Nuestras “puertas religiosas” son demasiado permeables al mal. La Biblia nos advierte contra este mal que se cuela por las rendijas de las portones eclesialesy nos dice:
“Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y nosotros somos para Él”. También afirma:
“Ya no hay judío ni griego…”El artículo 2 de los Derechos Humanos nos demanda la aplicación de derechos y libertades sin distinción de
“origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”…
Deberíamos reflexionar sobre estos textos buscando un baño de humildad que eliminara los males de los que hablamos en el artículo anterior en torno a ciertas prepotencias que se dan entre los hombres, incluyendo a los creyentes. Si nuestras “
puertas religiosas” son demasiado permeables al mal, a los males contra el prójimo, debemos acudir a la Biblia en busca de auxilio.
Textos como los citados al inicio deberían eliminar y alejar de nuestras
“puertas religiosas” ese mal que se da entorno a las oleadas de inmigrantes, incluso entre los que están dentro de nuestras puertas, dentro de nuestras iglesias: el etnocentrismo, la prepotencia cultural, el no saber practicar la interculturalidad, el considerar a nuestros hermanos de allende las fronteras como a miembros de segunda categoría en lugar de considerarlos como nuevos miembros con todos sus deberes y derechos y nuevos ciudadanos de España… los pecados contra el concepto de projimidad.
Las culturas, y más dentro de nuestras “puertas religiosas”, deben actuar de forma abierta hacia las otras culturas y en un plan de igualdad y de pluralidad respetuosa y sin prepotencias ni deseos de asimilaciones culturales fagocitarias de las culturas autóctonas para con los nuevos ciudadanos trabajadores extranjeros en España. Eso es trabajar dentro del concepto de projimidad que nos dejó Jesús. Debemos de eliminar de nuestras iglesias el eurocentrismo, además del etnocentrismo.
Es verdad que el artículo 2 de los Derechos Humanos nos demanda la aplicación de derechos y libertades sin distinción de “origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”… pero muchos son pobres o, al menos, no de los ricos de este mundo. No se trata de la valoración de los deportistas de élite, o de actores ya consagrados de cine… son personas que luchan por encontrar un lugar de trabajo para dar de comer a sus hijos.
Ante esta presión, muchos aceptan todo tipo de situaciones anómalas y, en muchos casos, se abusa de ellos o, en su caso, los dejan tirados sin pagarles. No se les considera objeto de derechos y libertades. No debe ser así dentro de nuestras
“puertas religiosas”. Serían puertas religiosas no cristianas, alejadas de la espiritualidad auténtica que han de vivir los que siguen a Jesús.
Los cristianos debemos recordar y defender que ante los derechos y libertades de toda persona, no hay jerarquías entre razas y culturas. Ante estos derechos, ante esta Declaración que avala la Biblia, los prejuicios y estereotipos históricos racistas de la cultura occidental, deben caer hechos pedazos.
Dentro de nuestras
“puertas religiosas”, si son auténticamente cristianas,
“Ya no hay judío ni griego…”. Es lo que afirma rotundamente la propia Biblia que, aunque los cristianos digamos que es más importante que cualquier otra Declaración, no es menos cierto que los Derechos Humanos y la Biblia están en línea de defensa de los débiles, de los privados de derechos y libertades.
Ante esto, por tanto, los iconos de la xenofobia con sus recelos y fobias a los grupos étnicos diferentes deberían ser desechados del mapa de los humanos en general, más aún de los creyentes que deben ser agentes del Reino que luchen y trabajen en estas líneas de dignificación humana. Estos iconos de la xenofobia, las prepotencias, los racismos… deberían ser frenados por los filtros que deben contener las
“puertas religiosas” auténticas.
Los seguidores de la Biblia, que se deben sentir implicados en ser seguidores también de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, deben afirmar que la xenofobia que rechaza y excluye a toda identidad cultural ajena a la propia repugna hoy, afortunadamente, a la inteligencia humana, además de ser un pecado que no se debe colar fácilmente por nuestras puertas o portones eclesiales.
No nos descuidemos, por tanto, los cristianos de ser la voz y la sensibilidad que trabaja por la difusión y el cumplimiento de los Derechos Humanos en el mundo… más aún dentro de nuestras puertas, también las
“puertas religiosas” en donde se lee y estudia un texto aún más comprometido con el hombre que la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos: La propia Biblia.
Cuidemos el que, al menos en nuestras iglesias y en nuestros círculos de influencia, se filtren los etnocentrismos, así como también los eurocentrismos excluyentes. Necesitamos
“puertas religiosas” que frenen, que filtren, que sirvan de ejemplo que avale las denuncias que los creyentes debemos practicar en torno a todos estos temas.
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