Dice el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que “todos losseres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Tremenda expresión. Todos los hombres libres e iguales. La igualdad y la liberación nos son dadas por Dios. Dios nos ha creado a imagen y semejanza suya. De ahí nace nuestra dignidad y nadie se la debe arrebatar a nadie… aunque, desgraciadamente, haya en el mundo ladrones de dignidad. Sólo este concepto de dignidad debería crear en el mundo unas dinámicas generadoras de libertad e igualdad, de solidaridad y de justicia.
Yo, que conozco bastante el ámbito de la pobreza urbana de las grandes ciudades del mundo rico, el llamado Cuarto Mundo Urbano, tratado por mí mucho más que otras pobrezas severas que se dan otros lugares del mundo pobre, no sé si me atrevería a gritar ante un excluido de los bienes materiales, sociales y culturales,
que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.
¡Cuántos pobres hay condicionados de origen por su entorno de nacimiento, por haber nacido en un foco de pobreza que le condiciona de por vida!Adquieren una mentalidad de
fatum o destino de la que no les es fácil desprenderse. Muchos nacen ya sin libertad, sin igualdad… nacen presa del fatum o destino de los pobres que se desarrollan en los terribles focos infectos de pobreza. Teóricamente, formalmente, nacen libres e iguales. Pero sólo teóricamente o desde el punto de vista formal. Su triste realidad les rompe toda posibilidad de igualdad o de libertad. Nacen ya condicionados, determinados.
Así,
los que trabajan por el cumplimiento de los Derechos Humanos, deberían comenzar por crear las condiciones sociales para erradicar de la tierra todo foco de pobreza y de exclusión social. Esto se transforma en una llamada de responsabilidad práctica y solidaria a los cristianos. Para que esto se cumpliera
habría que trabajar para que todos los niños abrieran sus ojos a la luz en situaciones socioeconómicas de cierta dignidad, que nadie esté condicionado en su libertad, dignidad y derechos por nacer ya en focos de pobreza, focos que van a moldear tanto la desigualdad, como la dignidad, como los derechos. Mucho trabajo por hacer para que los Derechos Humanos sean una realidad para todos.
Muchas imágenes hay en mi mente de pobres urbanos, de personas en medio del mundo rico, hundidos tanto psicológica como físicamente por haber nacido en un foco de pobreza y haber deambulado por el mundo con ese estigma de ser pobre… desde siempre.
“Yo soy pobre”, dirán. Como si esa fuera su condición ontológica.
Como si se pudiera nacer ya pobre, sin dignidad y sin derechos. Personas indudablemente impregnadas de la dignidad que le da el ser criaturas de Dios, por tanto “libres e iguales” a todos los demás, pero deambulan como muñecos rotos, impregnados, quizás, del alcohol, como marionetas manejadas por el destino. Su desigualdad y robo de dignidad ha comenzado en el momento de nacer. ¡Tristezas amargas de la vida, o de la antivida, del no-ser de la marginación!
Si nos fijamos en el concepto de projimidad de Jesús, en su mandamiento de amor al prójimo, no podemos dar la espalda a estas realidades. Si lo hacemos estamos traicionando a nuestro hermano, al prójimo sufriente y, por tanto, a Dios mismoque compara el amor a Él y al prójimo en relación de semejanza. La Búsqueda de la justicia y el trabajar por el cumplimiento de los Derechos Humanos se puede convertir en una práctica de projimidad, de ayuda y de amor al prójimo.
Recuerdo: Un pobre urbano, nacido en un foco de pobreza, moldeado desde su nacimiento por ese fatum o destino del que se creen presa muchos de los pobres desde el momento de nacer. Gastado, con el cuerpo inclinado y encorvado como si no se atreviera a mirar hacia adelante… la soledad le pesaba como una grande losa de mármol. Pasaba por la Misión en busca de alimentos y de ropa sin gran interés por otros temas de información o de seguimiento tendente a su posible rehabilitación. No era fácil trabajar con él en el aumento de su autoestima, en su liberación y en su integración en la sociedad. Había nacido en un foco de pobreza. No había tenido posibilidad de elección.
No había nacido ni libre, ni igual en dignidad y en derechos… Teóricamente sí. Desde un punto de vista estrictamente formal, había nacido libre e igual en libertad y en derechos, pero en realidad había nacido ya presa de la injusticia, del desigual reparto, de los desequilibrios sociales y económicos. De un tajo se le robó su dignidad desde el momento de nacer. Se había ido abandonando. Olía mal. No tenía interés por el aseo personal. No se curaba sus enfermedades. Tenía las piernas hinchadas y dependía del alcohol… un día entró en la sala de la Misión Urbana de Madrid y dijo que tenía bichos en las heridas de los pies. Recuerdo que se llamó a una ambulancia y lo llevaron al hospital
… Triste recuerdo. Una persona que había nacido y no había podido salir de su foco de pobreza, de su mentalidad de fatum adquirida, determinado física y psicológicamente… ¿hasta qué punto? ¿Podemos los cristianos cambiar estas vidas? Hay que ser utópicos. Siempre hay un halo de esperanza.
Desde estas líneas animamos a los creyentes a convertirse en las manos y los pies del Señor en medio de un mundo injusto, de derechos formales, pero que no tienen reflejo en la realidad de muchas vidas. Trabajemos por eliminar focos de pobreza, estructuras de poder y económicas injustas, por llevar justicia a los injustamente tratados, por conseguir una mejor redistribución de los bienes del planeta tierra, por acercar los valores del Reino a los pobres que en el mundo son legión. Un escándalo humano y una mancha que nos afecta a todos.
Trabajemos por crear las condiciones necesarias en el mundo en el mundo para que, realmente, los hombres puedan nacer iguales en dignidad, libertad y derechos. Trabajemos y luchemos por una conjunción de los valores del Reino con toda la vertiente práctica del trabajo por hacer que los Derechos Humanos se cumplan y sean una realidad.
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