En las líneas del Evangelio a los pobres que nos dejó Jesús, nunca se valora la prepotencia ni el orgullo humanos. Siempre se va a valorar a los humildes, a los últimos. Las formas de posicionarse en la oración dejaban ver quién era el fariseo y quién el humilde. Del publicano, de este despreciado y proscrito, de este tachado de pecador por el propio fariseo, se nos dice algo acerca de su posicionamiento ante el Señor para orar. Se nos dice que estaba lejos, quizás considerándose de los últimos. Si Jesús, en los valores del Reino siguiendo las líneas que van configurando el Evangelio a los pobres, nos dice que los últimos van a ser los primeros, parece que en la Parábola del Fariseo y el Publicano nos dice que los lejanos serán los más cercanos, los invisibles se harán visibles, los rechazados serán atraídos, los sencillos serán destacados como valiosos y los orgullosos y prepotentes que se enaltecen serán humillados.
Esto está en total consonancia con las líneas del Evangelio a los pobres. Estas son líneas, valores y parámetros que hay que aplicar a los marginados y empobrecidos del mundo, a los últimos y a los proscritos, a los rechazados y despreciados, a los oprimidos y olvidados Dios los quiere hacer cercanos y enaltecerlos.
El orgullo y la prepotencia del fariseo y la humildad y el considerarse de los últimos o alejados del publicano, se refleja en su posicionamiento físico ante la oración, en sus gestos, en sus actitudes. El fariseo, estaba en pie, erguido, confiaba en sí mismo y oraba consigo mismo de forma altanera y despreciadora de los considerados por él pecadores. El publicano, se mantenía lejos, como considerándose indigno de apropiarse el uso de una mayor cercanía. Sus ojos, en actitud de humildad, no se elevaban, no se atrevía a elevarlos al cielo, los tenía bajados hacia la tierra, lo que implica tener la cabeza inclinada. Otro gesto duro y de humildad reconociéndose pequeño ante Dios y pecador, era el de golpearse el pecho reconociendo su culpabilidad ante Dios.
Pues bien, esa actitud de alejamiento, de considerarse indigno de más cercanía ante el Señor, el tener los ojos bajados y mirando a la tierra, es más propio de los pobres que de los ricos. Son más características de los pobres que de los poderosos de la tierra, de los acumuladores del mundo. Estas características de humillación las acoge Jesús y las aprueba en línea con el concepto de su Evangelio a los pobres.
Los pobres son los económicamente pobres, los excluidos, los marginados y proscritos, los oprimidos, los humillados y privados de dignidad... no están lejos del Reino de Dios porque Jesús tuvo esa tendencia hacia abajo que le configura como el que presenta unos valores que le identifican como Mesías que, como señas de identidad, puede decir que el Evangelio es predicado a los pobres... ¡y con qué valores!
Valores que asustan a los prepotentes enriquecidos del mundo. El Evangelio al desnudo trastoca todos los valores de aquellos integrados que confían en sí mismos y que oran consigo mismos al no poder dar, darse, compartir y dedicarse a la búsqueda de la justicia como deben hacer los seguidores del Maestro.
Dentro de la línea del Evangelio a los pobres, con ese trastoque de valores que nos traen los valores del Reino, encaja perfectamente la moraleja de la parábola del Fariseo y el Publicano: “Cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Y si los creyentes todos nos humilláramos, comprenderíamos perfectamente lo que significa el Evangelio a los pobres. Cambiaríamos valores, evangelizaríamos al mundo, a la sociedad, a la cultura y a las estructuras injustas que marginan y empobrecen... cambiaríamos el mundo, acercaríamos el Reino de Dios y sus valores a los pobres, a los hombres todos de la tierra.
Los valores del Reino y del Evangelio a los pobres preñan toda la Escritura, fundamentalmente los Evangelios... y no los queremos ver, no deseamos detectarlos. Es un trastoque tal de nuestras seguridades humanas y de nuestras prepotencias y orgullos que nuestra mente tiende a no considerarlos en su fuerza, en su formulación radical... nos da miedo. No queremos sentirnos interpelados por este Evangelio de Jesús. Pues os digo, nos dice Jesús, que el humillado con los ojos bajados a tierra, el lejano, el que reconoce su miseria delante de Dios, será justificado... y éste no puede ser insolidario con el prójimo, con los pobres de la tierra.
Dios rechaza el sacrificio y el culto de los inmisericordes, de los que no tienen una mano tendida al débil, del que desprecia, aunque sólo sea con el pecado de omisión a los pobres y proscritos del mundo. Dios rechaza el sacrificio de los inmisericordes a los que condena y les cierra las puertas del templo. Es importante cumplir con el concepto de projimidad que nos deja Jesús para que nuestro culto sea acepto al Altísimo.
El prójimo y, fundamentalmente, el prójimo necesitado, está en una relación central, clave y necesaria para poder relacionarnos con el Creador. Amar al prójimo es semejante a amar a Dios. Y cuando nos acercamos a Dios, a su altar dejando tirado de forma inmisericorde al prójimo o despreciándole, la Biblia nos llama “mentirosos”.
La vivencia de la espiritualidad cristiana no es algo que se dé exclusivamente en una relación exclusiva entre el hombre y Dios. Hay un tercero imprescindible: El prójimo apaleado y en necesidad. La relación con Dios implica siempre una relación a tres: Dios, nosotros y el prójimo.
Señor, queremos ser enaltecidos, enaltecidos por ti. Sabemos que para eso tenemos que humillarnos y bajar nuestros ojos al suelo, a la tierra donde están los que nos necesitan, donde está el prójimo pobre y sufriente al que tenemos que servir. Queremos que nuestras oraciones y culto sea acepto a ti. Danos la actitud de aquel que, siendo despreciado por el fariseo, fue justificado. Queremos entender tu Evangelio, un Evangelio lleno de las líneas y los valores del Evangelio a los pobres. ¡Guárdanos de cualquiera que nos traiga otro evangelio!
Si quieres comentar o