Nosotros, los cristianos en general, podemos hablar, pero hay otros que no pueden hacer lo mismo. Unos, porque ya son víctimas del pasado y su voz ha quedado muda, callada por la muerte. Otros, porque se les ha puesto una mordaza para que no hablen o porque no tienen ni la formación ni la motivación, ni las fuerzas suficientes para poder hablar, para poder denunciar.
Las víctimas, los débiles e indefensos presa de las injusticias humanas, amenazados y privados de sus más elementales derechos, no dejan oír su voz, su denuncia es muda, su forma de hacer teología es una teología silente, que sólo Dios puede oír desde los latidos de sus corazones… Es la teología muda. La de los muertos por abusos, violencias e injusticias y la de los vivos humillados y ofendidos que sólo hablan desde la profundidad de su corazón sin poder mover los labios.
Teología silente que no va a sonar desde los púlpitos o altares de las iglesias, que no va a sonar en las páginas de nuestra revista, no va a hacer ningún ruido en los modernos y potentes medios de comunicación social. Protesta muda, silente, tensa como el silencio que, a veces, es molesto. Son las bases de una teología muda.
Esa teología muda, esa protesta silente, esa forma de vivir la vida por parte de muchos en soledad silenciosa y con miedo, necesita de voces que no sean precisamente la de las víctimas actoras de esta teología muda: Se necesitan voceros que hablen desde los púlpitos a favor de los que les han arrancado la lengua, si no de una manera literal, sí de una manera que ha acallado sus voces. Hablar no en su lugar, sino en su nombre.
¿Cómo llega el silencio de los maltratados, de aquellos a los que se les ha privado de sus derechos, al Dios de la vida? ¿Quién escucha ese clamor silente? ¿Quién transformará esa teología muda en la teología del grito, en la teología que se apoya en el megáfono de Dios para potenciar su voz de denuncia? ¿Dónde está la tan nombrada
“voz de los sin voz”? ¿Hablarán las piedras si nos callamos nosotros?
Es imperativo que la voz de los maltratados, aunque sea a través de la “voz de los sin voz”, resuene en todos los medios posibles. Que resuene en Internet, en las televisiones del mundo, en la prensa diaria, en los púlpitos de las iglesias, de las catedrales… Que todo el mundo sepa que existen personas que no sólo han sido privadas de sus derechos, de su economía, que están en el sufrimiento, en la miseria y que, además, no tienen voz. Por allí es donde se mueve la teología silente que ellos hacen, la teología muda, teología que nos interpela tanto o más que la que se hace desde los púlpitos y desde los seminarios.
Es necesario, es urgente, es legítimo, es bueno que algunos presten su voz a estas teologías mudas, a estos gritos silentes. Si no, no hablemos de projimidad, no hablemos de amor al prójimo… no hablemos del amor a Dios. Mejor que nos dediquemos a gritar en los campos de fútbol o a cantar como posesos músicas estentóreas. La voz que se presta a los silentes del mundo, debe ser una voz comprometida, una voz de amor y de liberación, de justicia.
Tenemos que hacer lo posible para que esa voz llegue a sonar en los oídos de la humanidad entera. Debemos usar el amplificador que Dios nos puede prestar para que atronemos al mundo. La voz que salga a través de ese megáfono de Dios, no la podrá acallar nadie. La teología muda se convertirá en un clamor sonoro clamando por justicia, por derechos, por misericordia para los maltratados y quebrantados del mundo, para aquellos que, al robarle sus derechos, les han robado su dignidad.
Sólo si actuamos con voz solidaria y amorosa, llegará a los oídos de Dios como olor suave, fragante. La voz de amor y solidaria no la va a confundir Dios con
“el metal que resuena o címbalo que retiñe”, porque es voz de amor, solidaria en busca de la justicia. Dios, así, nos ayudará para que esa voz llegue a los confines del mundo, a toda la humanidad, que traspase palacios, sedes de gobiernos, estructuras económicas injustas que pueden ser cambiadas y destruidas, voz prestada a los sin voz, que suena en el nombre de ellos:
“Por mí lo hicisteis”, será la respuesta del Señor para todas aquellas voces solidarias.
Tenemos que pedir ayuda a Dios para que nuestra voz sea realmente efectiva. Que no sea una voz teñida de paternalismo fofo, sino una voz que busca que también los sufrientes e injustamente tratados puedan llegar a ser sujetos de su propia liberación, que no hablemos sólo en lugar de ellos, sino en su nombre, una voz humilde que se apoya en el poder de aquél que nos puede empoderar y hacernos fuertes en nuestra debilidad, que nos puede convertir en actores de cambio, agentes de liberación, de salvación.
Realmente, si usamos nuestra voz bien, se trataría de que ellos, los de la teología silente, la teología muda, puedan llegar a tener una voz real y clara que clame por su liberación y por su restitución en justicia. Que ellos puedan llegar a ser los agentes de su propia liberación… con la ayuda de Dios.
Para esto, no pedimos violencias con palos, ni con puños, ni con armas. Sólo la violencia de una voz justa que cambie el mundo, una denuncia sin odio, pero con firmeza por amor a los sufrientes, a los desclasados, a los injustamente tratados, a los pobres de la tierra.
En tu nombre hablamos, Señor. Queremos ser empoderados por ti, que nos conviertas en agentes de cambio, en actores de una liberación que los silentes del mundo necesitan. Que nos ayudes a convertir la teología muda o silente, en un manantial de voz que transforme al mundo, que transforme los corazones y llene la tierra de nuevos valores, los valores del Reino que tú, en tu misericordia y amor a los hombres, nos dejaste como modelo.
Escucha, Señor, la teología muda y conviértela, usándonos a nosotros como agentes del Reino de Dios, para que la voz de los sin voz, hablado en su nombre y en el tuyo, transforme nuestras sociedades y nuestras vidas.La teología muda es un horror, un escándalo cuyo silencio se convierte en un ruido atronador de las conciencias.
Si quieres comentar o