Tenemos que preguntarnos si debajo de todo este engranaje económico hay un sistema de valores injustos que producen estos desajustes en la redistribución de la riqueza… contravalores bíblicos que nos deben poner en guardia y actuar en defensa de nuestro prójimo… nuestro hermano.
Hoy, en un mundo de globalización, se puede afirmar que lo más globalizado, sin lugar a duda, es la pobreza, la infravida, la muerte. Sólo unos pocos nadan en la abundancia de forma individualista e insolidaria sostenidos sobre los cadáveres, la no vida y el sufrimiento de grandes masas de población. El dinero no sirve para dar vida. El dinero mata. La acumulación del dinero empobrece. El dinero hoy en el mundo no es ese “poderoso caballero es don dinero” que diría nuestro clásico Quevedo. La lucha por la acumulación de dinero empobrece por el despojo injusto que se hace de esa gran parte de la humanidad a la que se le exige la devolución de una deuda ennegrecida y empañada por la usura, por los intereses enturbiados por el sufrimiento de muchos.
Este pago de la deuda externa se exige en medio de una crisis que no es solamente económica, sino una crisis de valores humanos, una disolución de principios morales y éticos, una pérdida de creencias e ideologías solidarias que nos encaminan hacia el escándalo y vergüenza humana que es la pobreza en el mundo.
El mundo pobre necesitaba dinero para sobrevivir. Coincide esta gran necesidad y penuria con el hecho de que el Banco Mundial, los bancos privados y muchos de los gobiernos del Norte Rico pusieron en marcha en los años sesenta una política activa de préstamos con unos intereses bajos. No tardaría en estallar la crisis. En los años ochenta se produce una subida inesperada de los tipos de interés que pasan del 4% hasta llegar incluso al 22%.
Además, la manera de obtener divisas los países pobres, que es a través de las exportaciones de sus productos, tuvo una caída espectacular. Hay una caída de precios de sus productos. El mundo pobre no encontró el cauce de un mercado justo para sus productos. Las gestiones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial no favorecieron a los países pobres que entraron en una dependencia total de los países ricos, en una subordinación y presión de devolución que convirtieron a los países pobres en fuente financiadora del bienestar de los países enriquecidos del mundo.
La devolución de la Deuda Externa por parte del mundo pobre, las políticas de ajuste que les marca el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial para que la Deuda pueda ir siendo pagada, hace que muchos niños tengan que morir de hambre, hacen que el desarrollo humano de muchos pueblos se haga imposible, lleva a millones de personas a situaciones límite de miseria que convierte a muchos prójimos nuestros en un sobrante humano sufriente y lacerante. Estos países no vislumbran la luz al final del túnel de la miseria, del hambre y de la pérdida de dignidad humana… y esto no puede ni debe ocurrir ante la indiferencia de los cristianos del mundo. No podemos mirar para otro lado, no debemos ponernos de espaldas ante esta subordinación de las economías pobres que sobreviven en la infravida o que mueren por falta de recursos alimenticios, de agua potable o de medicinas.
El dinero del mundo rico no sirve para dar vida a los habitantes de la tierra. Es un dinero que produce muerte. Un despojo que reduce a muchos a un infierno vivido ya en la tierra, para que sólo unos pocos disfruten de todo tipo de bienes y servicios… Esto no se compadece con la justicia. No se ajusta a la solidaridad humana, al deber de responsabilidad que los cristianos debemos tener para con el prójimo y, fundamentalmente, para con el prójimo necesitado. Los cristianos tenemos el deber de pararnos ante el prójimo despojado, apaleado y robado, sentirnos movidos a misericordia y usar nuestros medios y nuestra voz a favor de los empobrecidos del mundo. Quizás ahí es donde también debemos clamar por la condonación de la deuda, por un jubileo bíblico que pueda ser aplicado en el mundo, un jubileo que lleve justicia y misericordia al prójimo apaleado, despojado y dejado medio muerto.
A veces decimos que tenemos ONGs que, desde el pequeño sector mundo enriquecido, colaboran con el mundo empobrecido con esa más de media humanidad en la miseria. Decimos que hay subvenciones o diferentes asistencias benéficas, pero, desde el mundo pobre, sigue saliendo más dinero, más capital, más transferencia de bienes al mundo rico que lo que entra en concepto de beneficencia. Los pobres siguen siendo los financiadores de nuestro bienestar. Hay países que, después de haber pagado tres o cuatro veces el montante dinerario de la Deuda Externa, siguen debiendo muchos miles de millones de dólares. Algunos dicen que es la Deuda Eterna.
Así, se puede afirmar que cada niño que nace en el mundo pobre ya viene endeudado, pero no con unas cantidades posibles de pagar a lo largo de su vida, sino con cantidades que le gravan con la deuda de muchos miles de dólares al nacer, dólares a los cuales nunca tendrá alcance. Esos niños que nacen en los países pobres siempre serán deudores, a no ser que se produzca ese jubileo por el que debemos clamar los cristianos, esa condonación de la deuda por haber podido los discípulos de Jesús contagiar al mundo de una justicia misericordiosa que sólo puede emanar del corazón y de la voz de los cristianos como seguidores de Jesús que nos enseñó la necedad de la acumulación, la estulticia de vivir para agrandar nuestros almacenes personales, que nos retó, incluso, a que si queremos ser sus discípulos vendamos todo lo que tenemos y lo demos a los pobres para así tener tesoro en los cielos.
Hoy el mundo rico es una especie de Epulón que celebra banquetes ante la presencia de Lázaro, el mundo pobre que, a veces, ni siquiera tiene acceso a recoger las migajas que caen de la mesa de los ricos… y, además, se les exige políticas de ajuste para que puedan devolver sus deudas… hasta la muerte.
Se necesita la voz profética de los cristianos en denuncia de la injusticia, en su lucha contra una pobreza que, además de ser un escándalo y una vergüenza humana, es un freno para la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana que debe ser solidaria y denunciadora de toda injusticia.
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