La expresión de Jesús de que “al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado”, aparece en muy diferentes contextos en los Evangelios. Es un aserto machacón, que vuelve continuamente. Por tanto, no cabe duda de que es una expresión que dijo Jesús varias veces a lo largo de su ministerio. ¿Es que, acaso, estaría Jesús en la lógica inhumana de un capitalismo salvaje que aumenta la brecha abierta entre ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres? Jesús no estaba en la línea de lo que hoy sería un neoliberalismo capitalista escandaloso, inhumano, que mantiene estructuras socioeconómicas que margina a los débiles del mundo. Jesús no era el profeta de los acumuladores del mundo, de los desequilibrios y desiguales repartos que hacen que reine la injusticia en la tierra.
Tiene que haber otras razones para que Jesús dijera eso en diferentes contextos. Se refiere a los que entierran sus talentos, sus responsabilidades de cara al prójimo. Se refiere a los que meten bajo tierra, bien guardado el talento que Dios les ha dado... y no actúan con él, no lo trabajan, se hacen insolidarios que sólo pueden mirar a su propio ombligo.
¿Dónde enterramos, a veces, nuestro talento y no lo ponemos a trabajar, a actuar en un mundo injusto? Muchas veces lo enterramos bajo velos religiosos que nos dejan la vivencia de una espiritualidad cristiana insolidaria, raquítica, descafeinada, cómoda... espiritualidad de cumplimientos de los rituales religiosos, de fiestas y preceptos, de sacristías y de púlpitos de espaldas al sufrimiento de los heridos y marginados del mundo. Enterramos nuestros talentos en la vivencia de una espiritualidad cristiana pobre, de ritual, de cirio y de cumplimientos religiosos vanos e insolidarios.
Para muchos cristianos los valores del Reino, valores que traen al primer plano a los últimos, valores que dignifican a los débiles, que buscan justicia y el uso de la misericordia, pueden estar enterrados bajo formas de vivir la vida cristiana de espaldas al dolor del prójimo sufriente.
Es a éstos, a los que entierran sus valores, sus dones, sus talentos, bajo la losa de la práctica del ritual cómodo e insolidario, a los que Dios les va a quitar aún lo poco que puedan tener. No tienen nada, porque lo tienen enterrado, pero aún lo poco que tienen enterrado se les va a quitar... por inactivos, insolidarios, pasivos, presas del pecado de omisión de la ayuda, de espaldas al prójimo que gime y grita esperando liberación.
No se está alabando a los que detentan el capital y le están haciendo producir egoístamente sin compartir, quitando a los pobres lo poco que tienen. No se está alabando la riqueza como prestigio. Eso está en las antípodas del pensamiento y enseñanzas de Jesús. Lo que se está haciendo en esta parábola, es poner al descubierto a los falsos religiosos que, incluso haciendo cilicio y cenizas, oprimen a sus trabajadores y ponen sobre sus mesas la escasez de éstos, la escasez de tantos empobrecidos de la Historia.Noes Dios, precisamente, quien quita a los pobres lo poco que tienen.
Dios es el que quita a los pasivos e insolidarios, a los que entierran los talentos que tienen que trabajar debiendo ser las manos y los pies del Señor en un mundo de dolor, a los que entierran lo que otros necesitan en fondos oscuros e improductivos para la solidaridad humana, las miserias que han acumulado, aunque a ellos les parezcan tesoros que hay que esconder, guardar y almacenar... quizás por el miedo a compartir.
Los que realmente tienen son aquellos que, en humildad y en servicio, ponen sus talentos a trabajar en la liberación de los oprimidos por el pecado o por las injusticias humanas, por la pobreza y los robos de dignidad.
La parábola hay que tomarla como un reto a los cristianos para que busquen la auténtica riqueza, no en el entierro o guardando en almacenes o cuentas corrientes, sino en el hacer, en el servir, en el poner a disposición de Dios y de nuestro prójimo necesitado todo lo que somos y todo lo que tenemos, nuestras fuerzas, nuestro tiempo, nuestras ilusiones. No poner nunca nuestra atención en tesoros que la polilla y el orín pueden corromper, sino en los tesoros de vivir una vida activa y solidaria, una vida atenta al concepto de projimidad que nos deja Jesús.
También la parábola es una llamada a los religiosos que se creen justificados y viven la espiritualidad cristiana de forma cómoda y sin compromisos. Es la llamada de atención ante las falsas seguridades, el falso descanso en el ritual para no sentirse interpelados por las problemáticas del mundo, los que buscan la vida retirada de autocontemplación insolidaria. Éstos entierran sus talentos, pero incluso lo que tienen enterrado se les quitará, porque lo que han acumulado en sus vidas es la omisión y la irresponsabilidad. La parábola es denunciadora de las falsas seguridades.
Señor, no nos des autosuficiencia, tranquilidad, ni comodidades que nos adormezcan. Danos la ilusión del compromiso, del gastarnos en la ayuda a los otros. Sólo así iremos acumulando y aumentando los auténticos caudales que ni la orina, ni la polilla, ni ninguna otra cosa pueden corromper.
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