Esta cuarta petición del Padre nuestro es central para el Evangelio a los pobres, para los pobres de la tierra, aunque no sólo para ellos. Nos implica a todos.
Habla del “pan nuestro” como si quisiera dar una llamada de atención a los que creen que “su” pan es sólo de ellos, que no necesitan compartirlo, que no creen en el pan compartido. En la oración modelo nadie dice: Señor, dame “mi pan”. Es “el pan nuestro”. ¿Puedes orar esto posicionándote en la boca de los hambrientos?
El pan del mundo es de todos, es el pan nuestro, el pan solidario que hemos de desear para todos. Estar harto de “mi pan”, sin acordarse de los otros, del pan que es de todos, es egoísmo que separa de Dios. El
“pan nuestro” es un pan solidario que pertenece a todos, del que todos han de participar de forma igualitaria. El acumular “mi pan” sin pensar en el
“pan nuestro”, es una forma de despojo, es hacernos cómplices de los acumuladores del mundo, de los que no piensan en los pobres, en el prójimo hambriento… Desde ahí nunca se podrá entender, ni practicar, ni vivir el Evangelio a los pobres.
La cuarta petición del Padre nuestro,
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, es una frase solidaria con los pobres del mundo y es una petición necesaria de los pobres de la tierra. Para nosotros, los que estamos integrados dentro del sistema y no nos hemos quedado tirados al lado del camino, debe ser una frase solidaria con los que sufren, con los que tienen hambre, con los niños que no superan los primeros días, meses o años de vida por falta de alimentación.
“El pan nuestro” debería ser una petición que en la iglesia nos dejara inquietos hasta ponernos a trabajar en la diaconía, hasta abrir nuestras bocas para que salieran voces de denuncia y de petición de ayuda para nuestros hermanos que no tienen qué comer, hasta poner todo lo que tenemos en las manos del Señor para que se produjera de nuevo el milagro de los panes y los peces.
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. ¡Qué diferente suena esta frase, cuando se ora, o se reza, o se repite en ambientes cristianos del mundo rico, a cuando esta frase, esta petición se hace desde el mundo pobre, desde la pobreza o el hambre! Esta petición conmueve más cuando sale de la boca de los hambrientos del mundo, de las madres que están perdiendo a sus hijos por falta de alimentación.
Pues bien, los que estamos integrados en los parámetros del mundo rico, cuando hacemos esta petición, la deberíamos hacer pensando qué significa este ruego en boca de una madre que está viendo como su hijo se le va poco a poco por la falta de este pan cotidiano. Señor, danos el
pan nuestro. Sería entonces cuando esta frase sonaría con autenticidad, cuando esta frase nos solidarizaría con los pobres de la tierra, cuando esta frase nos pondría a disposición del Señor para ser sus manos y sus pies en medio de un mundo donde reina el hambre y la pobreza, donde reina el despojo y la exclusión de tantos que deberían participar de ese
“pan nuestro”. Sería entonces cuando comenzaríamos a entender lo que significa el Evangelio a los pobres.
El ruego en oración, “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, dentro de nuestro propio contexto del mundo rico, también suena diferente cuando lo pronuncian los ciudadanos integrados en el mundo del trabajo, fundamentalmente en estos años de crisis, que cuando lo pronuncia un desempleado. Es diferente cuando lo pronuncia un integrado en el mundo de la economía, la sociedad y la cultura, que cuando la pronuncia un inmigrante desarraigado, mendigando que alguien le explote en algún empleo secundario y duro con tal de poder dar pan a sus hijos.
Esta frase, partiendo de las diferentes necesidades y sensibilidades ante el hambre, la deberíamos decir todos desde la solidaridad con los pobres, con los desempleados, con los inmigrantes desarraigados, con los pobres lacerantes del Cuanto Mundo Urbano, con los pobres del mundo. Deberíamos hacer un esfuerzo de identificación con los estómagos vacíos o infraalimentados para encontrar el auténtico sentido de esta petición. Este pedir por
“nuestro pan” debería conseguir que las lágrimas se asomaran a nuestros ojos en solidaridad con el sufrimiento de los pobres y los hambrientos del mundo. Esta frase de oración la deberíamos decir siempre pensando en el que no tiene, en el que pasa hambre.
Esta frase oratoria, siguiendo las líneas de Jesús en su Evangelio a los pobres, la deberíamos decir en contextos donde pudiera sonar como denuncia, como sensibilización social. La deberíamos decir en compromiso con los pobres de la tierra y trabajando por la justicia en el mundo, por una justa y mejor redistribución de bienes del planeta tierra. Deberíamos hacer esta petición con temor y temblor pensando en nuestra parte de responsabilidad en el hambre del mundo.
No se habla de “mi pan”, del “pan mío”. Se habla del
“pan nuestro”. El pan para el mundo, para el mundo pobre, para los excluidos del sistema, para los despojados y oprimidos, los despojados de hacienda y de dignidad. El “pan nuestro”, o sea el pan para mí y para todos los pobres y despojados del mundo. ¡Señor, danos nuestro pan!
Rogar por el pan nuestro, es una petición solidaria que nos hermana con los pobres del mundo buscando justicia y fraternidad universal. Los bienes de la tierra, todos, son el pan que Dios nos da para comer… para comer todos.
Señor, que al comer del pan, nos acordemos que es el “pan nuestro”, el pan que pertenece también a otros. Que nos referenciemos siempre en los pobres de la tierra, en los hambrientos del mundo. Que este recuerdo nos haga ser solidarios siguiendo tus líneas de projimidad. No nos dejes comer dando la espalda a los desnutridos del mundo. Si al darles la espalda no vemos sus rostros marcados por el hambre, los veremos cuando te miremos a ti, pues en tu rostro se refleja la angustia de los hambrientos del mundo. Si tampoco mirando tu rostro nos sensibilizamos, golpéanos de alguna manera, Señor, para sacarnos del sinsentido de la infravida y darnos vida abundante que sacie también a otros. Sólo en la solidaridad y amor, se encuentra la auténtica vida.
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