Hay que hacer toda una concatenación de ideas en la Biblia para mostrar que, realmente, en la Biblia se defienden tanto los Derechos Humanos, como su parte concreta de los Derechos Económicos. Dios es el que da la dignidad a los hombres, dignidad que emana del hecho de ser creados a imagen y semejanza del Creador. Por tanto la Biblia es la que nos ilumina en torno al hecho de la dignidad humana, de lo que puede ser una vida digna.
Todo lo que rastreemos a través de la Biblia sobre los derechos de la humanidad, o sobre los derechos económicos y sociales que el hombre tiene, va a ser simplemente una concreción inevitable del derecho inalienable del hombre a tener una vida digna en unas condiciones humanas y socioeconómicas totalmente de acuerdo con la dignidad humana. Los ladrones de dignidad y de haciendas son en la Biblia los
“malditos de Dios”.
Jesús era experto en sufrimiento, experimentado en quebranto… se pone del lado de los débiles. También el Dios de la Biblia, el Dios Padre, es el Padre de huérfanos y defensor de viudas, valedor de los extranjeros empobrecidos, de los inmigrantes, defensor de los débiles y sufrientes, demandador del cumplimiento de todo derecho humano de los oprimidos e injustamente tratados. En cierta manera son los “benditos de Dios” que, en el Nuevo Testamento se aplica también a los defensores de los derechos humanos de los pobres e injustamente tratados: “Benditos de mi Padre”.
Dios es el Dios que se estremece ante la aflicción de su pueblo. Así tenemos en la Biblia toda la historia del éxodo del pueblo de Israel liberado por Dios, el Dios que oye el clamor de los oprimidos, de los angustiados:
“Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos…” (Éxodo 3:7-8). Dios sufre con la pérdida de derechos de su pueblo oprimido. Así, la liberación de los oprimidos, la búsqueda de justicia y derecho a los que padecen violencia, la restauración de los derechos de las personas que son privadas de ellos, la denuncia de los opresores,
“malditos de Dios”, que abusan de los más desvalidos, la defensa de los
“benditos de Dios”… van a ser las constantes bíblicas, no sólo en los libros proféticos sino en toda la Biblia.
Una preocupación especial de Dios es la defensa y restauración de los Derechos Económicos, la lucha por la superación de las circunstancias anómalas e injustas que se creaban entre acreedores y deudores, en donde los deudores debían, en muchas ocasiones, vender a sus hijos como esclavos o esclavizarse a sí mismos. Dios no puede aguantar los abusos de estos acreedores
“malditos de Dios” que llevaban a la pérdida de dignidad y de derechos de los deudores debido a los intereses abusivos que los acreedores imponían. Las descripciones bíblicas entre deudores y acreedores, son simplemente la búsqueda de justicia y derechos para los privados de ellos.
Dios interviene para defender los derechos económicos de los débiles:
“Cuando prestares dinero a uno de mi pueblo, al pobre que está contigo, no te portarás con él como logrero, ni le impondrás usura” (Éxodo 22:25).
“No exigirás de tu hermano interés de dinero, ni interés de comestibles, ni de cosa alguna que se suele exigir interés” (Deut. 23:19).
Estos textos son importantísimos porque muchos perdían todos sus derechos y eran reducidos al no ser de la pobreza y marginación, robándoles su dignidad, precisamente porque necesitaban pedir prestado no sólo dinero, sino que, como se ve en el texto de Deuteronomio, también comestibles o semillas… Eran préstamos simplemente para poder sobrevivir con cierta dignidad, no para un consumismo desmedido ni lujoso. Era la supervivencia de los pobres a los que luego se les exigían intereses usureros. Había que defender los derechos, por simple humanidad, de estos colectivos empobrecidos, presa de los usureros que ponían en sus mesas el despojo de los pobres.
Los derechos económicos que eran imprescindibles para conservar los más elementales derechos humanos, son defendidos también en la Biblia con la institución de los “años sabáticos”en los que había que hacerse una remisión de las deudas. Había que perdonar al deudor, al prójimo pobre que había necesitado pedir prestado, todo aquello que le haya sido prestado. Cada siete años había que hacer remisión de las deudas.
Es la preocupación de Dios para que no haya acumulaciones grandes y personas que no tienen nada, que no tienen ningún derecho económico. Las acumulaciones son malditas:
“¡Ay de los que acumulan casa a casa y heredad a heredad!…”. Eran los malditos de Dios, para ellos el “ay” divino, el “ay” de maldición. Dios se convierte en el defensor de los derechos económicos y humanos de los pobres, de los oprimidos. Así dice a los acumuladores:
“¿Habitaréis vosotros solos en toda la tierra?”. Se hace así una distinción entre los malditos y los benditos de Dios, una queja divina, ayes, contra los acumuladores que privan de los derechos a los más débiles.
Otra preocupación de la Biblia por los Derechos Económicos y Humanos de los débiles y sufrientes del mundo, es el año jubilar o el jubileo con el que entronca Jesús mismo en su presentación pública en la sinagoga. Había que contar siete semanas de años y, cada cincuenta años, todos los deudores empobrecidos e insolventes se veían perdonados, restablecidos en sus derechos económicos.
Así, los desiguales repartos, las injusticias en cuanto a la distribución de las tierras y de sus bienes, que pertenecen a todos, eran eliminados. Todos podrán recuperar lo suyo, sus bienes patrimoniales. Las tierras quedaban libres y volvían a sus antiguos propietarios. Quizás hasta los acumuladores se podrían liberar de la maldición y de los ayes divinos.
Jesús, en cierta manera, cuando en la sinagoga de Nazaret abre el libro del profeta Isaías enlaza con un año agradable del señor en donde habrá buenas nuevas a los pobres, sanidad de los quebrantados, libertad a los cautivos, vista a los ciegos y libertad a los oprimidos. Jesús no estaba ajeno a la defensa que se hace en la Biblia, en los profetas, de los derechos económicos y humanos de los pobres e injustamente tratados.
Hoy, su iglesia y sus seguidores deberíamos plantearnos si tenemos las mismas prioridades bíblicas, si somos los defensores de los derechos humanos de los proscritos, desclasados, torturados, empobrecidos y robados de dignidad… si estamos entre los malditos o los benditos de Dios.
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