Alegraos, pueblos de la tierra, desclasados del mundo. Buscad consuelo los sufrientes de una sociedad injusta. Avanza el Adviento. La Navidad se aproxima. Se acerca el momento en el que las profecías dicen que “se alegrarán el desierto y la soledad, el yermo se gozará y florecerá como la rosa”.
Así, pues, eliminad vuestro desierto y vuestra soledad. Alegraos y cantad con júbilo. Las promesas se cumplirán, se están cumpliendo. Tenemos un Dios que cumple, un Dios que se acerca, que viene. Abrid vuestro corazón todos, abridlo pobres de este mundo. Abridlo con esperanza para que vuestro corazón, en medio de los sufrimientos, opresiones y despojos, pueda llenarse del olor del Adviento. Hasta el desierto debe florecer como la rosa. Recuerda las promesas que se han de cumplir, también en ti:
“El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manantiales de agua”.
No te predicamos resignación, ni que dejes de luchar por lo justo, por tus derechos humanos, por el hecho de que los valores bíblicos se cumplan. La lucha debe continuar, pero deja un lugar en tu corazón a la esperanza: Espera al Señor, espera en el Señor siempre. Es el Adviento, el tiempo de expectación y de esperanza.
Tenemos que hacer Adviento para que se cumplan las profecías:
“Ya no habrá león, ni fiera subirá por él, ni allí se hallará, para que camines como un redimido”. Los obstáculos hay que allanarlos, hay que enderezar la calzada y preparar los caminos. El Señor viene. Los leones y las fieras tienen que dejar paso a caminos rectos para que podamos caminar todos como los redimidos del Dios que viene. Aguas serán cavadas en el desierto de tu vida y torrentes en tu soledad. El Señor se acerca: esperanza de todos los pueblos y naciones. No temas.
“Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios”. Continuad en la espera esperanzada y activa. Nos acercamos a la Navidad. Paso a paso. Tenemos que hacer, por tanto, una gradación de la alegría. Pasan los días de Adviento, los domingos de Adviento, las semanas de Adviento. Cuanto más se acerca el tiempo, más emoción, más alegría, más ternura del corazón, más esperanza. El Señor nacerá pobre para identificarse con vosotros, pobres de la tierra, pero Él es el Todopoderoso. Las profecías nos dicen:
“Porque un niño nos es nacido… y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, príncipe de paz…”. Él confirmará su imperio en juicio y en justicia.
Yo creo que bajo el concepto de justicia podemos enlazar de nuevo con los Derechos Humanos. Dice el Artículo 10:
“Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia…”. “Todos los seres nacen libres e iguales en libertad y en derechos”, nos dice el Artículo 1.
“Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamadas por esta Declaración”, nos dice el Artículo 2.
Por tanto, tenemos que decir, desde la formulación de esta serie sobre los Derechos Humanos, que éstos también buscan el juicio y la justicia, salvo que los pervirtamos los hombres en su no aplicación.
Pero la llamada del Adviento es confiar más en los valores del Reino que van a irrumpir en nuestra historia con el nacimiento de Jesús, que confiar en formulaciones humanas. Merece, pues, la pena la espera. Este Príncipe de Paz no nos va a defraudar. Estad pendientes del tiempo, de esta gradación de la alegría, del júbilo… y cantad. Se acerca vuestra salvación, vuestra liberación. Es el mismo Dios el que viene a salvaros.
¡Cantad! ¡Aclamad! ¡Entonad salmos a su nombre! Leed el capítulo 12 de Isaías en donde se nos anima a cantar con regocijo y júbilo porque se cumple la promesa. El profeta quiere que todo esto sea sabido por toda la tierra y explota de alegría clamando:
“Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel”. Final glorioso, es la apoteosis del gozo… el corazón se rompe de alegría en la culminación del Adviento.
Zacarías ya lo predijo y nos anima a dar voces, pero voces de júbilo:
“Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”.
Entonces, pueblos todos, el llamamiento es para alegrarse no solamente un poco, sino para que el corazón explote de alegría… también vosotros, pobres, oprimidos y excluidos, porque hay esperanza, porque muchos quisieron ver y oír lo que vosotros habéis visto y oído y no lo vieron. Somos unos privilegiados.
Os animo, pueblos todos, pobres de la tierra, a que viváis un Adviento permanente. Las profecías se cumplieron, Dios vino. La espera mesiánica en la que vivieron los profetas, nosotros podemos superarla. Hemos podido ver lo que otros desearon ver y no vieron. Hemos visto el cumplimiento. Pero tenemos otras expectativas, otra expectación, nuestro “nuevo Adviento”. Podemos unirnos al grito de los primeros cristianos que también vieron el cumplimiento de las promesas, para saludarnos con este grito: ¡Maranata! Que no significa otra cosa que Jesús viene, ven Señor Jesús.
Por tanto la expectación no debe pararse después del Adviento, porque debemos estar vigilantes y preparados para la Segunda Venida. El Apocalipsis culmina con estas palabras:
“Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven Señor Jesús”. Libéranos del dolor, de la pobreza, de la opresión, de toda enfermedad… que los hombres nos amemos los unos a los otros. La razón es sumamente clara: El mismo Dios vendrá y nos salvará.
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