“Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración sin distinción de… origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”… (Artículo 2, punto 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).
El incumplimiento de este artículo nos puede hacer caer en el peligro de los etnocentrismos. Culturas etnocéntricas, sociedades etnocéntricas, iglesias etnocéntricas… Iglesias eurocéntricas. Todo esto produce un empobrecimiento cultural y un empobrecimiento de la vivencia de la auténtica espiritualidad cristiana que nos demanda una apertura misericordiosa ante todo hombre con independencia de su color, lengua, nivel cultural, económico o social.
Es el peligro del etnocentrismo en nuestras iglesias, que añadido al eurocentrismo, impide que muchos nuevos miembros procedentes de allende los mares y las fronteras, con otros patrones culturales y otras identidades no puedan desarrollar, de una forma intercultural, su integración plena en iglesias españolas. No digamos si hablamos de los ámbitos socioculturales en los que se tienen que desenvolver tantos inmigrantes en España o en cualquiera de sus países de acogida.
Muchas veces se dan las prepotencias culturales insanas, pensando que nuestras culturas son superiores. Se da en iglesias que potencian el etnocentrismo y el eurocentrismo. Hay que hacer que esto salte hecho pedazos para que nos podamos abrir a la interculturalidad y que podamos ver al hermano en el multiforme rostro de Dios mismo… como si estuviéramos ya en la Nueva Jerusalén.
El abrirse a la interculturalidad implica el abandono de toda prepotencia o idea de superioridad para situarse ante el otro en pie de igualdad o, si se quiere, como dice la Biblia, considerando al otro, al diferente, como superior a nosotros mismos. Las culturas abiertas, también en el seno de la iglesia, se enriquecen. ¡Cuánto trabajo de este tipo intercultural se podrían hacer en nuestras iglesias para un mayor conocimiento mutuo, entre culturas… lo no conocido da cierto miedo. Cuando se conoce, podemos caer en lo más positivo del abrazo entre los hombres, entre las culturas.
Además, podemos alabar a Dios por el privilegio del encuentro con el hermano que, quizás, viene de un país diferente, o con un nivel cultural diferente, con patrones identitarios que conforman su personalidad y forma de ser un tanto distintos de los nuestros… pero tenemos que gozarnos en la casa del Señor en la alegría del encuentro. Todos saldremos enriquecidos.
Igualmente en el ámbito social y económico. La iglesia puede ser un factor importantísimo para que se cumplan los Derechos Humanos en esta área que estamos comentando. Es la forma de ser sal y luz en medio de este mundo. Este artículo debería resonar en el mundo, en todas las sociedades, tanto del mundo rico como en el mundo pobre, como saliendo de la boca de la iglesia, de la boca de los servidores de Dios, de un Dios que es Padre de todos.
Los cristianos debemos saber que éste no es sólo un mal que se da sólo contra la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sino también contra la propia Biblia en donde se deja claro que Dios no hace distinción de personas. La Biblia nos dice que sólo hay un Dios, el Padre de todos. Esto debería abrir puertas de acogida sin etnocentrismos ni prepotencias, procurando vivir la interculturalidad que respeta por igual todas las culturas, que enriquece en la apertura al otro y que no crea círculos clausos empobrecedores, como ocurre con el etnocentrismo.
También el eurocentrismo impide que el culto a Dios se haga de una forma abierta desde todas las culturas, desde la participación de las identidades culturales de todos los que se reúnen en la iglesias de Dios en donde no hay extranjeros, ni debe haber pobres, ni ricos, sino que todos debemos actuar y comportarnos como hijos de un mismo Padreque sabe valorar lo pequeño, lo diferente, lo débil… que para él es fortaleza y para nosotros debe ser poder de Dios.
Las iglesias, así, deberían cambiar mucho, hacerse no sólo multiculturales en donde se reúnen grupos por proveniencia de países, razas o lenguas, sino que todos nos debemos interrelacionar en plan de igualdad, buscando no sólo la alegría del encuentro que ya es algo extraordinario en sí, sino la alegría del enriquecimiento mutuo.
Para eso las iglesias se deben preparar para vivir en fraternidad la interculturalidad, la relación entre todas las culturas sin ningún tipo de prepotencia, sin que queramos ser culturas fagocitarias como cultura dominante, en humildad y valoración mutua. Será el abrazo en la tierra que hemos de vivir en el cielo, en la Nueva Jerusalén. Es acercar el Reino de Dios y sus valores a todos los hombres. Pensemos, así, sobre la problemática y dificultad que nos presenta tanto el etnocentrismo como el eurocentrismo… y vivamos la espiritualidad cristiana en amor.
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