Hay falsos halos de beatería o de santidad que nos hacen caer en la situación de los religiosos del tiempo de Jesús: Nos justificamos a nosotros mismos y despreciamos a los débiles del mundo. Como dice religioso falsamente justificado a sí mismo: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano” (Lucas 18-11). Es el desprecio religioso personificado en el fariseo que condena inmisericordemente al pobre publicano. Sin embargo es imposible que un auténtico justificado por Dios llegue a caer en este desprecio que está en las antípodas de las prioridades de Jesús. Son falsos halos de santidad.
A los que se justifican a sí mismos, como era el caso de muchos religiosos en la época de Jesús, les planea sobre sus cabezas el grave error de despreciar a los débiles del mundo. ¡Cuidado con no caer nosotros en la misma trampa satánica!
Eran falsos halos de santidad. No es que estos religiosos de hace veinte siglos fueran justos en sí, estrictamente hablando, sino que se creían justos, se autojustificaban con sus cumplimientos.
El peligro no acechaba solamente a ellos. Estoy seguro que hay muchos religiosos hoy que, buscando halos de santidad para sí mismos, caen en el terrible error de despreciar a aquellos otros que, quizás, no pertenecen a su estatus social, que caminan en la marginación y exclusión; a aquellos que, llegado el caso, tienen que beber para que no les aplaste la soledad o tienen que mendigar el pan en situaciones de indignidad impregnada de injusticia.
El riesgo de desprecio está ahí. Algunos, con falsos halos de santidad, se consideran tan “sanos”, que evitan codearse con los tachados por ellos mismos como “enfermos”. Pero la mente de Dios es diferente y Jesús da también aquí un giro que trastoca nuestras formas de pensar:
“Los que están sanos, no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. Frase que se potenciaría con aquella crítica a los religiosos que se meten dentro de su ámbito de pureza y se colocan un aura de justificados ante los que ellos consideran como injustos.
Ante los falsos halos de santidad, hay otra frase que potencia la anterior y que es también trastocadora de muchos de los valores religiosos que el hombre ha buscado o construido: “No he venido a llamar justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. Esta frase decepciona o tira por tierra a muchos de estos religiosos que, en su orgullo humano, se autojustifican a sí mismos o, en su caso, falsos religiosos de hoy que, en su orgullo se justifican a sí mismos. Es el peligro en que están muchos religiosos.
Muchas veces, como el fariseo de la parábola, nos creemos sanos, nos autojustificamos en cuanto a lo que tenemos o lo que hacemos, acumulamos riquezas, confiamos en los posibles méritos que creemos haber alcanzado y nos coronamos con falsos halos de santidad. Y, cuando creemos haberlo conseguido y estamos entronizados en nuestra estulticia, nos encontramos con que el Maestro no nos llama, no nos necesita, nos rechaza.
Jesús no llama a este tipo de
“justos”, de autojustificados, sino que llama a aquellos a los que, a veces, los religiosos pueden despreciar: los estigmatizados, los tildados de pecadores, los marginados y excluidos del mundo.
El planteamiento de la parábola no es sólo una llamada de atención para que no luchemos por nuestra propia autojustificación, que no nos creemos falsos halos de santidad, peligro de muchos religiosos, sino que este pecado que atenaza a un sin fin de religiosos en el mundo, no nos lleve a otro pecado aún mayor que el autojustificarse: el despreciar a los débiles del mundo.
Hay, pues, un segundo presupuesto o premisa que nos quiere dejar claro la parábola, como peligro de los atrapados por una religión insolidaria con los débiles del mundo: El desprecio o menosprecio de los otros, de los excluidos de la historia, de los pobres de la tierra. La verdadera justificación, la que Dios da a los que le aman, pasa por asumir el concepto de projimidad, de ayuda al prójimo, de ser manos tendidas de ayuda a los que nos necesitan, no despreciando, sino poniendo a los últimos en los primeros lugares.
No caigas en la trampa de crearte falsos halos de santidad. El peligro de algunos religiosos es que son capaces, más o menos conscientemente, de despreciar a aquellos que consideran más pecadores, más alejados de la Iglesia, menos limpios, menos justos... aunque sean nuestros prójimos que necesitan del hecho de que seamos movidos a misericordia.
Preguntas sobre el peligro de halos de falsa santidad: ¿Planea hoy la sombra del desprecio a los débiles y tildados de pecadores sobre los religiosos de nuestro tiempo? ¿Estamos exentos o libres de este pecado que, finalmente, es contra Dios mismo?
La parábola está dirigida a muchos que confiaban en sí mismos como justos, autocoronados de un falso halo de santidad, despreciaban a los otros, a los débiles del mundo, a los proscritos y estigmatizados por los hombres. ¿Sigue teniendo vigencia esta parábola? ¿Qué tipo de religioso, falso santón, es el que se autojustifica a sí mismo y desprecia a los otros, a los débiles del mundo?
Todo esto no entra en los parámetros de la religión que para el Apóstol Santiago era la auténtica y verdadera ante Dios el Padre: “Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y mantenerse sin mancha en el mundo”.
Esta parábola debería resonar hoy con más fuerza, tenerla en nuestras mentes y en nuestros corazones... no sea que nos equivoquemos y, para sorpresa nuestra, no seamos de los llamados por Dios, aunque nos quedemos en el grupo de aquellos falsos
“sanos que no necesitan de médico”. Grupo que camina por el camino ancho que lleva a la perdición, aunque rodeados de falsos halos de santidad.
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