Alto el fuego en el alma

De mis constantes contactos con la realidad de la vida recibo, cada día, testimonios que conmueven. Relatos de enfermedad, de pérdidas irreparables, de meses acompañando a un ser querido en la antesala de la muerte. Ansiedad, cansancio, desconsuelo.

[ads_google]div-gpt-ad-1623832500134-0[/ads_google]

Es como si se hubiera desatado una sinrazón colectiva. El clima político, tanto internacional como cercano, también parece nublar el ánimo. Hay una concentración de negatividad que desborda las fuerzas. Este mensaje va por todos ellos.

Es para los valientes soldados agotados que hoy libran una batalla no con armas visibles, sino en el interior. Para quienes se enfrentan a una guerra silenciosa, íntima y persistente.

Me dirijo a vosotros que estáis en esas peligrosas líneas del frente, en las trincheras profundas del conflicto interior, donde el enemigo no siempre se ve, pero no deja de atacar.

Os hablo por la urgencia del momento, por todo lo que se está perdiendo, porque al mirar alrededor da la impresión de que la violencia gana terreno, de que la maldad se expande y de que la corrupción se adhiere como una herida que no cierra.

Lo entiendes, porque a ti también la guerra te ha alcanzado antes. Quizá incluso ahora mismo estás librando tu propia decepción por una amistad rota, un amor defraudado o una confianza resquebrajada. Se notan las cicatrices. Cargas con los golpes. Llevas la herida infectada.

Sé que esta batalla ha teñido de sangre el ánimo y que ya no te quedan fuerzas. Sé que ha drenado la esperanza del corazón, que estás a punto de rendirte, que la alegría del espíritu se ha marchitado y que no ves la luz por ninguna parte.

Sé que tu cabeza da vueltas buscando un punto firme en un suelo que no deja de moverse, mientras pequeños terremotos sacuden tu vida una y otra vez. Nada parece estable.

Y cuando todo se siente como caos, controlar algo da la ilusión de consuelo. Por eso eliges el combate cuerpo a cuerpo. Poco a poco persigues la paz… pero a veces desde el dolor. Estás herido, y terminas hiriéndote.

Luchas dentro de ti contra ti mismo, y esa no es una lucha justa, porque al final siempre hay una víctima… y a menudo eres tú.Esta batalla ha durado demasiado tiempo, amigo mío.

Hoy quisiera ayudar a negociar un alto el fuego. Quisiera detener la hemorragia. Invitarte a cruzar líneas de fuego en esta guerra interior que te azota y está desgastando tu ser.

No te pongas más del lado de quienes te dañan. Aléjate. Sal de esa trinchera. No te quedes luchando una batalla que solo te conduce a la ruina.No te alíes con tus propios enemigos. Esos que buscan destruir tus ilusiones, tu presente, tu mirada limpia y tu capacidad de amar.

No sigas haciendo el trabajo sucio de tus demonios interiores. No les obedezcas. Limpia tu ser. Desinféctate de todo lo que puede gangrenar tu mente y encoger tu alma.

Rechaza las mentiras que te dicen que no vales, que no eres amado, que no hay salida, que ya es demasiado tarde, que nadie te quiere.

Rechaza esas voces incluso cuando suenan como si fueran tuyas. No aceptes ser reclutado en un ejército que te conduce a tu propia derrota.

No va a ser fácil. Lo sé. Lo veo cada día en palabras que me atraviesan, en los silencios de quienes ya no hablan, en las lágrimas de quienes ya no saben llorar.

Estás cansado. Estás desbordado. No ves la salida y no sabes por dónde empezar. Todo es confusión, todo es niebla, y cuesta ver la respuesta que viene del cielo.

Empieza aquí. En estas palabras. En este aliento. En este instante. Y destierra el orgullo que quiere que mueras con las botas puestas. Porque vales la pena. Porque eres profundamente amado.

Y aquí, con un acento de fe, quiero decirlo con sencillez: no estás solo. Dios no abandona el campo de batalla del corazón. Incluso cuando no lo sientes, Él permanece. Hay una luz que no se apaga en medio de la noche.

Resiste, valiente y agotado luchador. Tu derrota no está escrita. Tu historia aún no está completa. Mereces quedarte para verla continuar. La paz está más cerca de lo que crees. El amor sigue a tu alcance. La esperanza aún cabe en tus manos.

Y finalmente, mira al cielo. Respira hondo. Llena los pulmones. Abre los ojos de la fe. Porque un Niño ha nacido, un Niño que se hará grande, y su presencia camina entre nosotros como Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de la Paz. Esto es la NAVIDAD.

Recibe el contenido de Protestante Digital directamente en tu WhatsApp. Haz clic aquí para unirte.