Semana Santa. Recuerdo de la cruz de Jesús. La frase de Jesús “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24), se dice en un contexto de sufrimiento. Jesús estaba declarando a sus discípulos algo de su pasión, el sufrimiento que tendría que soportar en su cruz, la cruz de Jesús. Tendría que padecer mucho de parte de los religiosos, de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas… hasta la muerte. Lo matarían. Matarían al autor de la vida.
Jesús tomaba su cruz a favor de los demás, por conseguir nuestra salvación, por dejar afianzados los valores del Reino, valores de justicia y de liberación de los débiles del mundo, valores que mostraban que uno debería vivir para los otros, para los demás… para el prójimo. Jesús no acepta su cruz de forma pasiva y victimista como si el sufrimiento fuera algo bueno en sí mismo. Sufre con un propósito. La cruz no es símbolo de sufrimiento que me ahoga en lágrimas, sino de sufrimiento que me permite limpiar las lágrimas de los demás, de los otros… de redimir, de salvar, de liberar. Ese era el sentido del sufrimiento en Jesús, de su cruz.
¿Qué sentido debe tener, pues, el sufrimiento de sus seguidores, nuestras cruces? ¿Qué puede significar que si queremos seguir a Jesús debemos también tomar nuestra cruz? Lógicamente no se refiere a tener que pasar por sufrimientos masoquistas, dolores o angustias que nos suman en la depresión, la inseguridad o el miedo. El sufrimiento de nuestra cruz también debe ser, de alguna manera, redentor. Nuestra cruz debe tener el sentido de ser también las manos y los pies del Señor en la línea de la projimidad, del servicio al otro, de la liberación del prójimo robado de su dignidad, empobrecido, sufriente.
Jesús carga con su cruz compadeciéndose de nosotros. Así, nuestra cruz también debe ser compasiva, cruz que nos convierte en agentes de liberación de todos aquellos que son víctimas del egoísmo humano, del robo, de la opresión, de la falta de misericordia. Sólo el que toma su cruz puede ser un buen prójimo.
Cuando queremos ver siempre a los creyentes despojados de la cruz, siempre con un gozo insolidario, con una sonrisa porque Dios les ama, pero que este amor de Dios no les lanza a tomar su cruz de ayuda a los otros, a los sufrientes del mundo, cuando los vemos triunfantes en medio de los poderes y valores de este mundo y de espaldas a los crucificados de la tierra, es que estamos rechazando nuestra cruz. Es entonces cuando nos apartamos de los valores del Reino, ya no pensamos como Dios, sino como los hombres que, en su egoísmo, sólo piensan en su propio bienestar.
Nos ocurrirá lo que a Pedro. Ni siquiera vamos a querer que se de el sufrimiento redentor de Jesús, no queremos ni siquiera que Jesús cargue con la cruz… y nos convertimos, como en aquél momento Pedro, en emisarios del mismo Satanás. Es cuando Jesús nos tiene que separar de Él y nos tiene que decir:
“¡Quítate de delante de mí, Satanás!”. Queremos eliminar el sufrimiento redentor, queremos eliminar de nuestras vidas nuestra cruz, el sufrimiento que debo tener mirando a mi prójimo en dificultad.
Jesús llevó su cruz a favor de los hombres. Igualmente, mi cruz, me debe llevar a sufrir con las injusticias que se dan en el mundo, el desigual reparto de los bienes del planeta, el hambre, las torturas, los robos de dignidad, las exclusiones, el empobrecimiento de los pueblos, la infravida en la que viven tantos prójimos nuestros.
¿Debemos limitarnos ante esto a los goces espirituales sin tomar también nuestra cruz a favor de los demás? No podremos seguir al Maestro si no vamos cargados también de nuestra cruz a favor de los otros, de nuestro prójimo sufriente. No podrás ser un discípulo de Jesús si no cargas con una cruz que te mueve a misericordia y te hace pararte y compartir con tu hermano tirado al lado del camino, apaleado y en manos de ladrones… ¿No está acaso gran parte del mundo en manos de ladrones?... No nos queda otro remedio que tomar la cruz.
Tomar la cruz no significa hacer un seguimiento de Jesús preocupándote solamente de tu propio sufrimiento y viendo las formas de uso de la religión o de la espiritualidad cristiana para liberarte tú de tus propios miedos, sino que tomar la cruz es pasar a ser un buen prójimo preocupándote de las situaciones de los otros, del sufrimiento del mundo, de los empobrecidos de la historia, de los desheredados, de los puestos en los últimos lugares allí donde se da la infravida y el no ser de la marginación y de la exclusión social, allí donde el hombre sufre apaleado y robado por sus propios semejantes.
Jesús en la cruz no sólo se compromete con el hombre para el más allá, sino que se compromete también con su sufrimiento en su aquí y su ahora. Con su muerte en la cruz quiere sellar también su legado, los valores del Reino que son dignificadores y liberadores de la injusticia y de la opresión. Nuestra cruz también nos debe comprometer con el hombre sufriente. Si no, nuestra cruz no tiene ningún valor, no es una carga, ni ligera, ni fácil, ni nada. Vivimos para nosotros mismos.
Mi cruz, tu cruz en el seguimiento del Señor, te debe comprometer con el hambre en el mundo, con la injusticia, con la muerte temprana de tantos niños, las torturas, los abusos, la opresión y el despojo que se hace de tantos prójimos nuestros. Si no, ¿Qué cruz es la nuestra? ¿Qué cruz es la tuya? ¿Qué cruz es la que te permite el seguimiento del Maestro de espaldas al dolor de tu prójimo? Nadie puede llevar su cruz de espaldas al grito de los marginados y pobres de la tierra. Sería un insulto al concepto de projimidad que nos dejó Jesús.
No te escandalices ante una cruz que te pide compartir sufrimiento, a la cruz que te pide amor y misericordia para con el prójimo sufriente, una cruz que tiene que ser a favor de los otros… como la de Jesús. Mientras la iglesia y los creyentes tengan miedo al sufrimiento que comporta tomar y llevar la cruz del seguimiento de Jesús, el cristianismo no será auténtico, no se dará eso que es contrario al egoísmo humano: el negarse a sí mismo… quizás para vivir pendiente del prójimo que nos necesita.
Eso implica seguir a Jesús llevando nuestra cruz. Hazlo y no tengas miedo. Te sentirás unido al proyecto de Jesús, tomado de su mano… camino de la eternidad que sólo se alcanza en compromiso con el presente, con el ahora… portando la cruz. Si no quieres ver ni compartir sufrimiento, serás apartado y considerado como un agente de Satanás. Como le ocurrió a Pedro en aquel momento.
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