Me vais a permitir que me imagine lo que la Declaración de los Derechos Humanos que estamos comentando desde hace ya siete meses, podría decir en torno al sufrimiento de Jesús, en torno a su pasión y muerte. En torno a los gemidos del dios preso.
No lo hago como un juego de ideas, ni de entretenimiento intelectual o de entremezclar situaciones del pasado y de lo que se podría decir hoy, sino para que también seamos conscientes, desde nuestro aquí y ahora, cómo se podrían valorar estos acontecimientos los que conocemos y defendemos los Derechos Humanos.
Dice la Biblia:
“Así que, entonces tomó Pilato a Jesús y le azotó. Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza… y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le daban de bofetadas… Y le golpeaban en la cabeza con una caña, y le escupían…”. Nos acordamos de los gemidos del Dios preso.
¿Qué podrían decir hoy los Derechos Humanos ante este caso? El artículo 5 de la Declaración Universal nos dice: “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”. Lo que pasa es que, de alguna manera Jesús sigue hoy soportando y sufriendo de manera similar.
Aún están ahí los gemidos del Dios preso. ¿Cómo? Sufriendo con los que hoy sufren de torturas, por penas o tratos crueles, tratos inhumanos o degradantes. Jesús, si nos fijamos en textos bíblicos como el de Mateo 25 u otros, en su frase referida a los que sufren, dice a los torturadores: A mí lo hicisteis, malditos de mi Padre, y a los consoladores y buscadores de justicia: “Por mí lo hicisteis, benditos”.
Por eso puede tener algo de razón el que algunos hablen de los crucificados de la historia de hoy, de Jesús crucificado hoy con los crucificados del mundo. Yo creo que si los cristianos podemos incidir para que este Derecho Humano se cumpla evitando torturas, penas, tratos crueles, inhumanos o degradantes, Jesús recibe nuestra acción con las palabras
“Benditos de mi Padre”. Podemos aliviar hoy los gemidos del Dios preso.
También pensemos seriamente en su contrapartida a los torturadores llenos de crueldad e inhumanos: “Malditos de mi Padre”. Malditos torturadores, crueles, inhumanos, degradantes de la dignidad humana, derramadores de sangre, perseguidores, enemigos de la justicia.
Jesús fue objeto de un juicio popular, en donde muchos presentes del pueblo tenían que decidir. Un juicio popular injusto. En ese juicio popular, un gobernador, Pilato, hace también una comparación injusta. Compara a Jesús con un preso malvado y famoso por su práctica de maldad: Barrabás.
Allí
se nos presenta una escena terrible: Jesús, el Dios tres veces santo, comparado con un malhechor famoso por sus actos malvados. Pilato se dirige a esa especie de jurado popular injusto: “¿A cuál de los dos queréis que os suelte?”. El jurado popular grita con ojos inyectados en sangre por la propia crueldad injusta:
“¡Suéltanos a Barrabás!”. Y con respecto a Jesús gritaban todos a una:
“¡Sea crucificado!”. Jesús, injustamente juzgado por este especial
“jurado” popular… Se dan los gemidos del Dios preso. Barrabás, el ladrón, el malhechor, fue injustamente liberado… las sonrisas del malvado.
¿Qué nos dirían los Derechos Humanos hoy? También para esto hay respuesta. Dice el artículo 9:
“Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado”. Y el artículo 9 se refuerza con el artículo 10:
“Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial...”.
La Biblia apoya siempre lo justo. Dice el salmo 27:
“No me entregues a la voluntad de mis enemigos; porque se han levantado contra mí testigos falsos, y los que respiran crueldad”. Jesús está con los injustamente detenidos, falsamente acusados por los que respiran crueldad. Se dan los gemidos del Dios preso y condenado.
Jesús se preocupó de los presos que no han sido tratados con justicia. Ya en su declaración programática de Lucas 4, citando al profeta Isaías, se acuerda de los cautivos a los que les quiere pregonar libertad, de los oprimidos a los que quiere liberar.
La Biblia se a cuerda de los presos, de los injustamente juzgados. La Biblia, que como hemos dicho es materia primera para todos los cristianos, por encima del texto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nos dice:
“Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también vosotros mismos estáis en el cuerpo” (He. 13:3). Muy relevante y que viene muy bien acordándonos de Jesús, nos dice el texto del salmo 79:11:
“Llegue delante de ti el gemido de los presos; conforme a la grandeza de tu brazo preserva a los sentenciados a muerte”. Nos hace recordar la pasión de Jesús, sus gemidos, pero quizás debemos contextualizarlo en nuestro aquí y en nuestro ahora, acordándonos del gemido de los presos de hoy, de los sentenciados a muerte en tantos casos por errores o por juicios injustos.
Queremos saludar y dar las gracias a los que hoy visitan las prisiones, a los que se preocupan por los sentenciados a muerte. Yo, que he estado un tiempo visitando la prisión de Navalcarnero, sé de las experiencias que tienen todos aquellos que están atentos al gemido de los presos. Es como servir al Dios que sigue preso con muchos de ellos, como aliviar los gemidos del Dios preso.
Nos acordamos de ti, Señor, en tu pasión, de tu juicio injusto, de tus gemidos, de tu pena de muerte en la cruz. Ayúdanos también, Señor, a acordarnos de los gemidos de los presos de hoy, como un servicio a ti, que lo aceptas como si te estuviéramos visitando a ti mismo.
Nos acordamos en esta Semana Santa de todos los maltratados, torturados, injustamente tratados o cruelmente ejecutados. Que en esta Semana Santa llegue delante de ti el gemido de los presos, delante de nosotros también, tus seguidores.
“Y nosotros, pueblo tuyo, y ovejas de tu prado, te alabaremos para siempre”. Señor, haz que en esta Semana Santa… que siempre, seamos sensibles a las injusticias humanas, al gemido de los injustamente procesados y condenados a muerte… como fue en tu caso aunque reconocemos que detrás de todo estaba tu esfuerzo redentor.
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