Estamos comentando el “Padre nuestro” que, en la invocación ya comentada parcialmente, hay otra parte interesante que pareciera que no tiene mucho que ver con el Evangelio a los pobres. Quizás se podría ver así si no tuviéramos la oración completa, el “Padre nuestro”, en su conjunto. Si se lee completo se verá la voluntad del Padre se hace
“así en el cielo como en la tierra”. En esta oración modelo no se nos hace mirar solamente al cielo. No estaría en línea con todo el contexto bíblico, con las enseñanzas de Jesús, con el Evangelio a los pobres que irrumpe en el mundo con la llegada del Maestro. El que mira sólo al cielo, pierde el concepto de projimidad y su vivencia del Evangelio queda mutilada.
Sin embargo
la invocación nos dirige al cielo, quizás para después bajarnos a lo más arduo de la tierra en donde falta el pan, el pan nuestro, y donde todavía no han llegado los valores del Reino. En esta oración modelo parece que el cielo y la tierra se juntan. Así, lo que ocurre en la tierra no es indiferente en el cielo, repercute en la sensibilidad, en forma de sufrimiento o de gozo, del Padre nuestro que está en los cielos. El cielo y la tierra se juntan en la ayuda a los pobres de este mundo.
El deseo de sólo mirar hacia arriba de muchos cristianos, puede ser una dificultad para entender el Evangelio a los pobres. Es por eso que la oración modelo hay que verla en su conjunto, pues no nos hace mirar sólo hacia arriba. Cuando se desequilibra el Evangelio, cuando se le mutila, puede dar lugar a que muchos religiosos se descentren y se queden anclados con la mirada dirigida solamente al cielo. Tendemos a identificarnos más con los ángeles que con los pobres de la tierra. Es entonces cuando perdemos el Evangelio que nos trajo Jesús.
Este descentramiento que nos deja en la simple verticalidad, nos lleva a espiritualizar todo, tanto los términos bíblicos de opresión, pobreza, hambre, desnudez, cárcel… como a la espiritualización del compromiso cristiano que, por esto, se reduce a la actividad de los cumplimientos religiosos del ritual.
Es entonces cuando no podemos entender el Evangelio a los pobres, cuando damos la espalda al grito de los oprimidos y marginados mutilando la misión de la iglesia, el espíritu diacónico que debe haber en todo cristiano y que le lleva a la práctica de la projimidad. No debemos identificarnos sólo con los ángeles, con lo angélico, con una espiritualidad desencarnada. Cielo y tierra caminan juntos en Jesús.
Es verdad que Dios está en el cielo, allí estableció el Eterno su trono. Aludimos, así, en la invocación al reinado de Dios, a su majestad, a su poder, a su santidad, a su control y dominio sobre todas las cosas, pero la oración en su globalidad relaciona el cielo con la tierra. Pensemos, por ejemplo, cuando más adelante se dice:
“Venga tu reino”.
Estamos pensando que venga a nuestro entorno histórico, a nuestro mundo en el que vivimos nuestro “aquí” y nuestro “ahora”, a la tierra. El cielo y la tierra deben estar en una interrelación, estamos deseando que el Reino de Dios sea acercado a la tierra, a los hombres… a los pobres de la tierra. El que sólo mira hacia arriba es un ciego espiritual, malencarado.
Cuando la oración modelo habla de que se cumpla la voluntad del Padre, del Todopoderoso, también debemos de decir
“así en el cielo como en la tierra”. Este es un concepto fundamental para entender el Evangelio a los pobres. Somos responsables ante la pobreza en el mundo, ante los oprimidos de la tierra… debemos buscar la voluntad justa de Dios, la justicia misericordiosa del eterno que pone a los últimos como primeros superando todos los parámetros de justicia humanos.
Esta interrelación del Padre nuestro entre el cielo y la tierra, nos hace ciudadanos de dos mundos y, mientras estemos en la tierra, debemos de seguir el concepto de projimidad que nos deja Jesús, el concepto del amor al prójimo que es semejante al amor a Dios mismo. El que no es ciudadano de dos mundos con todas sus consecuencias, es un ser alicortado, partido, roto.
No podemos descentrarnos, desequilibrarnos y quedarnos mirando sólo al cielo. Nos olvidaríamos de los pobres, de los sufrientes del mundo y faltaríamos a los conceptos de projimidad, de Evangelio a los pobres, de servicio, de diaconía, de acción social cristiana. Hay que vivir una espiritualidad con los pies bien anclados en la tierra, comprometidos con el hombre… es la forma de estar comprometidos con Dios y con el Evangelio. Parece que nos gusta más descansar en el escabel del trono de Dios y allí abandonarnos olvidando el mundo. Es el error de los insolidarios.
Es necesario hacer la invocación completa con la que comienza la oración modelo: “Padre nuestro que estás en los cielos”, porque es reconocer la superioridad del Padre sobre nosotros, su majestad y su realeza, pero sin olvidar que tenemos un compromiso con la tierra con el hombre. Si no, somos seres espiritualmente incompletos.
Así nos enseñó Jesús que se puso al lado del hombre que sufre. Se mostró como experto en sufrimiento, experimentado en quebranto. No se olvidó de los pobres, de los oprimidos y marginados del mundo, sino que les nombró de forma específica como destinatarios de su Evangelio. Con la irrupción de Jesús en nuestro mundo, se unen el cielo con la tierra.
Así, la oración modelo, el Padre nuestro, nos enseña que tenemos una doble dimensión en la vida cristiana: La vertical, si se quiere decir así, pues Dios está en todas partes, y la horizontal que nos llama al compromiso con el hombre, a la acción social, a la búsqueda de justicia, al seguimiento de Jesús como Evangelio de Dios a los pobres. Deja de mirar sólo al cielo.
Señor, ayúdanos a no descentrarnos en la vivencia de tu Evangelio. Haz que vivamos haciendo que se cumpla tu voluntad tanto en el cielo como en la tierra. Si nos olvidamos de la tierra, de una tierra con más de media humanidad en pobreza, impídenos también la verticalidad hacia ti. Rompe ese puente hasta que nosotros, con tu ayuda, podamos reconstruirlo desde la horizontalidad de tu Evangelio, desde la preocupación por el hombre, por el pobre, por el sufriente… desde la horizontalidad de la práctica de los valores de tu Evangelio a los pobres. Desde la horizontalidad que nos enseñó y vivió Jesús.
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