¿Cómo deben responder los seguidores de Jesús en una época de agitación política y fragmentación cultural, en la que las voces más fuertes suelen ahogar a las más sabias?

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Recientemente, reflexioné sobre esta cuestión con un grupo de jóvenes profesionales en Bruselas.

Comenzamos con las palabras del profeta Miqueas: “¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?” (Miqueas 6:8). Estas tres virtudes, justicia, misericordia y humildad, nos sirven de brújula para nuestra conducta en una época de polarización.

Actuar con justicia: Anclados en la verdad

La justicia comienza con la verdad. En una época en la que la desinformación y la manipulación campan a sus anchas, los cristianos deben ser portadores de la verdad, tanto de los hechos como de la moral. No podemos manipular la verdad, aunque nos beneficie en nuestros argumentos.

Actuar con justicia significa perseguir lo que es correcto, no simplemente lo que es ventajoso o popular.

La justicia nos llama a ver la imagen de Dios en cada persona, incluso en aquellas cuyas opiniones nos parecen cuestionables.

La justicia se resiste al instinto tribal de dividir el mundo entre “nosotros” y “ellos”. La justicia se niega a utilizar la fe como arma para obtener beneficios políticos.

Actuar con justicia significa decir la verdad al poder, exponer las mentiras y las medias verdades. Significa decir la verdad con amor, a nuestros vecinos, a nuestras comunidades y a nuestros propios corazones.

Significa buscar el bien común, el bien de todos, no solo el de nuestra propia tribu, especialmente el de los marginados y los que no tienen voz.

La justicia no es vengativa, es restauradora. La justicia anhela que las relaciones y las sociedades se corrijan, no simplemente que se castiguen.

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La justicia busca el shalom. La justicia representa una revolución silenciosa contra las disputas acaloradas de nuestra época: escucha, discierne y sana.

Misericordia arraigada en el amor

La misericordia es un gesto de amor en un mundo quebrantado. Reconoce que todos necesitamos la gracia.

En una cultura polarizada, la misericordia se manifiesta a través de la paciencia, el perdón y la empatía. La misericordia elige comprender antes de condenar.

La parábola del buen samaritano nos enseña que amar la misericordia es tratar al «otro», a nuestros oponentes, no como enemigos a los que hay que destruir, sino como vecinos a los que hay que amar.

La misericordia trasciende las tribus y las ideologías. La misericordia traspasa fronteras, cura heridas y restaura la dignidad.

La misericordia también nos llama a resistir el cinismo que satura la vida política. Cuando todo se convierte en un juego de poder, la misericordia nos recuerda que la compasión es la fuerza más transformadora de la tierra.

Podemos practicar la misericordia en nuestras conversaciones, alrededor de la mesa, en debates políticos o en las redes sociales, negándonos a humillar, caricaturizar o deshumanizar a quienes piensan diferente a nosotros.

Amar la misericordia no nos permite retirarnos de la arena pública, sino entrar en ella con amabilidad. La misericordia nos permite involucrarnos en la cultura no como guerreros culturales, sino como sanadores culturales, personas que dicen la verdad sazonada con gracia.

Caminar con humildad: Arraigados en la esperanza

La humildad es una virtud poco común en la vida pública actual. En una época de indignación y autopromoción, caminar con humildad es contracultural.

La humildad nos recuerda que no somos los salvadores del mundo, lo es Cristo. No tenemos todas las respuestas; seguimos siendo aprendices en la escuela de la gracia.

La humildad nos impide idolatrar a los movimientos políticos o a los líderes. La humildad nos permite confesar cuando nos hemos equivocado.

Nos libera para escuchar antes de hablar, para aprender de los demás y para confiar en que Dios está obrando incluso de maneras que no comprendemos.

Caminar con humildad es, en última instancia, un acto de esperanza. Confiamos en que los propósitos de Dios no se ven frustrados por la locura o el fracaso humanos.

Mientras que la justicia nos fundamenta en la verdad y la misericordia nos arraiga en el amor, la humildad nos sostiene con esperanza, con la tranquila confianza de que la verdad prevalecerá y la luz vencerá a las tinieblas. La esperanza nos recuerda que la historia aún no ha terminado.

La justicia, la misericordia y la humildad se fundamentan, por tanto, en la verdad, el amor y la esperanza.

La verdad sin amor se vuelve cruel y divisoria; el amor sin verdad se vuelve sentimental y débil; la esperanza sin ninguna de las dos se vuelve ingenua.

La verdad se enfrenta a la mentira, pero lo hace con amor. El amor tiende puentes, pero lo hace sin abandonar la verdad. La esperanza sostiene a ambas, recordándonos que la historia aún no ha terminado.

Jesús describió el impacto de sus seguidores que encarnan estas virtudes en el mundo con tres palabras más: “la sal de la tierra”, “la luz del mundo” y “la levadura en la masa”.

La sal conserva y añade sabor, evita la descomposición. La luz revela y guía, disipa el miedo. La levadura actúa de forma invisible y omnipresente, transforma el todo desde dentro.

En tiempos de guerra cultural la alternativa no es ni la retirada ni la dominación. La sal, la luz y la levadura proponen una estrategia diferente: una presencia fiel como minoría fiel.

Piénsalo: la sal, la luz y la levadura constituyen cada una una parte muy pequeña de la comida, la habitación o la hogaza, pero cada una transforma el todo.

Jeff Fountain, director del Centro Schuman de Estudios Europeos. Este artículo se publicó por primera vez en el blog del autor, Weekly Word.

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