Yo he usado varias veces la frase: “La escasez del pobre está en vuestras mesas”, frase basada en el aserto crítico bíblico que dice: “El despojo del pobre está en vuestras casas”. Estas frases hoy, desgraciadamente, están en pleno vigor denunciando los laberintos de injusticia del mundo.
Cada vez hay en el mundo ricos más ricos y pobres más pobres. La sima o distancia que hay entre ambos es cada vez mayor. La crisis que empobrece a unos es la misma que enriquece a otros. El mundo está injustamente estructurado y en manos de despojadores en choque frontal contra los valores bíblicos.
¿Ha caído el mundo, realmente, en manos de ladrones?
Si es cierto que vivimos en una sociedad que está injustamente estructurada siguiendo los patrones y las leyes de los intereses de los acumuladores de la tierra, de los más fuertes que tienen bajo sus pies a más de media humanidad, esto afecta también a la legalidad, al concepto de justicia que humanamente se tiene separándose de los parámetros bíblicos.
En medio de todo este laberinto de injusticia, en medio de esta vorágine social creada bajos los intereses de los injustos de la tierra, los seguidores del maestro, los que queremos ser discípulos de Jesús, nos podríamos hacer una pregunta sumamente importante: ¿Es posible vivir la espiritualidad cristiana, celebrar culto a Dios, conformar iglesias del reino de espaldas y silentes ante la injusticia del mundo, ante el sufrimiento de los pobres y excluidos de la tierra, o la espiritualidad cristiana es imposible vivirla sin vivir en compromiso total con la justicia y la solidaridad entre los hombres?
La respuesta bíblica es clara y es imposible ser cristianos silentes ante la injusticia y el despojo de los pobres. Los cristianos silentes son habitantes de ese laberinto de injusticia de la que son cómplices. Pocas preguntas tienen bíblicamente una respuesta tan clara si leemos a los profetas, el contexto bíblico en general y los Evangelios en donde se nos habla de los compromisos de Jesús, sus enseñanzas, sus estilos de vida y sus prioridades. Son en medio de estos laberintos de justicia siguiendo al Maestro por donde los creyentes deben circular ejerciendo la projimidad.
Así, cuando ante la iglesia circulan los injustos asomando de sus laberintos, usando canales de distribución y almacenamiento necio e injusto por parte de unos pocos dejando en la pobreza a más de la mitad de la humanidad, de la misma iglesia debería surgir un grito conjunto que dijera: ¡NO! Cuando vemos a tantos pueblos pobres, en la miseria, y a otros pueblos enriquecidos gastando energías sin límite y de forma insolidaria, deberíamos decir: ¡NO! Cuando vemos que hay más de mil millones de hambrientos en la tierra, mientras otros engordan, malgastan y se dan a un consumismo insolidario, la iglesia debería decir: ¡NO!. Cuando vemos que cada vez hay un pequeño grupo de ricos cada vez más ricos y una infinidad de pobres cada vez más pobres, los cristianos deberían decir: ¡NO! Cada una de estas negaciones es como golpe que rompe las densas paredes de los laberintos injustos.
No cabe duda que si analizamos la situación del mundo, los cristianos silentes se hacen también responsables de las injusticias que imperan en la humanidad. Entran con los insolidarios por los laberintos de injusticia que conducen a la perdición y al despojo de los pobres. Niegan los esfuerzos de la denuncia profética.
A los cristianos silentes, sin duda alguna, su silencio les hace cómplices al igual que a la iglesia silente ante el grito de dolor de más de media humanidad despojada. La iglesia que calla, que no denuncia y que permanece muda ante el grito de los injustamente despojados, no puede ser la iglesia del Reino, sino un habitante más de los laberintos en donde todo está teñido de injusticias.
Esto nos puede interpelar también a nosotros, de forma individual, y hacernos una llamada a nuestra responsabilidad personal. Se nos puede preguntar: ¿La abundancia o superabundancia de que algunas veces disfrutamos, ese bienestar del que disfrutan también muchos cristianos en medio de las sociedades de consumo, está ligado también a la injusticia que sufren los pobres de la tierra? ¡Sal del laberinto injusto! ¿La superabundancia en medio de nuestros pueblos ricos está también ligada a la escasez de los pueblos pobres? ¡Sal del laberinto injusto! ¿Está el despojo de los pobres en nuestras casas como denuncia la Biblia? ¡Sal del laberinto injusto!
Yo he hablado con responsables de iglesias silentes, cristianos a su vez silentes, que me han dicho que ellos no pueden hacer nada, que eso es una cuestión de los políticos, de los economistas de la tierra. Me dicen, como responsables de iglesias, que dejemos trabajar a los Ayuntamientos, a los gobiernos, a los gobernantes del mundo, porque la iglesia no puede hacer mucho. Nosotros, dicen equivocándose, queremos vivir lo espiritual. Permanecen así en el laberinto de las injusticias.
Estas iglesias silentes se equivocan. La denuncia que les compete, el testimonio evangélico que se debe dar en medio de la sociedad, el esparcimiento de los valores del Reino que se debe hacer, su compartir y sus estilos de vida y prioridades, puede ser un revulsivo que cambie el mundo, que lo saque del laberinto de la injusticia.
La iglesia debe estar en un continuo demandar y practicar la justicia, en una continua acción a favor de los injustamente tratados, en una continua concienciación de su labor profética en la tierra, en medio de sus estructuras injustas programadas y construidas por los intereses de los fuertes según el mundo, de los acumuladores y despojadores, de los creadores de injusticias. Leed a los profetas, leed el Evangelio.
Así, pues, ni la iglesia ni los cristianos deben ser silentes, sino que deben estar evangelizando asumiendo como parte de su evangelización el clamor por la justicia, la denuncia de toda estructura injusta de pecado que empobrece a los más débiles. No hay duda de la enseñanza bíblica de que los cristianos deben estar del lado de los débiles del mundo, de los indefensos, despojados y proscritos. Nosotros debemos ser las manos y los pies del Señor a favor de los indefensos, de los injustamente tratados y de los reducidos al no ser de la marginación… los que hagamos saltar en pedazos todo laberinto satánico en donde predominan los colores y los olores de todo lo injusto.
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