Desde el rastreo que estamos haciendo de loa Evangelios, buscando los retazos de las enseñanzas de Jesús sobre el Evangelio a los pobres, no podíamos dejar de lado la oración modelo que nos enseñó Jesús: La oración que nos hermana. Es un texto fundamental, un texto modelo para la comprensión de este tema que estamos tratando.
Los esquemas del Evangelio a los pobres impregnan toda la oración que Jesús nos dejó para que sepamos cómo dirigirnos a Dios en oración. Al decir “Padre nuestro”, nos estamos reconociendo como hermanos.
Lógicamente, el Padre Nuestro no lo podemos tratar solamente en un artículo. Vamos a verlo poco a poco para intentar sacar de esta oración la esencia de su contenido. Lo vamos a tratar en su totalidad, incluso rastreando lo que de Evangelio a los pobres puede haber en la invocación. Así, pues, Padre nuestro, Padre de todos, Padre que nos hermanas, aunque tu corazón lata tan cerca de los pobres, guíanos a todos en esta reflexión. Queremos seguirte en las líneas que tú trazaste nombrando a los pobres como destinatarios específicos de tu Evangelio. Queremos ser sus hermanos.
Muchas veces no llegamos a la esencia de esta oración modelo porque es un texto excesivamente repetido. No es que sea malo repetirlo, sino que la excesiva repetición lo puede convertir en algo mecánico sobre el que no se reflexiona lo suficiente, o que, como ocurre en nuestro contexto católico español, se usa como algo mágico en contextos difíciles, se usa como una receta que se repite una y otra vez sin pensar en su contenido, como una especie de talismán o, simplemente, como penitencia.
Sin embargo, esta oración modelo es una oración totalmente comprometida, totalizante, solidaria, que nos hermana a todos en el camino de la vida sin olvidar nunca la necesidad de los más pobres a los que muchas veces no les llega el pan de cada día. Nos hermana con los desclasados y los proscritos.
Es por eso que vamos a ver esta oración modelo que nos deja Jesús, no solamente desde la reflexión y el respeto, sino desde la pasión que se debe tener ante algo fresco, la pasión que Jesús puso en la exposición de su Evangelio a los pobres... la pasión por la justicia que se debe hacer a los nuestros, a nuestros hermanos los más pobres.
Comienza con una invocación: “Padre nuestro”. Dios, Padre de todos. Los discípulos veían y escuchaban que Jesús oraba de una forma muy concreta. No a un Dios abstracto, ni a un Dios lejano, sino a su Padre. ¿Qué tenían que hacer ellos? ¿Se podían dirigir a un Dios que agrupa al mundo como su familia, como sus hijos? ¿Eran ellos también hijos? Si así era, ¿eran hermanos todos los hombres? ¿Eran hermanos de los pobres, los marginados, excluidos y despojados de dignidad?
El poder llamar todos a Dios padre, nos hermana. Ahí tienes a tus hermanos los pobres, los hambrientos del mundo... Jesús no les deja ni una sola duda:
“Cuando oréis hacedlo así: Padre nuestro”. Gracias a esta invocación que nos enseña Jesús, nos podemos llamar unos a otros hermanos. Pregúntate: ¿Por qué tengo tantos hermanos que no puede comer como yo? Son tus hermanos, son nuestros hermanos.
No dice “Padre mío”, aunque a veces lo usemos en nuestras oraciones. Jesús nos dice: Tenéis que usar el posesivo plural “nuestro”. Esto os ayudará a quitar todo vestigio de egoísmo personal, os hará más solidarios, se os hará más fácil el compartir… somos todos parte de una misma familia. Los pronombres posesivos “mi”, “mío” y “mis” son propios de personas que no se solidarizan con la oración modelo que nos dejó Jesús, que tienen dificultades para considerar al prójimo como hermano, que no les preocupa acumular, aunque el hermano pase hambre. Los que se comen la escasez del pobre, no son buenos hermanos. Tendrán dificultad para llamar a Dios “Padre”.
A estas personas que no se solidarizan ni siquiera en la oración reconociendo a Dios como Padre de todos, sólo les importa “lo mío y mi familia”, considerando por familia un pequeño grupo de cercanos sin que puedan extender la visión. Están rechazando a muchos de sus hermanos.
El pronombre nuestro, aplicado al Padre, nos amplía la visión por las sendas de la solidaridad, de la pertenencia común de todos, agranda la visión que nos dice que todo lo que hay en la tierra, todos sus bienes, son de nuestro Padre y, por tanto, de todos. El que haya empobrecidos, despojados y oprimidos, es un atentado contra el Padre que tenemos en común, el Padre de todos.
Jesús critica a los que, en su vida social, usan demasiado los posesivos “mi”, “mío”, “mis”… Recordad al rico necio. Su Dios eran sus posesiones. No tenía Padre común con nadie. Era un hijo egoísta que empobrecía a sus hermanos con sus injustas acumulaciones.
No podía decir, en ninguna manera,
“Padre nuestro”. Su Dios, su padre, su madre… eran sus posesiones. Su único padre era el dios Mammón, sus hermanos los acumuladores del mundo, hijos de Satanás.
Los que andan en estas líneas, al no tener un Padre común, tampoco tienen hermanos. Cierran su corazón al compartir. La oración modelo, que está en la línea del Evangelio a los pobres, es para ellos un sinsentido. Ni los pobres, ni los que sufren son sus hermanos. ¡Qué Evangelio puede existir para los egoístas de este mundo, anclados en el poseer y en el despojo de los débiles! Al único padre que reconocen es al dios Mammón, el dios de las riquezas, el dios mercado, el dios que encabeza la insolidaridad y las fuerzas del mal. Son hermanos interesados e injustos que se apropian de la escasez de sus hermanos pobres.
El que no puede decir “Padre nuestro” le ocurre lo que al rico insensato de la parábola de Jesús: Habla consigo mismo. Su mundo se restringe. La pobreza en la que viven sus hermanos no le importa nada… porque no tiene, realmente, hermanos. Sus familiares son los que se pueden conjuntar y agrupar con los diferentes posesivos. Estos son los familiares de los insolidarios que no reconocen un Padre común: “mis bienes”, “mis frutos”, “mis graneros”… “mis cuentas corrientes”… “mi alma”.
¡Qué necedad! Estos insolidarios jamás podrán hacer la invocación con la que comienza la oración modelo. Su tiempo es una espera vacía. El sinsentido de su vida es breve:
“¡Necio! Esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has almacenado, ¿de quién será?”. El no reconocer al Padre común, impidió al rico necio reconocer a los hermanos, y el no reconocer a los hermanos, le hundió en un soliloquio egoísta infernal que acaba en la muerte.
Es mejor el poder decir “Padre nuestro”. Es la base del Evangelio a los pobres, de la obra social cristiana, de la búsqueda de justicia, de toda denuncia social a favor de los desheredados de la tierra. Decir “Padre nuestro”, crea fraternidad universal, hermandad entre todos los hijos del mismo Padre, solidaridad entre los hombres… deseos de servicio. Deseos de justicia para los empobrecidos de la tierra.
Señor, ayúdanos a hermanarnos a través de esta invocación. Si nos quedamos en el “mi”, “mío”, “mis”, restringe nuestras posesiones y déjanos lo esencial para que podamos conservar la vida. Quizás desde el no tener, aprendamos a compartir esta vida que nos das. Que a través de ese “Padre nuestro”, podamos encontrar a nuestros hermanos. Te invocamos, Señor, te invocamos, Padre nuestro.