Utópicos también son muchos de los valores que nos enseñó Jesús en el contexto de lo que también se puede llamar utopía del Reino, como el que “los últimos serán los primeros”, el amor a los enemigos, o el pagar a todos igualitariamente siguiendo una justicia misericordiosa en donde a los últimos se les va a pagar en primer lugar, y no por eso, por plantearlos dentro de cierta utopía, debemos renunciar a ellos. Jamás debemos cesar en el acercamiento de estos valores a los hombres, aunque nos movamos en ese “todavía no” del Reino de Dios. Hay un “ya” en el que hemos de movernos y trabajar. En ese “ya” establecido del Reino, debemos de luchar por el objetivo de pobreza cero.
Además, hoy, muchos de los expertos en estos temas nos están diciendo que el objetivo de pobreza cero es posible y que depende de todos nosotros. Si hoy estamos manteniendo las cuotas de pobreza escandalosa en que nos movemos es porque hay una causa evitable: la indiferencia en que viven muchas personas ante el hecho de la pobreza, pensando que eso no le compete y que, simplemente, es una desgracia ajena. Como si la pobreza en el mundo no fuera un problema de toda la humanidad, como si no fuera también un problema de los cristianos satisfechos y ricos del mundo, como si se pudiera volver la mirada para otro lado proclamando nuestra inocencia.
La indiferencia y la poca preocupación moral, el no sentirse interpelados y llamados a misericordia ante un prójimo colectivo tan amplio que se mueve a los bordes de la muerte, en el no ser de la exclusión social, es una de las lacras más grandes que pesan sobre el mundo… También sobre el mundo cristiano. Si los expertos nos dicen que la pobreza cero depende de todos nosotros, que este objetivo es posible, que tecnológica y científicamente es viable, los cristianos ya deberíamos estar manos a la obra en pro de esta utopía de la pobreza cero… aunque nos quedáramos a unos pasos de alcanzar totalmente el objetivo.
La pobreza también es un problema nuestro, de los cristianos como buenos prójimos. Nunca debemos considerar la pobreza como una desgracia ajena que no me compete. Los cristianos nos movemos dentro de unos parámetros y unos valores del Reino que, aunque en horizontes de utopía, debemos trabajar por la justicia como algo característico, identificativo y acreditativo del Reino de Dios entre los hombres. Los cristianos tenemos la obligación moral de unirnos a los que dicen que la pobreza cero es posible y trabajar junto a ellos.
Para conseguir la pobreza cero, los cristianos deberían también moverse en los ámbitos de lucha por conseguir que las relaciones económicas, políticas o culturales que mantienen la pobreza o que perjudican a los pueblos pobres, cambien y sean transformadas. Hay que trabajar para que estas relaciones sean evangelizadas, sean humanizadas, sean transformadas radicalmente siguiendo las líneas de los valores del Reino. Pero aún más: los cristianos deben también preocuparse y trabajar en líneas que impidan que también ciertas relaciones, valores, tradiciones y formas religiosas perjudiquen a los pueblos pobres. La forma en que se vive la religiosidad también debe ser transformada en la línea de poder llegar a vivir y captar el auténtico sentido de la espiritualidad cristiana.
Por tanto, el cristianismo, en esta marcha por conseguir la pobreza cero, debe trabajar y caminar en dos líneas: primero la asistencial que palie los problemas de los pobres en su aquí y su ahora con todas las ayudas posibles y, segundo o simultáneamente, la denuncia y la lucha por erradicar las estructuras de pecado que mantienen la pobreza en el mundo. Hay que conseguir cambios estructurales que hagan imposible tanta injusticia y desigualdad en el planeta tierra. Son necesarios cambios de valores en la línea de los, para muchos, utópicos valores del Reino.
Para conseguir la pobreza cero, los cristianos del mundo están llamados a unirse y caminar juntos. Si no es posible, o es muy difícil, un ecumenismo religioso entre las diferentes confesiones cristianas del mundo, al menos habría que buscar este “ecumenismo” en la misericordia, en la acción solidaria de los creyentes del mundo, en el compromiso social por conseguir la pobreza cero. Además, los cristianos, para conseguir este objetivo, no deben ser reticentes a colaborar junto a otras instituciones civiles, públicas o privadas, aunque éstas sólo se muevan por objetivos humanitarios y lejos de lo que para los creyentes debe ser una teología de la acción social. Ir eliminando pobreza, es ir acercando los valores del reino a un mundo injusto, es ir dignificando a los hombres con los que yo tengo un compromiso de projimidad.
Los cristianos deberían ser los primeros en defender que los bienes que hay en el planeta tierra no son exclusivos de un sector de la población, que pertenecen a todos, que acapararlos y acumularlos en ciertos sectores, manteniendo la pobreza, es robar. Nadie debe estar excluido de los bienes que pertenecen a todos por igual. Así, la pobreza cero es un objetivo digno de ser deseado y perseguido hasta alcanzarlo. Es trabajar junto al Creador en líneas de justicia misericordiosa que supera la justicia positiva de dar a cada uno lo suyo, pues los pobres no tienen nada como suyo propio.
Por último, para conseguir el objetivo de pobreza cero, o para acercarnos a él, hay que hacer lo que creo que estamos haciendo, aunque a los niveles que podemos, desde Misión Urbana. Trabajar por la sensibilización y concienciación social de todos, creyentes y no creyentes, para ir tomando conciencia de las verdaderas dimensiones de la pobreza y en defensa de la vida de tantos pobres que se mueven en la infravida y en los márgenes de la muerte.
Terminamos con una llamada a los cristianos del mundo: trabajemos por el objetivo pobreza cero, por la eliminación de ese escándalo y vergüenza humana que es la pobreza en el mundo. Eso es acercar los valores del Reino en ese “ya” establecido que nos dejó Jesús. La pobreza en el mundo nos compete. No caigamos en el pecado de omisión de la ayuda.
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