del mundo. Son los colectivos bíblicos prototipos de los excluidos del sistema, de los injustamente despojados y abusados. Todo esto va en línea con el derecho que tiene todo ser humano “
al reconocimiento de su personalidad jurídica”.
No dudamos de que en la historia, incluyendo nuestro momento histórico, muchas veces el hombre se ha esforzado en crear estructuras legales escritas para fomentar la justicia social y las normas que deben regir las relaciones humanas para que haya cordura, justicia y la mayor igualdad posible entre los hombres para que todos puedan tener una vida digna. Pero el hombre sigue fallando a pesar de los códigos legales. Habría que buscar un complemento a la legalidad para que esta funcionara de forma correcta y natural.
Hay Derechos Humanos escritos, pero también están los fallos humanos, las insolidaridades, las injusticias cometidas contra el hombre. Los fallos o delitos humanos con respecto a lo recogido en los códigos de derechos, como los Derechos Humanos en nuestros días que, teóricamente, son preciosos y de una valor incalculable, pero que en la práctica se conculcan diariamente, no son fallos típicos del momento actual.
Alguien tiene que velar por el cumplimiento de estos Derechos independientemente de lo escrito, de los jueces, de los políticos. Hay que velar desde la ética, desde la espiritualidad cristiana, desde el amor al prójimo, desde la devolución de la dignidad a los proscritos por el mundo, desde la responsabilidad cristiana ante la pobreza y la opresión, desde los valores del Reino, desde la denuncia: Justicia, justicia, justicia.
Incumplimientos desde que el hombre es hombre, incumplimientos desde la avaricia, el egoísmo, el pecado individual y estructural. Estos fallos y estas problemáticas de incumplimientos de lo escrito, ya se dan en el mundo bíblico. El Antiguo Testamento está lleno de códigos que regulaban el mundo en busca de la justicia. No eran ajenos aquellos tiempos a la injusticia, al hecho de que había muchos hombres a los que no se reconocían sus derechos, a los que dejaban en el desamparo jurídico.
El pueblo de Israel incumplió una y otra vez las normas escritas que mostraban grandes exigencias de justicia. Y esto es simplemente es porque a la estructuración de los códigos de leyes debe seguir algo importante: los cambios personales, la transformación personal, convertir el corazón de piedra en un corazón de carne.
¡Cuánto tenemos que hacer hoy los cristianos en pro de la justicia!... y a veces nos recluimos en nuestros templos dejando fuera al Dios de justicia de ellos. Tenemos los textos bíblicos que, a veces, los incumplimos mientras nos rodeamos de oraciones y de ritos, de alabanzas que no pasan de los techos de nuestros templos, no llegan al trono de Dios: “Haced justicia”, nos dice el Señor… “Venid luego”.
Debemos cambiar… los primeros, los cristianos. Asumir nuestras responsabilidades de cara al hombre, de cara a los Derechos Humanos, de cara a lo expresado por la Biblia. ¿Qué es ser cristiano? Seguro que no es seguir un set de rituales. Ser cristiano es asumir nuestro compromiso con Dios y con el hombre… cambiar, nacer de nuevo al compromiso que Dios demanda de sus hijos. Este compromiso clama continuamente por justicia. Nosotros podemos clamar “justicia, justicia, justicia”, pero se podría repetir hasta setenta veces siete, o sea, hasta el infinito.
Es por eso que el hombre, además de códigos escritos, necesita cambios interiores. De ahí la importancia del Evangelio que exige transformación de la vida hasta el punto de morir al hombre viejo, como diría el apóstol Pablo y nacer al hombre nuevo. Es el concepto de nuevo nacimiento del que habla Jesús. Pero hacer justicia y amar están en relación, deben estar, porque sin amor los cumplimientos no valen nada para Dios.
Necesitamos cristianos auténticos, dados y entregados al compromiso con el hombre que emana del compromiso con Dios, de ser los seguidores de Jesús. Si no trabajamos por la justicia, no habrá tampoco espiritualidad cristiana, será un juego religioso que nos entretiene, pero que nos separa de Dios… no habrá paz, ni siquiera en nuestros corazones… será la paz de los sepulcros, porque la auténtica paz, bíblicamente, está apoyada en la justicia, en le reconocimiento de que todo hombre tiene derecho tanto a su personalidad jurídica, como a que se le haga justicia de forma real y efectiva en su momento histórico.
Los cristianos deberían ser la base de apoyo de todo derecho humano, la voz que clamara por justicia, la voz que fuera una denuncia y protesta por la situación en que están tantos seres humanos ajenos al hecho de ser un portador de un derecho como es el de tener personalidad jurídica, porque la injusticia los está matando, anulando, reduciéndolos a la infravida, al mundo del “no ser” en el que son pasto de los injustos de la tierra… Los cristianos, si en realidad lo somos, no podemos mirar para otro lado, sino repetir: Justicia, justicia, justicia.
Si quieres comentar o