Hemos estado viendo en el artículo anterior que debemos estar preparados con bolsa y alforja ante las injusticias del mundo, ante su problemática. La bolsa y la alforja pueden formar parte del Evangelio a los pobres, a los sufrientes del mundo. Debemos ir preparados, equipados, dispuestos, como buenos samaritanos, a usar nuestro aceite y nuestro vino para cuidar del apaleado... también nuestro dinero.
Pero no todo queda ahí. Jesús nos demanda algo más: la espada. Así dice:
“y el que no tiene espada, venda su capa y compre una”. (Ver texto completo en
Lc. 22:35-38). ¿Hasta dónde nos puede escandalizar esta afirmación de Jesús? ¿Estás dispuesto a vender algo que necesites para comprarte una espada, un arma?
Si problemático es el tema de la bolsa, tan problemático o más es el tema de la espada. Más aún, vender tu capa, tus posesiones para comprar una. No es que sean problemáticos, sino que nosotros los hemos hecho problemáticos. Nos escandalizamos por falta de entendimiento. La bolsa, según estas palabras de Jesús, no es la bolsa de los ricos y acumuladores insolidarios, no es la bolsa del necio acumulador que sólo sabe usar los posesivos “mi” y “mío”. No es la bolsa del que habla consigo mismo en un soliloquio insolidario y demoníaco diciendo: “Alma mía, muchos bienes tienes almacenados. Come y bebe y regocíjate”. Es el soliloquio de los ladrones del mundo, de un mundo que ha caído en manos de ladrones. Esto sí que es un escándalo humano, un escándalo de la humanidad.
La auténtica bolsa, es aquella de la que hemos de proveernos al salir a ayudar a pobres, a consolar, a comunicar las buenas nuevas en medio de un mundo de dolor y podrido por el pecado, es la bolsa que podamos conseguir para compartir y ayudar a los otros. Es una bolsa llena de palabras y de monedas... de ilusiones y compromisos. Es la bolsa del Evangelio a los pobres.
Tampoco es la bolsa para dejar en herencia a los nuestros, para dejar retazos de riqueza a los que queremos en la tierra. Basta a cada día su propio afán, danos hoy nuestro pan cotidiano. No os hagáis tesoros en la tierra. Así, pues, si consigues algo en tu bolsa, que sea para compartir, para ayudar, para curar heridas, para alojar al apaleado al lado del camino... No salgas, pues, sin tu bolsa, sin manos solidarias, sin una voz de denuncia. También en la bolsa deben ir voces y palabras.
Además, en esta lucha por la justicia, en esta salida a echar fuera los demonios de la opresión, es necesaria la defensa. Hay que usar la espada. Si no tienes, ya sabes el consejo del Señor:
“El que no tiene espada, venda su capa y compre una”. Hay que hacer defensa del Evangelio, de los pobres, de la justicia, de los robados de dignidad, de los proscritos, de los excluidos. Es el Evangelio a los pobres. No vale con la bolsa, no es suficiente con el anuncio de las Buenas Nuevas... hay que hacer también defensa, denuncia... como lo hicieron los profetas. Tenemos que defendernos de los injustos, de los acumuladores y opresores, de los impíos, de los pecadores e incrédulos. Por eso, si no tienes espada, vende tu capa y compra una. No te escandalices de los consejos del Señor. Te va a ser necesaria, imprescindible.
Jesús, que nunca practicó la violencia, que rechazó el uso de las armas, ahora pide defensa y uso de la espada. Los débiles del mundo, no necesitan solamente de la bolsa y de la alforja. Necesitan también de una defensa simbolizada con el uso de la espada. Y digo simbolizada, porque, por mucho que nos empeñemos, no vamos a poder hacer de Jesús un violento. Aunque a Jesús lo vayan a matar, aunque se tenga que cumplir lo que está escrito, debemos sacar la espada, nuestros elementos de defensa, la espada simbólica del uso de nuestra denuncia, de nuestra voz... la espada de la palabra, no sólo de la Palabra, así con mayúscula, la espada de la voz que clama y denuncia sin cesar. ¿Por qué tenemos envainada tanto tiempo nuestra espada?
Los discípulos, ante esta llamada a la defensa, a la lucha por los derechos de los débiles del mundo, a la defensa de aquellos destinatarios del Evangelio a los pobres, se sienten desconcertados. El Maestro les decía que se tenía que cumplir lo escrito de él, que iba a ser contado entre los inicuos. Había que coger la espada porque iba a haber problemas. El Evangelio a los pobres también necesita de defensa y de denuncia, de compromisos concretos y activos que usen tanto la bolsa, como la alforja, como la espada. Espero que nadie se escandalice de estas palabras de Jesús.
Los discípulos, en su desconcierto, sacan dos espadas reales, de las que simbolizan la muerte, armas para destruir, matar o herir:
“Señor, aquí hay dos espadas”, dijeron mientas dejaban ver o relucir el brillo del metal, del acero. Estaban dispuestos a matar realmente, a degollar a los ladrones y acumuladores del mundo, a los que ejercen violencia sobre los débiles: El Evangelio tenía que ser para los pobres del mundo, necesitaban esta defensa... Así lo entendieron ellos al sacar las dos espadas. Y el Maestro, probablemente, dio un grito. ¿Se escandalizó Jesús?
No sabemos exactamente si Jesús gritó o no. No sabemos el tono en el que dijo una expresión de disgusto que quería poner freno a ese estilo de defensa con las espadas que matan. Él dijo, gritó o susurró: ¡Basta!
Es el ¡basta! a los violentos, a los que ejercen violencia no sólo con la espada, sino con sus hechos, con sus acumulaciones, con sus robos... ¡Basta! Pero, así y todo, nos dejó un mandato de necesidad de defensa. Yo me quedo con la espada de la palabra, también con la espada de la Palabra con mayúscula y, si es necesario, con la del grito. Palabras y gritos que, unidos a la acción, se pueden convertir en defensa profética. Y si no lo hacemos, Señor, sigue golpeando nuestras conciencias.