Esta nueva edición se ha propuesto meticulosamente rescatar los anacronismos e imágenes originales de una obra, que ha quedado desgastada por traducciones más planas. El libro va acompañado además de un aparato de notas de calidad, que van más allá de la referencia bibliográfica. Se incluye el léxico imprescindible de la literatura de mar, una concienzuda introducción sobre la época de Melville, la bibliografía que hay ahora disponible y una cuidada iconografía. El libro va acompañado además de un estupendo estudio final con el sugerente titulo de
El gran arte de decir la verdad. Se trata por lo tanto de una verdadera edición canónica de la obra de
Moby Dick, destinada a ser todo un clásico en lengua castellana.
Muchos han oído hablar de este libro, inmortalizado en el cine por John Huston en 1956, pero pocos saben algo de su autor, La figura de Melville sigue siendo bastante enigmática, ya que ni siquiera en su época fue alguien precisamente popular. Su carrera está marcada por la decepción y las ilusiones frustradas. Es un escritor apaleado y fugitivo, cuyo oscuro carácter ha quedado oculto por la silueta de una ballena. Su monumental obra demuestra sin embargo un genio literario tal, que uno no puede menos que admirarse del titánico esfuerzo que supuso para Melville una vida cotidiana agobiada por las deudas y los desastres familiares.
Su lucha contra viento y marea, no sólo le enfrentó a la indiferencia de sus contemporáneos, sino también contra sus propias borrascas interiores, de las que Moby Dick es un fiel reflejo.
APASIONANTE AVENTURERO
Este escritor de Nueva York es un apasionante aventurero. Ya a los quince años viaja a Inglaterra, para emprender en 1841 una travesía a los Mares del Sur, donde fue capturado por los salvajes en Taipí. El mar es para él una región oscura, regida por el instinto y las pasiones, que representa el mal. La historia humana no se basa por lo tanto para él, en sus realizaciones, sino en una agonía permanente. Sus libros mezclan por eso escenarios exóticos con una búsqueda metafísica, que hace de sus aventuras marítimas una verdadera alegoría de la complejidad humana. Los últimos años de su vida escribe de hecho un largo y ambicioso poema narrativo llamado
Clarel, donde un estudiante de teología americano explora Palestina con la esperanza de encontrar una fe firme.
Será en el invierno de 1851 cuando Melville publica Moby Dick, “un relato que se agranda página tras página, hasta usurpar el tamaño del cosmos”, como dijo Borges en su famoso prólogo a
Bartleby, El Escribiente. Al principio uno supone que
Moby Dick es una historia sobre la miserable vida de los arponeros de ballenas, luego uno piensa que el tema es la locura del capitán Ahab, pero finalmente uno descubre que la persecución de esa ballena blanca no es sino un símbolo y espejo de esa fatiga universal que asola el espíritu del hombre. Aunque ha habido interpretaciones de todas clases, incluida la marxista que ve en la ballena al capitalismo y a Ahab el revolucionario, la verdad es que
Melville no deja lugar a dudas sobre la idea de que su novela trata en realidad sobre el vano intento de la criatura por acabar con el Creador.
ACABAR CON DIOS
Para el director de cine John Huston, “Ahab es el hombre que odia a Dios y ve en la ballena blanca la máscara pérfida del Creador”, ya que el capitán “considera al Creador un asesino, y se encuentra en la obligación de matarlo”. Lo primero que conocemos de Ahab es el siniestro sonido de sus pasos, ya que una pata de mandíbula de ballena sustituye a la que le fue arrebatada por Moby Dick. En la posada los marineros interrumpen sus canciones al oír sus pisadas, mirando hacía la ventana con un temor casi reverente.
Hay tormenta, y el capitán es visto a la luz de un relámpago, acompañado por un trueno. Cuando los marineros suben al ballenero, nadie ve a Ahab. Tampoco es visto los primeros días de navegación, aunque el sonido de sus pasos es insistente y obsesivo, incluso en alta mar. Es como una presencia intuida. Así de evanescente y siniestra es la sombra de la realidad humana, para Melville.
Cuando por fin Ahab decide salir a cubierta, sus primeras palabras son para explicar a sus hombres la finalidad de su viaje: “destruir una ballena grande y blanca como una montaña de nieve”. El capitán obliga a sus marineros a hacer un juramento: “¡Que Dios acabe con nosotros, si nosotros no acabamos con Moby Dick!, ¡muerte a Moby Dick!, ¡que Dios nos dé caza a todos, si no damos caza a Moby Dick!”. Ahab ofrece entonces una moneda de oro a aquel que sea el primero en avistar la ballena, despertando la codicia e idolatría del corazón humano. Él y sus hombres beben ron en un ritual que recuerda a la ceremonia de la comunión cristiana, y los tres oficiales de a bordo cruzan sus lanzas a petición de Ahab, quien las agarra con gesto solemne en forma de cruz. El brillo de la moneda mantiene su atracción, pero en un momento cumbre el capitán apaga un fuego con sus manos, en una lanza esgrimida en lo alto, hacía el cielo.
UNA LUCHA INÚTIL
La influencia del capitán se va mostrando cada vez más autoritaria a medida que avanza la obra. “Yo no doy razones, doy ordenes”, dice Ahab para hacer que sus marineros se olviden de las otras ballenas, y se dediquen en cuerpo y alma a la captura de Moby Dick. Su misión abarca hombres de todas las razas, pero con un sólo propósito: acabar con Dios. Pero Ahab se siente viejo, “como si fuese Adán”. Ese antiguo anhelo de la humanidad se contrapone a dos personajes: el narrador, Ismael, y el primer oficial Starbuck. El primero es un hipocondríaco en cuya alma hay a menudo “un noviembre húmedo y lloviznoso”, que se hace a la mar “como sustitutivo de la pistola y la bala”. Y el oficial representa el orden institucional, que mantiene un firme rechazo a la conducta de Ahab. Pero para él, la utilidad de la ballena se limita a poder extraer de ella el aceite para los candiles de los hogares. Esa es la religión tradicional.
Starbuck se enfrenta a un Ahab insomne y desesperado. Para el atormentado capitán, el lecho “es como un ataúd y las sabanas como un sudario”. Mientras que para Starbuck, la cama sólo sirve para descansar o acostarse con su esposa. El oficial considera esta travesía “un viaje maldito”, no porque tenga miedo de Moby Dick, sino de “la ira de Dios”.
En la lucha final contra la ballena blanca vemos la tragedia de una humanidad que se enfrenta a Dios inútilmente. Así del “Dios ha muerto” de Nietzsche, no queda más que el “Nietzsche ha muerto” de Dios. Porque como decía el apóstol Pablo en Atenas, “en Él vivimos, nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).
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