El artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos habla también de que todo individuo tiene “derecho a la libertad”. Nos dice: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Pareciera que hoy no se necesita hablar de la necesidad de hombres libres, de liberar de esclavitudes. Sin embargo hay mil circunstancias por las cuales los muchos hombres no pueden ejercer su libertad. Se la han robado. Hay ladrones de libertades.
La Biblia también se esfuerza por la defensa de la libertad. Conoce mucho de esclavitudes.Condena a todos los ladrones de libertad. Conoce mucho de personas que esclavizan a otras de muchas maneras. Pide firmeza en la búsqueda individual de libertad, pero también reclama libertadores. Muchas cadenas y yugos nos amenazan, pero el Apóstol Pablo en la Epístola a los Gálatas, nos llama a estar firmes en la libertad:
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”. La libertad nos hacer auténticamente seres humanos. Los que roban libertad, roban humanidad e instalan yugos humanos.
No consiste sólo en hablar de Derechos Humanos, no consiste en formularlos como teoría justa. Hay que defenderlos, luchar por ellos, concienciar a la humanidad de la necesidad de que estos Derechos se cumplan. En este caso concreto de la libertad, hay que denunciar y liberar a las personas de los que los han metido en cárceles sin muros ni barrotes, pero cárceles humanas al fin y al cabo. No a los ladrones de libertad.
Los pobres no son auténticamente libres, están determinados por su propia miseria, miseria que les es impuesta, pues no son pobres, sino empobrecidos del sistema, empobrecidos por la rapiña y el egoísmo de sus congéneres, los ladrones no sólo de dinero, sino de libertades. No son libres los analfabetos, no conocen la libertad los que viven con menos de un euro diario, los que no pueden acceder a ningún tipo de capacitación, los que, por las carencias de alimentos, no llegan a viejos o envejecen prematuramente, las mujeres que mueren excluidas de los controles médicos en los partos… A todos éstos se les ha robado su libertad. Son esclavos por el pecado de avaricia de sus congéneres, por los desequilibrios socioeconómicos creados por los acumuladores del mundo.
Así, la libertad no se concreta en la historia y la vida de muchos individuos del planeta tierra, quizás en las vidas de la mayoría de ellos. Han sido robados de dignidad y de libertad. Se han robado las libertades de muchos. ¡Basta de más ladrones! Muchos hombres están subyugados, sometidos al yugo de los que tienen en sus mesas y en sus almacenes sus carencias, al yugo de los que acumulan en sus cuentas bancarias lo que también a ellos pertenece, los impedidos de entrar en un mercado justo, los privados de los mínimos medios para vivir una vida libre y digna.
Es verdad que muchos integrados en el sistema podrían defender que hoy muchos individuos tienen libertad en muchos ámbitos. Quizás se refieran las libertades burguesas, a las libertades de los hartos o ahítos.
También, en las sociedades burguesas y acomodadas que no tienen en cuenta la cantidad de pobres que también hay en medio de ellas, se puede afirmar que no hay problemas de restricción de libertades en el ámbito de la militancia política. Que cada uno es libre del uso de su voto.
Otros dirán que no se está impidiendo la libertad de movimientos —aunque a veces hay total libertad de movimientos de capitales, no tanto para todas las personas del mundo que desearían trasladarse en busca de supervivencia—, pero las propias leyes internas del mercado, las políticas económicas insolidarias y las trabas de las estructuras sociales injustas, impiden que los pobres puedan ejercer su libertad. El mercado injusto, las insolidaridades y la injusticia estructural impiden que los pobres puedan ejercer sus libertades. Se las están robando o se las han robado ya definitivamente.
Para ellos, para los pobres de la tierra, la libertad queda también en algo formal, externo que no pueden manejar. No se sienten libres. Las leyes del mercado son demasiado duras, los mecanismos de producción están controlados y los pobres no tienen libertad de consumo… pasan hambre, no tienen medicinas suficientes, ni acceso en muchos casos al agua potable, ni a la educación, ni a la formación en el trabajo ¡Qué libertad es la de aquel individuo que pasa hambre, que sus hijos no se pueden desarrollar ni capacitarse, que viven en la infravida o que mueren tempranamente por causas vencibles!
Sin embargo, tanto la Declaración Universal de los Derechos Humanos como la propia Biblia, siguen clamando por libertad. Libertad que, en medio de una sociedad mentirosa e injusta, se debe dar, según el texto bíblico, en la verdad, conociendo la verdad.
Quizás ahí está el dilema. Los hombres, en una gran mayoría viven en la mentira, dicen haber conocido la Verdad, refiriéndose a Dios mismo, pero dan la espalda al hombre necesitado, ponen en sus mesas lo que no les pertenece. No conocen la auténtica espiritualidad cristiana.
Sólo si conociéramos la Verdad, y ese conocimiento nos lanzara a la acción, a ser agentes de liberación portando los valores del Reino, seríamos auténticamente libres… y liberadores, manos tendidas a todos aquellos a los que se les ha robado su libertad. Libertadores como lo fue Jesús. Denunciadores de los ladrones de libertad como lo fue él.
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