Bartimeo, el símbolo universal de la pobreza y la exclusión, el que era reprendido por gritar clamando el nombre del Maestro, aquel al que sólo quedaba su grito que, para muchos, era molesto, consiguió que Jesús se detuviera. No sólo se detuvo, sino que dio una orden.
¿Tuvo Jesús que gritar también para que los que le seguían escucharan esa orden que se mezclaba con los grandes gritos y voces de Bartimeo? Imaginaos la escena:
Jesús se dirige a los que le seguían, a los que querían callar a Bartimeo. Les ordena, les manda. Vosotros, los que queréis callar la voz de Bartimeo, os ordeno y os mando que lo traigáis a mí.
Supongo que los que reprendían al ciego quedaron asombrados: ¡El Maestro se detiene, se para y quiere verle! Así, comenzaron ellos a cambiar su discurso. En vez de gritarle que se callara, comenzaron a gritarle que el Maestro quería verle. Triunfo de Bartimeo, triunfo de su grito, de su constancia, de su esperanza activa. Los gritos de silencio que querían acallar a Bartimeo se convierte en este imperativo: ¡Ten confianza!
La voz y el grito de los pobres pueden cambiar situaciones. Si los gritos de Bartimeo consiguieron que Jesús se detuviera, se parara, ¿por qué hoy los gritos de los pobres, oprimidos y marginados de la tierra no paran el mundo? Hoy se ha definido a los pobres como “los sin voz”. ¡Qué triste! ¡Que grado de resignación ante nuestra pasividad ante su grito! También, muchas personas reclaman que los cristianos sean “la voz de los sin voz”, el grito de los ahogados por su propio grito, de los que han destrozado sus gargantas y sus corazones. ¿Han perdido la esperanza? Ante el mensaje del Maestro: “Ten confianza”, ¿en quién pueden confiar ellos? ¿Cuál es la voz que les transmite esperanza y confianza?
Si nosotros somos voceros del Señor, deberíamos ser también los voceros de los “sin voz”. Quizás así haríamos renacer su grito conjunto que atronaría la tierra, quizás así pudiéramos darles unas briznas de esperanza, quizá así pudiéramos transmitirles el mensaje de Dios a los pobres de la tierra: “Ten confianza”. Si el grito de los pobres hoy está ahogado y los cristianos no nos comprometemos a ser su voz, es imposible transmitirles un mensaje de confianza en alguien o en algo. Si el amor a Dios debe ser semejante al amor al prójimo, resulta que a la vez que somos voceros de Dios debemos ser también voceros de nuestros prójimos sin voz: los pobres y excluidos de la tierra.
Jesús se había interesado por el grito de Bartimeo, icono de los pobres y desamparados del mundo. De esta manera,
la reprensión de los que le querían callar, se convierten en dos palabras preciosas: “Ten confianza”. Quizás el mundo podría decir esta frase a los pobres de la tierra si los cristianos nos detuviéramos, nos parásemos ante el grito ahogado de los pobres. El mundo se quedaría asombrado y, quizás, podrían sonar en los oídos de los excluidos y oprimidos las mismas palabras que sonaron en los oídos de Bartimeo.
El otro imperativo, es ¡levántate! ¿Quién puede levantar al pobre hoy de su bajada a los abismos? ¿Quién puede gritar hoy, levantaos pobres de la tierra porque hay esperanza? “Ten confianza” y “levántate”, son dos imperativos que van indisolublemente unidos. No podemos hacer que se levanten los pobres de la tierra si no les podemos transmitir un mínimo de confianza, un mínimo de esperanza.
Después de estos dos imperativos que conmueven a Bartimeo y que podrían conmover a los pobres de la tierra, llega el mensaje: “Te llama”. Y Bartimeo creyó en el llamado. Confió en la palabra de Jesús hasta el punto de levantarse tirando todo lo que le pudiera molestar. Bartimeo se precipitó al encuentro de Jesús arrojando su capa, aligerándose de lo poco que tenía. Jesús y Bartimeo, frente a frente. Jesús ante uno de los símbolos o iconos de la pobreza en el mundo.
Jesús premia a todos los que se aligeran para servirle. Nosotros tampoco podremos ser voceros de los pobres si vamos cargados con fardos de tesoros humanos que nos pesan y nos paralizan. Para el seguimiento de Jesús entre los pobres hay que hacer lo que hizo Bartimeo: arrojar lo que nos pesa o nos impide correr hacia el llamamiento de Jesús. Bartimeo “arrojó su capa, se levantó y vino a Jesús”.
A Bartimeo le esperaban aún muchas sorpresas. Aligerado, descargado de peso, lleno de esperanza y confianza, se enfrenta a Jesús y éste le pregunta: “¿Qué quieres que haga?” Bartimeo pidió liberación humana, liberación de su enfermedad para comenzar una nueva vida sin exclusión y con dignidad. Quizás es lo primero que nos van a pedir los pobres de la tierra, según su necesidad: Necesito alimentos, necesito medicinas, agua potable... salud. Bartimeo pidió lo suyo: “Maestro, que recobre la vista”. Quiero ver con mis ojos carnales. Confío en tu poder, Señor. Pongo en ti toda mi esperanza.
Y la respuesta fue esta: “Vete, tu fe te ha salvado”.
¿Qué pensaría Bartimeo en ese momento? Le estaban restaurando algo que él no había pedido, pero no le quedó mucho tiempo para pensar. Recibió dos cosas: Visión espiritual, naciendo a una nueva vida y dice la Escritura que “en seguida recobró la vista”.
Restauración integral. Es por eso que nosotros, en Misión Urbana en nuestro trato con los pobres de la tierra, también les comunicamos el Evangelio... pero el milagro tiene que ser integral. La iglesia y los creyentes tienen que unir lo espiritual, lo trascendente, a la acción que rescata y libera en nuestro aquí y nuestro ahora. Liberamos de la pobreza y del sinsentido del no ser de la marginación y exclusión social, damos esperanza, a la vez que esta esperanza la prolongamos sin límite, en términos de eternidad. El Evangelio tiene que ser integral. Cuando lo espiritualizamos y somos sordos al grito del marginado, estamos mutilando el Evangelio de la Gracia y de la Misericordia.
“¿Qué quieres que te haga?”... Danos la doble visión, Señor. No nos conviertas en mutiladores de tu Evangelio, del Evangelio a los pobres.
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