Si se dice que las crisis personales son una oportunidad para el éxito, se podría decir que las crisis económicas pueden ser un revulsivo para generar nuevas oportunidades, nuevos retos, muevas ideas y nuevos parámetros socioeconómicos en busca de un cambio de rumbo en el mundo. Es como si las grandes crisis pidieran un giro en al rumbo que debe marcar el timón de la nave de la economía en el mundo.
El decrecimiento debería tener por objetivo el intento de equilibrar los tipos de relación que el hombre tiene con la naturaleza, intentando que se pueda acallar tanto el grito de los pobres, como el lamento de la naturaleza ante su expoliación descontrolada de la que se aprovechan sólo unos pocos. El hombre debería pensar en dejar de ser el Satán de la tierra como ya se le ha llamado. Su relación con ella no debe ser la de dominio explotador y expoliador. Y lo malo de todo esto es que esta explotación descontrolada, este dominio expoliador, no se hace para bien del conjunto de la humanidad, sino para el beneficio egoísta e irresponsable de unos pocos. No se busca el hecho de que todos puedan alimentarse y vivir con dignidad, sino el hecho del enriquecimiento y la rentabilidad económica excesiva de unos cuantos insolidarios.
Entonces, el decrecimiento se sitúa en unos parámetros antagónicos del crecimiento expoliador para beneficio de unas minorías que se enriquecen y engordan sin ningún rubor. El decrecimiento respeta por igual el tema ecológico que el tema de la pobreza en el mundo. Intenta acallar tanto el grito de los pobres como el lamento de la naturaleza. Está en la línea de búsqueda de una relación con la tierra más responsable que evite ese dominio expoliador y, además, intenta que lo que la tierra produce, trabajada de una manera racional y respetando los ecosistemas, debe ser para todos en una relación más igualitaria, más justa y menos egoísta.
El decrecimiento desea que tanto los individuos como los pueblos de la tierra busquen parámetros nuevos alejados del consumo desmedido, de las acumulaciones de unos pocos insolidarios, que se garanticen los derechos a la alimentación sana por parte de toda la humanidad y que nos relacionemos bajo conceptos de criaturas en igualdad de derechos. Desea evitar el escándalo y la vergüenza humana que es la pobreza.
La responsabilidad que los países más ricos del planeta tienen para con la humanidad, es tremenda. Estos países son los que más marcan el problema de la huella ecológica, huella que tan negativa la observamos en nuestros días. Los países ricos tienen que hacer decrecer su consumo de bienes y energías a favor de los pobres del mundo y a favor de la propia naturaleza. El decrecimiento busca la organización y creación de una nueva sociedad, nuevos sistemas económicos y sociales, nuevos parámetros solidarios, igualitarios y ecológicos para que la humanidad sea más justa y la tierra pueda respirar y abandonar su lamento.
¡Qué diferente sería el mundo si las personas de los países más ricos se conformaran con un decrecimiento que respetara la satisfacción de sus necesidades básicas en beneficio de los pobres del mundo y de los ecosistemas! Se necesita un respeto solidario hacia los pobres y un respeto al equilibrio de la naturaleza que dice la Biblia que
“gime a una como con dolores de parto esperando su liberación”. Si el Reino de Dios desea convertir a los cristianos en agentes de liberación en relación con los pobres y robados de dignidad en el mundo, también los valores del Reino nos deben convertir en agentes de liberación de la propia naturaleza.
La teoría del decrecimiento nos podría dar a todos los habitantes del mundo una afirmación liberadora para todos: Todos podemos ser más felices y vivir mejor evitando el consumo desmedido. Así, en la teoría del decrecimiento, los que renuncien a lo superfluo a favor de los otros, encontrarían lo que significa la felicidad del dar y del compartir. Es una vergüenza humana que haya tantos consumidores y acumuladores compulsivos, mientras en otros lugares del mundo hay tanta hambre, tanta miseria y tanta mortandad por situaciones evitables.
Los cristianos, siguiendo la línea de los valores del Reino, se deberían juntar y sentarse en torno a este concepto de decrecimiento y ver qué posibilidades tenemos como creyentes de ir creando nuevos valores que puedan rediseñar los parámetros insolidarios y de consumo en los que se mueven nuestras sociedades del Norte rico. Estaríamos entrando por las líneas de projimidad que nos ha marcado Jesús, nuestro Maestro, un Jesús que si viniera de nuevo entre nosotros no se pondría del lado del crecimiento insolidario, sólo para unos pocos, que desequilibra el mundo y que contamina la naturaleza... Nosotros nos deberíamos posicionar en el decrecimiento solidario por coherencia con los valores cristianos que profesamos y, por qué no, por humanidad y justicia social.
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