Bartimeo se puede tomar como un símbolo universal. Todos nos podemos sentir reflejados en él, pobres y menos pobres. Nos encontramos dos personajes centrales: Jesús y Bartimeo. Jesús y el símbolo de los pobres de la tierra, de los marginados y excluidos por cualquier causa. Ese símbolo podría dar como resultado Jesús y tú mismo, aunque no seas pobre económicamente hablando; Jesús y yo mismo. Bartimeo reducido a símbolo, a icono que representa a todos los pobres de la tierra, a ese sobrante humano que a algunos les gustaría que desapareciera del planeta tierra, a los que sufren. Jesús y Bartimeo. Jesús y cualquier hombre sufriente de la historia pasada o de nuestro aquí y nuestro ahora. Jesús ante cualquiera de los empobrecidos de hoy.
El escenario es la gran ciudad de Jericó. Otro símbolo, otro icono de la gran ciudad. Iconos o símbolos que albergan mucha pobreza urbana, el Cuarto Mundo Urbano, la pobreza de las grandes ciudades, de los centros antiguos de las megaciudades. ¡Cuántos pobres! ¡Cuántos mendigos! ¡Cuántas personas en dificultad social, en exclusión, en pobreza severa en las grandes ciudades del mundo!
Jesús salía de Jericó y arrastraba con él una gran multitud. Hoy, que hemos olvidado los centros antiguos y, en general, los centros de las grandes ciudades como punto de misión urgente y preferente, nos encontramos con Jesús saliendo de Jericó y tras él una gran cantidad de urbanitas. Jesús debió causar impacto en la ciudad, en Jericó. La prueba era el aluvión de gente que le seguía en donde los discípulos eran sólo un puntito de arena en un aplaya.
¿Qué impacto causaría Jesús en la ciudad para que le siguiera tanta gente? ¿Qué esperanzas levantaría? La gente le seguía. Gente activa, interesada, que quería ver señales y milagros, oír algún mensaje de parte del Maestro, de Jesús. Gente llena de curiosidad y esperanza. No querían perderse el contemplar al Maestro, ver sus señales y prodigios, admirar su poder.
Hoy la iglesia y los creyentes también podrían causar impacto en las grandes urbes si se pusieran a realizar el milagro, el de la multiplicación de los panes y los peces... y otros milagros que Jesús puede hacer también hoy a través de los que le siguen. Sólo habría que hacer lo que hizo aquel niño que tenía los panes y los pececillos: ponerlos en las manos del Señor.
Ciudades llena de actividad, de bullicio, de estrés, de las diferentes dinámicas que emanan de la gran urbe. Muchos que participaban de la vida activamente, comercialmente, desde el punto de vista de los negocios, de los engaños, de las actividades que dan vida a la ciudad... Pero allí, justo a la salida, al igual que muchos otros estarían dentro de la ciudad, estaba el símbolo universal de la pobreza, el icono de los marginados del mundo, de los empobrecidos y privados de dignidad: Bartimeo.
Hay muchos que no participan de la vida de la ciudad, excluidos, lanzados a la marginación, pasivos... y aparentemente sin poder seguir al Maestro. Sentados o tirados al lado del camino, dependientes de otros, implorando caridad... mendigando. ¿Quién podría pensar que esa persona olvidada y excluida, Bartimeo, iba a ser un personaje central en la vida y enseñanza del Maestro, un personaje de una historia universalmente conocida?
Hoy muchos, en nuestras ciudades, son vidas rotas, sin ilusiones ni proyectos, evitados por la gente para que su conciencia no les reproche el no pararse movidos a misericordia, vidas truncadas... la antivida o infravida de la marginación, el no ser de la pobreza, el sin vivir de la exclusión, símbolos del abandono y de la soledad. Bartimeo tiene paralelismos claros con el hombre de hoy, independientemente de que mendiguen o no, de que sean ciegos o que vean. Símbolo o icono de los pobres del mundo, del escándalo de la pobreza.
El problema en el mundo es que no sólo los Bartimeos de nuestra historia están sentados en medio del sufrimiento, sino que muchos, la mayoría de los cristianos también están sentados a la otra orilla, la de la abundancia, la del disfrute de bienes... la del disfrute de la búsqueda de bienes espirituales... de forma insolidaria, sin salir, como Jesús, a las calles comunicando esperanza a los pobres y oprimidos del mundo.
No podemos ser auténticos discípulos de Jesús si nos falta un gesto de rebeldía positiva, de inconformismo... de esperanza activa que ponga en marcha nuestra fe que actúa a través del amor. Si Bartimeo pudo gritar y hacer que Jesús se parase, fue porque Jesús estaba allí en compromiso. Los pobres gritarían hoy llenos de esperanza si sus seguidores pudieran transmitir algo de la esperanza que transmitía Jesús con sus acciones y con sus palabras. Sin embargo, muchos caminan por el mundo resignados y se sientan al lado del camino, del abismo cuyo fondo van a tocar pronto. “No me suicido, porque soy un cobarde”, me decía un pobre urbano al que yo intentaba ayudar desde Misión Urbana.
El ciego pobre, Bartimeo, símbolo de la pobreza severa en nuestros ambientes del mundo hoy, pudo gritar. Pero, ¿por qué gritó? Porque oyó que pasaba Jesús. ¿Gritarían hoy los pobres del mundo si oyeran que por su lado pasaban unos cristianos? Algo nos falta para que el cristianismo sea hoy un halo de esperanza para los pobres del mundo, para que éstos estallen en un grito de esperanza.
Bartimeo gritó “oyendo que era Jesús”. Hoy deberían gritar igualmente cuando pasan los que dicen ser sus seguidores, los que pronuncian su nombre. Es necesario que hoy en las grandes ciudades del mundo y entre los pobres, resuene el nombre de Jesús, que sea gritado y proclamado... pero con coherencia. Que esta coherencia en el compromiso haga que los pobres del mundo nos lancen su grito de esperanza. Que usen lo que tengan para lanzar su grito. Bartimeo era ciego, pero podía oír y gritar. Pero somos los cristianos los que hemos de posibilitar ese grito con nuestro ejemplo de servicio, de búsqueda de justicia, de amor en acción.
La coherencia de Jesús, su ejemplo en el servicio y preocupación por los débiles, los desclasados, los pobres y los proscritos, hicieron emerger en Bartimeo un grito de esperanza, un grito desgarrador que hace decir a la Escritura: Y Jesús se paró. Los cristianos debemos posibilitar y potenciar ese grito, hacerlo nuestro. Eso sólo ocurrirá cuando el cristianismo sea vivido en compromiso, cumpliendo el mandato de projimidad que nos ha dejado Jesús, siendo movidos a misericordia como lo fue el buen samaritano.
Jesús consiguió con su ejemplo y enseñanza que un entumecido ciego, tirado al lado de camino, al pie del abismo de la infravida, se pusiera a gritar. Los cristianos lo deberían conseguir también. Sí. Con nuestra entrega, nuestro compromiso, nuestro compartir, nuestra lucha por la justicia, nuestra denuncia de la falsa e impía redistribución de bienes en el planeta tierra... con nuestro amor en acción. Con nuestra fe... si es que no está muerta.
Si quieres comentar o