En los relatos de los Evangelios, vemos que aparecen personajes pobres y enfermos que gritaron a Jesús para atraer su atención en situaciones de emergencia. Así ocurrió con el ciego Bartimeo. En este caso que estamos tratando eran diez leprosos. Eran gritos por misericordia en una situación de gran ewmergencia.
Hoy en el mundo también podríamos escuchar millones de gritos que claman por misericordia en situaciones límite de hambre, pobreza o enfermedad. Somos igualmente interpelados como lo fue Jesús. La diferencia está en que hoy se da, de una forma bastante generalizada en nuestras sociedades, la espalda a estos gritos. En Jesús fue diferente. Siempre acogió el grito de los marginados. A Jesús nunca le molestó la urgencia de estos gritos.
Jesús desea que los pobres de la tierra y los marginados del mundo clamen a él en el clímax de la urgencia, de la emergencia, de la tensión, del conflicto. También, cuando los pobres del mundo han llegado a situaciones límite en las que ya no tienen voz, sólo resignación, el Señor puede escuchar el grito de los que claman por ellos, los gritos proféticos de sus hijos que claman por misericordia para con los despojados y oprimidos.
Los diez leprosos gritaron en busca de misericordia: “¡Ten misericordia de nosotros!”. Jesús acogió ese grito y, siempre, en toda acogida de Jesús, había liberación. En este caso, los que gritaban eran diez enfermos. Diez enfermos que, a su vez, eran diez marginados, diez pobres de la tierra, excluidos de todo bien terrestre. La enfermedad, en los tiempos bíblicos, también excluía y marginaba. Muchos de los enfermos eran pobres y muchos de los pobres eran enfermos. La enfermedad convertía a muchos en marginados y excluidos. Era el caso de los leprosos, pero podía ser también el caso de otros enfermos como los ciegos y muchos, muchísimos, aquejados de diferentes enfermedades.
Había muchas enfermedades que excluían y marginaban en tiempos de Jesús. ¿Y hoy? Es posible que hoy todos nos creamos más moralistas en cuanto a la enfermedad, más puros en estas áreas que pueden afectar a cualquier persona. Pero, de todas maneras, el problema se sigue detectando en los campos de marginación de las grandes ciudades y del mundo.
En estos momentos es un poco más invisible, pero cuando yo llegué a Lavapiés hace solamente veinticinco años, pude observar muy de cerca la situación de marginación de muchos enfermos drogodependientes. En aquellos tiempos recuerdo que en más de una ocasión, en alguna de mis conferencias, dije que los drogodependientes eran los leprosos de nuestros días.
Luego, entre los usuarios de Misión Urbana, me encontré con varios de los infectados por el VIH, los enfermos de sida. También tuve una impresión similar al ver el rechazo de que eran objeto en la sociedad. Luego fui viendo que, en los campos de marginación de nuestras ciudades, muchos deambulan empobrecidos y marginados por taras mentales. Es como si aún fuera necesario hacer un gran exorcismo social para liberar a tantos endemoniados de nuestros entornos y de nuestros ambientes ciudadanos. También hay muchos pobres tocados por la depresión y deprimidos que caen en pobreza. El tema “enfermedad y pobreza”, debería ser más estudiado en nuestros días.
Si Jesús supo acoger el grito de esos pobres-enfermos o de esos enfermos-pobres, nosotros, los seguidores de Jesús hoy, deberíamos acoger también el grito de estos marginados y empobrecidos del mundo.
En los tiempos de Jesús era aún peor que hoy. Jerusalén era un centro de mendicidad. Por los caminos y vallados había pobres tullidos, ciegos, leprosos, enfermos cuya única salida era la mendicidad. Además, había otros estigmas para la enfermedad en aquellos momentos. Muchos consideraban la enfermedad como castigo o maldición de Dios, otros la consideraban como producto del pecado o de una falta contra Dios. Jesús rechaza todas esas concepciones y les acoge con una acogida incondicional y liberadora.
Jesús, si estudiamos los contextos de sus milagros, se acerca a los enfermos no como un simple médico que puede resolver el problema biológico. Jesús se acerca a ellos de forma integral para recuperar y reconstruir hombres hundidos en el dolor, en la condena moral, en la soledad y en la marginación. En la experiencia de Jesús, el enfermo y el pobre, el enfermo y el excluido, se funden en una persona que necesita acogida y liberación e su situación.
Jesús veía al hombre integral y, así, en el enfermo veía al marginado, al solitario, al sufriente, al culpabilizado y despreciado. Jesús no era un sanador biológico. No era un curandero ni un milagreo al estilo de tantos milagreros que deambulan hoy por el mundo que dicen actuar en nombre de Jesús. Él buscaba la restauración integral de la persona por encima de lo estrictamente físico o biológico. Para Jesús era importante el contexto social, la insolidaridad de las personas, la exclusión en la que se veían lanzados muchos de los enfermos, las situaciones de pobreza ante la indiferencia de tantos, incluyendo los religiosos de la época. Jesús era observador de todo un contexto social inmisericorde.
Tenemos que aprender, nosotros sus seguidores, a mirar con los ojos de Jesús. No podemos tomar de la vida y ejemplos de Jesús, sólo aquellos que nos produce gozo y satisfacción, eludiendo los compromisos con los pobres, enfermos y oprimidos del mundo. No podemos convertirnos en mutiladores del Evangelio que Jesús nos dejó tanto con sus palabras como con sus hechos. Nuestra mirada también tiene que ser integral, de acogida sin condiciones, de compromiso solidario, de aceptación de la projimidad. Sólo así podremos vivir la integralidad del Evangelio. Sólo así podremos tener una vivencia integral de la espiritualidad cristiana.
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