Sí. Un corazón especial es demandado para ir tratando y entendiendo estas temáticas. Un corazón que se sensibilice y tenga cuidado ante la sumisión, la opresión, con que, en muchos casos, los fuertes someten a los débiles para seguir ascendiendo en su escalada social.
En la Biblia se ve como una tendencia a la defensa de los que están abajo, la defensa de los pobres y proscritos, la defensa de esos colectivos bíblicos que representan a todos los grandes grupos de población marginados, empobrecidos y débiles del mundo: Los huérfanos, las viudas y los extranjeros. Los que creemos y respetamos la Biblia, deberíamos tener un corazón especial para todos estos proscritos y desclasados.
La iglesia, al menos de una forma light, siempre ha respetado y aún trabajado por estos colectivos, pero de forma insuficiente. Necesita potenciar este corazón especial. Si la iglesia hubiera tomado esta tendencia de Jesús con un mínimo de radicalidad, acercándose a su Maestro en la defensa de los pobres, sufrientes y excluidos de la historia, podría ser no solamente la gran defensora de los Derechos Humanos, sino una referencia para la lucha por la justicia en el mundo. Los cristianos responderíamos a la demanda de un corazón especial.
El mundo sería diferente si los cristianos trabajáramos por evangelizar las culturas y los pueblos con los valores del Reino que rescata a los últimos y los pone en los primeros lugares…, pero somos todavía muy invisibles en estas áreas.
Por tanto,
os escribo un poco más sobre el artículo 2 de los Derechos Humanos:
“sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Los tratos con distinciones según la situación socioeconómica y cultural, las prepotencias, las subordinaciones y las opresiones injustas, están ahí ancladas en las estructuras socioeconómicas de poder, en estructuras de pecado difíciles de erradicar. Responden al hecho de que nos comportamos con un corazón duro. Nos falta ese corazón especial demandado para con los pobres.
En España y en el mundo podemos oír y ver actos racistas, xenófobos, nuevas esclavitudes que se dan en nuestros ambientes, prepotencias como si no todos fuéramos iguales, sumisión de los débiles que, muchas veces, coinciden en la mezcla que se da muchas veces en la inmigración: La mezcla de ser extranjero y pobre. Más que ser extraño o extranjero, el problema es ser pobre, desclasado, abandonado del dios Mamón.
“Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza…”. Muchas veces es la pobreza la que da el tinte negativo al ser extranjero, pero si se agrega la pobreza al color de la piel, a la diferencia racial y de lengua, a las formas culturales diferentes, se produce el desprecio a la diferencia. Así, el desprecio a los diferentes se da en las plazas, en las calles, en los mercados, en los centros médicos… quizás en las iglesias. Pero siempre se da la circunstancia de ser el “diferente”, pobre, que no camina en los brazos y con la protección del dios de las riquezas.
Cuando no se responde a la demanda de ese corazón especial para con los oprimidos y marginados de la tierra, el diferente rico sigue siendo alabado y admirado por todos sin importar sus características de raza, etnia, lengua o religión. Cuando los cristianos caemos en estas admiraciones y, en el caso de los pobres, en estos desprecios, estamos contraviniendo los valores bíblicos, estamos siendo arrastrados por otros valores que son contracultura con el Evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios.
“Sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma”, gritan los Derechos Humanos. “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, clama la Biblia. El efecto de estas afirmaciones no tiene el eco que debería tener. Nos falta responder a la demanda de un corazón especial.
Quizás los cristianos no gritamos ni clamamos con la suficiente fuerza, nuestra voz profética no llega a ser el grito a “voz en cuello” como nos anima la Biblia. Vivimos un cristianismo tan intimista y tan poco comprometido, que pasamos casi inadvertidos sepultando los valores del Reino bajo tierra sin buscarles los justos intereses que el Señor algún día nos demandará a todos. El corazón se nos enfría.
Hay que reconocer que en Europa en general resurgen el racismo y la xenofobia, la intolerancia, el antisemitismo. Grupos políticos en contra de la acogida a los extranjeros, grupos xenófobos… ¡Cuantos cristianos o llamados cristianos entre ellos!
Desde aquí una llamada a la vivencia de un cristianismo integral, comprometido en la defensa de los valores del Reino, en la defensa de los esfuerzos de hombres que, guiados por el Espíritu de Dios, trabajan por un mundo más justo, solidario y dignificador de aquellos que han quedado en los últimos lugares, allí donde la infravida impide el desarrollo humano de personas creadas a la imagen y semejanza del Creador. Una llamada a un vivir con un corazón sensibilizado y solidario… especial.
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