Hay que hablar denunciando, buscando justicia, escribir, usar los medios de comunicación, todo tipo de púlpito y plataforma para que al mundo llegue la voz de denuncia de los cristianos.
Lógicamente la voz de denuncia debe ser coherente con los demás compromisos de la praxis cristiana, tiene que estar avalada por personas que se involucran en los campos de pobreza, bajándose de su tren de prosperidad para actuar como buenos samaritanos. Sería incomprensible una voz de denuncia de la pastoral social de una iglesia que no fuera la iglesia del Reino que trabaja, manchándose las manos, por la liberación de los oprimidos y despojados del mundo siguiendo los valores del Reino.
Los cristianos presentan muchas veces a Dios como el todopoderoso, el Señor de los Ejércitos del Antiguo Testamento, el Dios justiciero al cual pertenece la venganza… y nos olvidamos que ese Dios es el Dios de los más pobres, de los sufrientes, de los indefensos, de los proscritos y excluidos… el Dios que sale siempre en defensa de la víctimas de la injusticia y de la opresión. El Dios que oye el clamor de los débiles e injustamente tratados y que clama por justicia de los empobrecidos, oprimidos y humillados del mundo.
Una pastoral social debe aprender de los profetas del Antiguo Testamento. Los profetas del pueblo de Israel no claman a Dios desde las leyes escritas en ningún tipo de códice, ni siquiera desde la Ley del Antiguo Testamento. Los profetas claman a Dios haciéndose eco del grito de los pobres. La denuncia tiene una característica especial: denuncian desde la cruda y difícil realidad de los sufrientes, de los pobres y de los oprimidos. No denuncian desde ningún tipo de sistema jurídico, desde ningún código legal establecido. El grito sufriente de los pobres del mundo supera todo tipo de ley.
Cuando alguien se sitúa en el mundo cogido de la mano de Dios y de cara al mundo de los empobrecidos del mundo, no hay ley que valga. La dura realidad supera cualquier legislación, el grito de los pobres se pone por encima de la fuerza de los tribunales. No queda otro remedio que denunciar clamando a Dios a la vez que se señala con el dedo a los culpables, a los opresores, a los que practican la injusticia, a los acumuladores, a los que desequilibran el mundo con la injusta redistribución de la riqueza.
Una pastoral social auténtica no puede pasar de largo de estas líneas solidarias trazadas por los profetas que seguían las directrices de Dios mismo que les ordenaba que clamaran a voz en cuello contra la injusticia, la opresión y el empobrecimiento de tantos sufrientes del mundo. Hay que denunciar directamente desde la realidad, desde los empobrecidos del mundo y no desde las leyes que conceden grandes ventajas a los integrados y enriquecidos del sistema. A una pastoral social no le queda más remedio que ser valiente, denunciadora, buscadora de la justicia y en contra de todo tipo de opresión, despojo y robo de dignidad de tantos hombres que han sido lanzados a los márgenes de la sociedad cuando tienen todo el derecho a participar de los bienes que Dios nos da a través de lo que la tierra produce para todos.
La iglesia que pone en marcha una pastoral que asume la denuncia, que conoce al Dios verdadero en la medida en que sigue las líneas de projimidad manteniéndose fiel a los pobres, a los apaleados del mundo y que se compromete con la defensa de los más débiles e indefensos, no puede permanecer callada ante la injusticia y la exclusión de tantas personas en el mundo.
Una pastoral hecha desde las víctimas no tiene más remedio que ser activa, comprometida, militante. La iglesia que perfila una pastoral de lo social, de la pobreza, no puede quedarse dentro de las cuatro paredes de sus templos gozándose en la alabanza y dedicada a una especie de disfrute sosegado y contemplativo, indiferente ante la injusticia y el dolor que padecen las víctimas de este sistema en contravalor con los valores del Reino.
Es posible que, incluso, ante el escándalo y vergüenza que es la pobreza y el sufrimiento de tantas víctimas en el mundo, encuentre dificultades para expresar su sentir cristiano, su fe. Ante la desgracia y el holocausto que significa tanta pobreza en el mundo, no valen palabras religiosas grandilocuentes. Ante la experiencia que vivieron los profetas frente a la pobreza, la opresión y la injusticia, es posible que lo primero que venga a la boca del creyente sea la denuncia, no sea que ante tanto desastre, nuestras invocaciones a Dios de forma insolidarias con el hombre, sea como tomar el mismo nombre de Dios en vano.
Si los profetas, unidos a Dios y tomados de su manos, denunciaban señalando con el dedo a los opresores, acumuladores e injustos que hacían violencia contra los pobres, una pastoral de lo social, de la pobreza en el mundo, debe copiar estas líneas de denuncia solidaria.
Una pastoral de lo social, hecha desde las víctimas del mundo, tiene que ser ética, y al ser la pobreza tan universal, debe trabajar por el cumplimiento de una ética universal basada en los valores del Reino. Hoy, cuando se trabaja por crear una ética universal para todos y los esfuerzos están fallando, quizás haya que tener en cuenta que el punto de partida de una ética universal debe ser un compromiso de justicia para con los pobres del mundo, un compromiso global para eliminar del mundo esa lacra, ese escándalo y vergüenza humana que es la pobreza. Para eso se necesita una pastoral social que asuma la denuncia siguiendo los pasos de los profetas y de Jesús mismo. La iglesia no sólo debe trazarlas líneas de esta pastoral, sino cumplirla.
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