Necesitamos la ayuda de Dios para que, siguiéndole como Maestro, hagamos que nuestra conversión tenga una repercusión grande y plena en la esfera social.
Foto: [link]JLevi Meir Clancy[/link], Unsplash CC0.
Cuando uno da la espalda a las vertientes o perspectivas sociales del Evangelio, la forma de considerar el pecado es individualista, es la de verlo como algo personal que hacemos y que sólo queda entre Dios y nosotros. Cortamos todas las perspectivas horizontales y, por tanto, sociales del hecho pecaminoso.
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De ahí que también se tienda a ver la conversión como algo totalmente personal, un cambio interior nuestro que nos abre a la experiencia de un Dios perdonador que puede dar la espalda al grito de dolor del prójimo.
Eliminar las consecuencias sociales de la conversión quizás sea una visión mutilada de la forma de vivir la fe y trastocar la idea en que consideramos el nuevo nacimiento.
La forma de ver el pecado y la conversión debe tener también una perspectiva social, una vertiente que considera al prójimo, tanto individual como colectivo, como conjunto de personas que en la sociedad pueden ser afectados por mi pecado.
Por eso necesitamos dejarnos tocar por lo social en nuestra vivencia de la espiritualidad. Lo que creemos una conversión que sólo tiene perspectivas individuales, puede ser una conversión mutilada.
La conversión tiene sus consecuencias sociales de cara al prójimo y, fundamentalmente, de cara al prójimo apaleado. Deja que lo social te impacte, te interese, te comprometa.
Cuando contemplamos la injusticia en el mundo, las formas en que se empobrecen y saquean a grupos de personas de forma violenta e injusta, cuando vemos las violencias y las guerras, el sometimiento de unas personas a otras, la opresión, la marginación o la exclusión social, casi nunca pensamos en que nuestro propio pecado, en el pecado de omisión de la ayuda.
También la desviación humana de considerar la riqueza como prestigio, el deseo de almacenar mucho más de lo que necesitamos, el racismo y otros muchos pecados en esta línea, pueden tener una proyección social en estas injusticias y violencias.
El cristiano debe alargar su visión al campo de lo social en donde sufre su prójimo. Si no, nos podemos hacer cómplices del mal en el mundo.
Nos hacemos cristianos individualistas e insolidarios. No nos dejamos tocar por las problemáticas sociales de las cuales se preocupó nuestro Maestro al igual que los profetas y otros ejemplos de hombre bíblicos.
Cuando no hemos sido tocados por la dimensión social con todas sus problemáticas y no lo consideramos como algo propio de la consideración de los cristianos, solemos decir que para esas problemáticas habrá culpables, que nosotros no tenemos ninguna responsabilidad en ello. Damos, así, la espalda al pecado social y nos hacemos insolidarios mutilando nuestra conversión.
Es entonces cuando no vamos a tener conciencia de nuestro pecado social, difícilmente podemos llegar a una conversión que también debe afectar a la esfera social, conversión que va mucho más de lo individual en sus efectos comprometiéndonos con las problemáticas humanas, así como nos va a abrir a la apertura a Dios que, a su vez, nos tiene que llevar a la apertura al prójimo sufriente.
Te hacemos este llamado: Déjate interpelar por lo social sin darle la espalda y asumiendo tu compromiso con el prójimo sufriente para no pecar contra él.
Cuando no experimentamos esa conversión que afecta y nos compromete con lo social, difícilmente nos podemos sentir movidos a misericordia ante las problemáticas en las que se encuentran tantos hermanos y congéneres nuestros por todo el mundo.
No dejaremos que las problemáticas sociales ni siquiera toquen nuestra epidermis y nos convertiremos en modelos de egoísmo. Seremos ciegos y sordos al clamor del prójimo, a su grito y a sus gemidos. No podremos hacer justicia ni trabajar por ella.
Será que la fuerte llamada a la projimidad que nos hace Jesús no ha llegado a calar en nuestros corazones y pasamos de largo ante la desgracia del prójimo. Eso ocurre cuando no nos dejamos tocar por lo social y comunitario.
Es verdad que existen ricos, poderosos, gobernantes con muchísimo poder, pero las disfunciones sociales, los condicionamientos y escándalos que afectan a toda la humanidad, también los creamos entre todos.
No creáis que los acumuladores y ricos del mundo son los únicos culpables. Nosotros podemos ser culpables a través del pecado de omisión de la ayuda. “Por mí no lo hicisteis”.
El que se deja tocar por lo social, el que puede ver las problemáticas de un mundo injusto que afecta a sus hermanos no puede pasar de largo ante el prójimo apaleado, hambriento o tirado al lado del camino. No tendrá más remedio que sentirse llamado a misericordia y pararse compartiendo sus bienes, su palabra y su vida con los demás.
Necesitamos la ayuda de Dios para que, siguiéndole como Maestro, hagamos que nuestra conversión tenga una repercusión grande y plena en la esfera social donde reinan tantas injusticias y violencias contra el hombre, contra nuestro prójimo.
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