Otra vez nos encontramos con que los dos evangelistas, Lucas y Mateo, dan versiones un tanto diferentes de esta bienaventuranza. Lucas es más concreto, práctico y sólo nos habla del hambre. Mateo suaviza, espiritualiza, concreta en un tipo de hambre: el hambre de justicia. Yo pienso que, como ocurre con otras bienaventuranzas, la distancia entre los dos apóstoles cuando formulan la bienaventuranza que oyeron de Jesús, tampoco están tan lejos. El hambre de justicia, implica también el hambre de justicia redistributiva que afecta a los hambrientos de una forma tan transgresora de la justicia que Dios quiere que reine en el mundo.
Aunque sólo se entendiera el hambre de la justicia total que Dios debe de tener, no hay duda que no puede quedar fuera la justicia redistributiva de los alimentos del mundo. Aunque fuera solamente hambre de justificación, el justificado tiene que amar al prójimo y, por ende, preocuparse de la justicia redistributiva de los alimentos del planeta que condenan a más de mil millones de personas en el mundo al hambre, a la muerte por hambre o a la infravida de los hambrientos del mundo.
De todas formas, como ocurre con el caso de la bienaventuranza de los pobres o de los que lloran, el hambre en sí no puede ser deseada por nadie. A lo largo de toda la Biblia hay un reguero que afecta a los hambrientos y Dios tiene que proveer para ellos, sea a través del maná, o sea a través de los milagros de Jesús. El hambre no puede ser deseada por nadie al ser una tragedia humana y, en el caso del mundo en donde el hambre podría ser vencida, es un escándalo de la historia de la humanidad. Jesús conoció el hambre y la sed material, física. No era ajeno a la tragedia de los hambrientos del mundo. ¿Por qué estos pueden ser felices? ¿En qué consiste su bienaventuranza? ¿Es sólo una bienaventuranza para el más allá? ¿No hay esperanza para los hambrientos del mundo en nuestro aquí y nuestro ahora?
Metahistóricamente, de forma apocalíptica, sí se nos promete el final del hambre y del sufrimiento, pero Jesús se preocupó también de los pobres de la tierra en nuestro momento histórico, de los hambrientos del mundo. La saciedad les puede llegar también en nuestra historia, en nuestra realidad. Quizás esto nos enlace con la relación entre la bienaventuranza de Mateo y Lucas. El hambre real de los que han de ser bienaventurados, debe ser saciada por la acción de aquellos que su hambre no es real, sino que tienen hambre y sed de justicia. La justicia social y redistributiva no puede estar excluida de la justicia global de Dios, de la justicia que él quiere que los bienaventurados busquen.
La búsqueda de la justicia y la necesidad de que haya buscadores de justicia es un tema bíblico central. Ya desde los profetas se nos insta a hacer y buscar justicia. En los valores del Reino que irrumpe en nuestra historia con la figura de Jesús, también se nos habla de la justicia del Reino. No creo que esta justicia del Reino sea una justicia insolidaria que excluye la justicia que necesitan los hambrientos del mundo. Todo el que lucha por la justicia del Reino, tiene que luchar por la justicia que debe eliminar las injusticias que afectan a nuestro prójimo. La justicia del Reino implica la projimidad. Hacia la defensa del prójimo excluido y marginado se dirigen todos los valores del Reino que debe trastocar las justicias humanas y llegar a poner a los últimos como primeros.
Todos aquellos que han sido justificados deben ser también y, a su vez, buscadores de justicia. Estos no se pueden sentir contentos con las justicias humanas que, en la mayoría de los casos, son inmisericordes. La justicia de los justos, de los justificados, debe ser una justicia como la que nos trajo Jesús: una justicia misericordiosa. Los justos, entre los que se deberían encontrar los cristianos al haber sido justificados por Dios, no se deberían conformar con la justicia que les presenta el mundo. Debe ser una justicia misericordiosa que tiene en cuenta al que no tiene nada. Si la justicia humana es dar a cada uno lo suyo, la justicia de los justificados tiene que ver con aquellos que no tienen nada, con aquellos de los que no se puede invocar ni siquiera lo suyo.
Loa hambrientos del mundo deben llegar a quedar saciados. Para ello tiene que haber derroches de amor, de justicia y de projimidad. Los hambrientos del mundo necesitan pan y algo más: hay que devolverles su dignidad, hay que mostrarles el amor que emana del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones, hay que hacerles justicia… Yo, mientras haya tantos hambrientos en el mundo, no puedo entender a los cristianos que viven de espaldas a estos sufrientes de la tierra privándoles de su bienaventuranza. La bienaventuranza llegará en su plenitud cuando el Reino se haya alcanzado también plenamente.
Mientras, al igual que ya el Reino de Dios y sus valores ya están entre nosotros y hemos de acercarlos a los pobres, también hemos de acercar las posibilidades de vida justa a los hambrientos. Son nuestros prójimos. Necesitan de la mano tendida de los cristianos que dicen haber sido justificados que, llenos de hambre y sed de justicia, se acercan a sus prójimos empobrecidos y excluidos de los bienes del planeta tierra, a los hambrientos, para mostrar que hay pueblo justo, remanente justificado que, a su vez, practican la justicia. Así, también en nuestro aquí y nuestro ahora, podremos conseguir que la bienaventuranza llegue a los hambrientos del mundo. Es entonces cuando estaremos anticipando la bienaventuranza: “Bienaventurados los que tienen hambre, porque ellos serán saciados”. Aún es posible, en nuestro momento histórico, hacer felices a los hambrientos. Se necesitan agentes del Reino que tengan hambre y sed de justicia.
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