La esperanza que Jesús había despertado en el mendigo ciego Bartimeo era imparable. Nadie podía acallar aquel grito. Cuando oyó que quien pasaba por allí era Jesús, encontró su oportunidad y comenzó a dar voces y gritos... pero el grito o los gritos de los pobres molestan a los que creen estar integrados en la sociedad. Dice el texto que “muchos le reprendían”, pero no hacía caso, no podía obedecer... era su gran oportunidad, declararse en rebeldía contra los que querían acallar su grito.
Cuando le ordenaban que callase, dice la escritura que él “clamaba mucho más”. Era imparable, rebelde, no obedecía a las órdenes de que callara. Su grito sonaba como el paradigma del grito de los pobres y marginados del mundo. A Bartimeo no lo pudieron callar. Su rebeldía triunfó. Tal vez hoy, por el hecho de que el mundo de los integrados dan la espalda al grito de los marginados, este grito ha dejado ronca la garganta de los pobres... y se han resignado. Se necesita del apoyo de los cristianos para que ese grito no pare. Se necesita que los cristianos nos unamos al grito de los pobres de la tierra... hasta que se detenga el mundo y se tengan que parar los responsables del mantenimiento de las estructuras injustas del poder y de la riqueza.
Jesús se paró. Es lo que yo creo que deberían hacer los creyentes ante el grito de los pobres y marginados del mundo. Es una pena que ese grito no sea más rebelde y que se haya resignado. Hoy, más de medio mundo en pobreza, permanece callado y resignado... quizás porque no ha encontrado eco a su grito. Se les ha destrozado la garganta y el corazón... pero Jesús se paró. Jesús se detuvo para sorpresa de la multitud. Nunca fue sordo al grito del marginado. Nunca pasó de largo.
Jesús sí criticó a los religiosos y conocedores de la ley cuando pasaron de largo ante el grito del apaleado, del prójimo sufriente. Recordad, por ejemplo, la parábola del Buen Samaritano. Parece que el estribillo triste y trágico de la parábola es este: “y viéndole, pasó de largo”. En el caso de Bartimeo podríamos decir: Y oyéndole, pasaron de largo. Causa suficiente para que, todos estos inmisericordes, sean rechazados como prójimos y, además, enviados a la condena eterna.
Los creyentes del mundo, los discípulos del Maestro, nos deberíamos parar ante el grito de los pobres y oprimidos del mundo. Y cuando ese grito no resuena como una gran sirena atronadora del mundo, nosotros deberíamos iniciar el grito para que ellos, tocados por la esperanza, se pusieran a gritar junto a nosotros. Un grito de rebeldía, un no a la injusticia y al desigual reparto, un no al robo de dignidad de tantas personas en el mundo. Los cristianos deberíamos ser inconformistas, con rebeldía positiva, transmisores de esperanza... hasta contagiar a los pobres del mundo para que no cayeran en la resignación. Alguien tiene que pararse y reflexionar. Jesús ya no está entre nosotros. Nos corresponde sus seguidores pararnos al lado del lacerado, del apaleado y tirado a los márgenes del camino, allí junto al abismo de la desesperación.
El mendigo ciego Bartimeo usó este grito: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Y nadie pudo apartarle de aquel grito.
Se mostró rebelde a las órdenes de silencio y, cuanto más le querían obligar a callarse, más gritaba. Era Jesús. Su esperanza. No podían callarle. ¿Cómo se iba a callar? Hubieran tenido que matarle. Esa rebeldía sigue necesitando el mundo hoy. El grito del Bartimeo debe ser el grito de la humanidad pobre... y nosotros, los cristianos, tenemos que alentar ese grito y unirnos a él, pararnos ante el grito del sufriente.
Quizás tenemos miedo del conflicto, de molestar a los poderosos de la tierra, a los integrados y acumuladores del mundo. Si tenemos miedo, es que los objetivos no los tenemos claros. Nos falta la rebeldía de Bartimeo que no quiso callarse... porque es más que probable que si nos unimos al grito de Bartimeo, al grito de los pobres de la tierra, comencemos a tener problemas. Si Bartimeo los tuvo, ¿por qué no los vamos a tener nosotros? Todos se echaron encima de Bartimeo pidiéndole que callara, le reprendían. Su grito les parecía molesto y no adecuado. Sin embargo, Bartimeo en su rebeldía activa, en su seguridad ante la esperanza que le transmitía el paso de Jesús, no dejó de gritar, sino que clamaba más aún.
El conflicto nos puede ocurrir a nosotros si nos unimos al grito de Bartimeo. Conflicto con nuestros vecinos, con las autoridades, con los compañeros de trabajo, parientes o amigos... Es necesario tener la rebeldía de Bartimeo. Poco les faltó a aquellas personas para decirle a Bartimeo: ¡Cállate y muérete! Querían reducirlo para siempre a la marginación y a la pobreza.
Quizás es que en el mundo, gritar el nombre de Jesús, impresiona. Más aún cuando se grita el nombre de Jesús en relación con la eliminación del escándalo de la pobreza en el mundo. Poco se grita hoy el nombre de Jesús en relación con la ayuda al prójimo pobre y sufriente, con la ayuda a los oprimidos e injustamente tratados. No usamos el nombre de Jesús, el Hijos de David, para implorar misericordia para con los pobres y sufrientes del mundo. Es una de las carencias del cristianismo hoy.
Bartimeo, sin ojos, tenía fija la mirada en Jesús. Algo, motivado por la esperanza, se estaba iluminando en su interior. Unos nuevos ojos... quizás los de la fe. Fe que hoy el mundo necesita para que haya personas que actúan a través del amor, como diría el Apóstol Pablo. Esa fe incipiente, esa esperanza, le animaron a ser rebelde y a no callarse, a gritar por encima de las prohibiciones: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mi”. ¡Ten misericordia! Grito que parece no entender el mundo hoy.
Jesús se paró. Él no podía pasar de largo.
Jesús hoy también está parado al lado de los pobres y sufrientes del mundo. Somos nosotros, los que nos decimos ser sus seguidores, los que no nos paramos ante este grito. Nos dio ejemplo. Ejemplo que si no seguimos puede hacer que caminemos por el mundo con una fe muerta, eliminada por los excesivos rituales insolidarios, hipócritas como sepulcros blanqueados por fuera. Esto no debe ser así. No es así para muchos cristianos del mundo que han sabido pararse ante el grito de los marginados y se han sentido movidos a misericordia. A partir de ahí, vendrá la acción y el compromiso. Quizás podamos cambiar ese grito en una exclamación de alegría, en un brote de esperanza. Imitemos al rebeldía de Bartimeo aunque se nos venga encima el mundo entero. Lo hacemos en el nombre del Señor. Él tiene poder para sostenernos.
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