Entre Juan el Bautista y Jesús, a pesar de ser de la misma edad y de la misma familia, había grandes diferencias. Fueron personajes diferentes y, en muchos casos, antagónicos.
Con respecto al estilo de vida de Jesús, Juan el Bautista, en algunos aspectos de su vida, fue el contraejemplo. No con esto quiero tachar de maldad a Juan el Bautista, pero me sirve para ver que
hoy también se dan dos tipos de cristianos que siguen los iconos de Jesús y de Juan. Estos dos ejemplos, estas dos tendencias, coexisten en la iglesia hoy. La pregunta sería si, numéricamente, hay muchos más cristianos anacoretas afianzados en las tradiciones y en los tiempos viejos.
Juan, el asceta que vivió una vida retirada, el anacoreta, aquel cuyo lugar preferido era el desierto y no se alimentaba nada más que con langostas y miel silvestre.
Hoy hay muchos religiosos que siguen anclados en las tradiciones y tiempos viejos en la línea de Juan el Bautista, quizás con la excepción de esa alimentación frugal que tenía el Bautista.
No es que se vayan al desierto o que sean anacoretas; no es que sean ascetas en sus formas de vida, pero lo son en el sentido en que se refugian entre los muros de la iglesia y se hacen hombres de cirio, de sacristía, de bancos o de púlpitos. Su ascetismo consiste, al igual que su vida de anacoreta, en vivir un cristianismo desarraigado de la realidad sufriente. Pueden gritar al mundo:
“¡Generación De víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?”, pero no ¡Haced justicia y practicad la misericordia! Yo, salvando las distancias, los veo anclados en la línea de Juan, el espíritu del Bautista.
La actitud que Jesús tuvo ante la vida fue totalmente diferente: la novedad de vida frente a todo ascetismo. Jesús es vitalista, abierto a los frutos de la vida. Come y bebe con normalidad. No se reprime ni martiriza su cuerpo. Representa una cierta alegría de vivir. Vida abundante y no reprimida por el ascetismo.
Es la línea que debieran seguir hoy los cristianos del mundo. Deberían hacer permeables las paredes de los templos. Seguir la explosión de vida humana, física y biológica en plenitud. El alma no es sólo algo espiritual y puro que, siguiendo la filosofía platónica, vive en la cárcel del cuerpo. El alma y el cuerpo caminan juntos y ambos deben vivir en plenitud. Sólo éstos serán capaces de captar la infravida, la marginación, el no ser de la pobreza... y protestar contra ello... denunciar.
Aunque Jesús entronca en su mensaje con los profetas, es un hombre de su tiempo. Juan, se queda anclado en los tiempos proféticos del pasado. Vive del pasado. No hay visión de futuro y de novedad de vida. Repite el lenguaje de los profetas, que, aunque también Jesús entronca con los profetas, no prolonga aquel estilo y aquel tono profético, ni se queda anclado en él, aunque sí recoge el mensaje de los profetas en cuanto al tema de la projimidad. Juan es un hombre antiguo que no capta la actualidad de los tiempos y la renovación del futuro.
Cuando los cristianos se refugian en el templo, de espaldas a las crudas realidades del mundo y sordos al grito de los pobres y oprimidos de la tierra, se quedan anclados en tradiciones eclesiásticas, en ritos de tiempos viejos, no renovados, con falta de vida abundante.
Los cristianos que siguen a Jesús, deben ser diferentes. Jesús aporta valores nuevos, rompe tradicionalismos vacuos hasta el punto de llegar al escándalo de muchos, especialmente de los religiosos. Sus palabras son brotes de vida nueva, liberadoras, transmisoras de esperanza y de deseos de justicia para los débiles del mundo, críticas para con aquellos que reprimen la vida de los demás reduciéndolos a la infravida. El que deja salir de su boca brotes de vida nueva, se tiene que oponer a la opresión y a los que reducen la vida de más de media humanidad al no ser de la marginación. Si siguiéramos la línea de Jesús a favor de la vida, seríamos cristianos comprometidos que transmiten esperanza y deseos de justicia y valores nuevos.
Las palabras vitalistas de Jesús, su arraigo en la realidad del mundo concreto en nuestro aquí y nuestro ahora, rompían la oscuridad y las tinieblas en la que vivían no sólo los pecadores, sino los pobres y enfermos, los desclasados y proscritos, los oprimidos y marginados, los rechazados y tachados de ignorantes o malditos.
Jesús es un derroche de vitalidad, un brote de vida nueva y de verdor, aunque, a veces, tenga que romper, de forma brusca y escandalosa, las tradiciones y rituales del pasado que oprimen al hombre y que le margina reduciéndolo a la indignidad. Jesús rompe con muchas tradiciones y tiempos viejos... Algo esencial en la vivencia del cristianismo para vivir una espiritualidad cristiana comprometida con los que, en este mundo, no están disfrutando de una vida plena, sino que están reducidos a un sobrante humano y despojado de dignidad.
Juan, en vez de anunciar valores nuevos y liberadores, en vez de comprometerse con el mundo dando esperanza y formas nuevas de vida, anuncia catástrofes y desgracias, nos presenta a un Dios vengador que puede arrasarnos y destruirnos. Esta es una forma de separarse de los valores de Jesús. La otra, sería la que, egoístamente se retroalimenta en goces insolidarios que se viven en la separación del mundo, en el enclaustramiento dentro de los cuatro muros de la Iglesia que permanece impermeable al grito de los débiles del mundo.
Juan era un profeta apocalíptico que pueden seguir algunos cristianos de hoy:
“¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la vida venidera? El hacha está puesta en la raíz de los árboles. El aventador de Dios está en su mano y limpiará su era...”.
Jesús no basa su mensaje en predicciones apocalípticas, ni en mensajes anunciadores de grandes catástrofes.
Jesús presenta la idea y la realidad de un Reino que “ya” está entre nosotros, un Reino lleno de valores de vida, de búsqueda de la justicia, de restauración de los débiles, de pasar los últimos a los primeros lugares, de acoger en su banquete del Reino a los pobres, a los desclasados, lisiados y marginados. Un Reino restaurador y lleno de ideas de justicia, de amor, de solidaridad y de paz entre las gentes en donde no debe haber ricos necios que acumulan y que no son capaces de compartir.
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