Dios pide agua. Al dolor físico que Jesús tuvo que soportar en la cruz, se le añade el de la sed. La sed es un tormento terrible en situaciones extremas. Situación extrema era la de los crucificados.
Dios pide agua. Algunos tuvieron compasión y le acercaron una esponja con una mezcla de vinagre que Jesús aceptó. No le dieron un agua limpia, pero muchos piensan que esa mezcla les adormecía y evitaba sufrimiento. Lo aceptó como un acto de misericordia a un sufriente, a un torturado, con la boca seca y próximo a la muerte. Quizás lo acepta como aprobación de los actos de misericordia que nosotros debemos de tener para con los sacrificados de la historia, como aprobación y aceptación de los que son movidos a misericordia, como llamada a la solidaridad para con los tantos condenados que se mueven en el mundo hoy.
Dios pide agua. ¡Qué importante debe ser el hombre para Dios cuando Jesús sufre el dolor físico, el tormento de la sed y el derramamiento de sangre a su favor! Tanta sangre perdió que la sed se convirtió en algo insufrible, un tormento inaguantable.
Dios pide agua. Jesús nos pide de beber. Sufre por los sedientos del mundo y nos recuerda
la sed de justicia que sus seguidores deben de tener. La sed de justicia se debería despertar hoy de una forma inmediata ante la exposición que al mundo se hace a través de los potentes medios de comunicación. Podemos estar comiendo en nuestras casas mientras contemplamos el hambre del mundo.
Dios pide agua. La sed de Jesús, a pesar de la intensidad con que la sufrían los crucificados, va más allá y es más profunda que la sed de agua física. El grito de Jesús: “Tengo sed”, refleja también la preocupación de Jesús por el despojo de los pobres, de los excluidos, de los hambrientos que, a su vez, son sedientos.
No tienen agua potable y limpia y beben de charcas infectas hasta morir. Tienen sed. Mueren uniéndose al grito de Jesús. Jesús tiene sed y se une a los sedientos del mundo, a los hambrientos y sufrientes de nuestra historia.
Dios pide agua. Negamos el agua al Dios sufriente, al Jesús crucificado, cuando se la negamos al hombre empobrecido y despojado. Negamos el agua al hombre y a Dios, cuando nos resistimos a la ayuda a los humillados y dejados en el sin vivir de los márgenes del camino. Negar el agua al hombre es negar el agua a Dios... y viceversa. Cuando Jesús grita su sed, pide nuestra práctica de la projimidad a los sedientos del mundo. Muere por ellos. Es verdad que su muerte tiene una trascendencia que va más allá de las miserias humanas, pero Jesús nunca separó el cielo de la tierra, el amor a Dios y al prójimo en necesidad, lo divino y lo humano, el dar de beber a Dios o el darle al hombre que se muere en el tormento de su sed.
Dios pide agua. Jesús con su grito de sufrimiento extremo por la sed, motivó la compasión de los que le dieron a beber ese vinagre que calmaba y adormecía. Jesús, con su voz forzada para implorar el agua, nos está pidiendo que seamos sensibles ante el dolor humano y ante las carencias que hacen sufrir y que acaban matando. Si alguien reaccionó ante la muerte de Jesús ahogado por la sed, ese grito seco nos pide compromiso con los sufrientes que, siendo coetáneos nuestros, nos lanzan su grito angustioso por ayuda. Tenemos que aceptar la parte que nos corresponde... la parte de culpa que nos toca, que depende también de nosotros mismos.
Dios pide agua. No se trata de sentir una compasión fofa, un contemplar el sufrimiento de forma que pasemos nuestra pena y un sentimiento de compasión pasiva. No se trata de quedarse paralizado ante el dolor ajeno, sea el de Jesús o del hombre, con una especie de resignación paralizadora. Se trata de asumir el reto de una compasión activa que acepta el reto de llevar algo de humedad a unos labios secos, de llevar algo de alimento a los estómagos vacíos.
“Tengo sed”, nos invita a la acción, a que tomemos nuestras esponjas y las empapemos... de agua limpia, pues si el mundo cambiara sus valores, sería posible.
Dios pide agua. “Tengo sed” es la frase que deberían asumir los cristianos no sólo en épocas de celebración de la Semana Santa, sino que la deberíamos asumir como solidaridad con el prójimo empobrecido y sufriente. Es el grito por sed solidaria.
Dios pide agua. Tenemos que gritar, sentir y experimentar el tener sed. Sed de justicia, de solidaridad, de amor al prójimo apaleado, despojado y tirado al lado del camino...
sed de amor que avala toda búsqueda de justicia. Vivir sin esa sed que nos impele, que nos empuja, que nos lleva irremisiblemente a la solidaridad, es vivir una vida sin sentido, sin dar, sin darse. Vidas egoístas que nunca lograrán la felicidad del clamar por agua por el hecho de estar sediento de justicia para el mundo.
Dios pide agua. Esa expresión “tengo sed”, debe ser una consecuencia de nuestra vivencia de la fe, de la fe activa que actúa a través del amor. Es la sed que reclama nuestra corresponsabilidad en la sed de la víctimas del mundo. Si no actuamos, si no tenemos sed de justicia, estaremos dejando a Jesús con su boca seca, con el terror de la sed de un crucificado por buscar justicia para el mundo, por una justificación para el más allá que, a través de los valores del reino, ya empieza a actuar acercando el Reino de Dios y su justicia a la tierra, a los sedientos de nuestra historia.
Dios pide agua. No hemos de hacer en Semana Santa una exposición de la teología de la cruz como símbolo de ignominia y dolor que nosotros contemplamos pasivamente, sino una teología del dolor que nos anima a mancharnos las manos como buenos samaritanos buscando ayuda y justicia para el mundo de los sufrientes, de los sedientos del mundo, de los hambrientos y despojados de dignidad. Danos esa sed, Señor, de tal manera que clamemos por justicia a favor de los excluidos de los bienes que tú nos dejaste en la tierra. Danos esa sed, Señor, para que clamemos por justicia... para que también hoy calmemos tu sed. Dios pide agua.
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