Tripp cuenta en el prólogo que su libro nació de una profunda convicción: “El mayor peligro del ministerio no es el fracaso, sino el éxito sin vigilancia”.
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En 2012, la editorial Crossway lanzó un libro que impactó profundamente el mundo evangélico: Dangerous Calling (El llamamiento peligroso), del consejero y teólogo Paul David Tripp. Era un diagnóstico implacable de los males que acechan a los pastores contemporáneos: el aislamiento, el orgullo ministerial, la pérdida de asombro ante la gracia y la peligrosa confusión entre la identidad espiritual y el desempeño profesional.
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El libro no tardó en convertirse en lectura obligada en seminarios y conferencias. En la contraportada aparecían los nombres de siete líderes cristianos de enorme influencia en el mundo anglosajón —pastores, autores y conferenciantes— que lo recomendaban efusivamente. Entre ellos, James MacDonald, Joshua Harris y Tullian Tchividjian. En su momento, eran rostros de éxito, modelos de liderazgo, exponentes de una generación que prometía renovar la pastoral con pasión y autenticidad.
Pero el paso del tiempo reveló un detalle casi trágico: tres de esos siete pastores, los mismos que avalaron un libro que advertía sobre los peligros del ministerio, terminaron cayendo en los mismos peligros que Tripp denunciaba. Infidelidades, abusos de poder, manipulación espiritual y, en un caso, renuncia explícita a la fe cristiana. El título del libro, El llamamiento peligroso, se volvió, para ellos, una profecía autorreferencial.
Los “endorsers” —como se conoce en la industria editorial a quienes firman las recomendaciones de contraportada— eran, en su mayoría, figuras de primer nivel. James MacDonald (Harvest Bible Chapel), Joshua Harris (Covenant Life Church), Tullian Tchividjian (Coral Ridge Presbyterian), Daniel L. Akin (SEBTS), Burk Parsons (Saint Andrew’s Chapel), Eric C. Redmond (Moody Bible Institute) y Terry Virgo (Newfrontiers).
De ellos, tres protagonizarían en los años siguientes algunas de las crisis más sonadas del mundo evangélico norteamericano:
Los otros cuatro —Akin, Parsons, Redmond y Virgo— permanecen activos en el ministerio, y representan la otra cara de esta historia: la posibilidad de permanecer fieles en medio de una cultura eclesiástica que a menudo premia el carisma más que el carácter.
Aunque las caídas más mediáticas se dieron en el mundo anglosajón, el fenómeno no es ajeno a América Latina. El auge de “iglesias de crecimiento rápido”, “apóstoles” mediáticos y “ministerios de marca” ha replicado muchos de los errores que Tripp denunció.
El teólogo argentino Esteban Voth observa: “El pastorado se ha transformado en un rol aspiracional y competitivo. La espiritualidad del servicio ha sido reemplazada por la del éxito. Necesitamos volver a una eclesiología de vulnerabilidad, donde la debilidad no sea vergonzosa, sino parte del testimonio”.
En 2019, varias redes evangélicas en Chile, México y Colombia iniciaron proyectos piloto de acompañamiento pastoral entre pares, un modelo basado en la transparencia y el cuidado emocional mutuo. Su lema resume el antídoto a la tesis de Tripp: “Si tu llamado es peligroso, no camines solo”.
El Llamamiento Peligroso no es un tratado académico, sino una exhortación pastoral escrita con la crudeza de quien conoce desde dentro los mecanismos de la autodestrucción espiritual. Tripp, quien durante años fue consejero de pastores y líder en la organización CCEF, cuenta en el prólogo que su libro nació de una profunda convicción: “El mayor peligro del ministerio no es el fracaso, sino el éxito sin vigilancia”.
El autor describe cómo muchos pastores acaban viviendo una doble vida ministerial: por un lado, el predicador seguro de sí mismo, admirado por la congregación; por otro, el hombre interior que ha perdido la comunión con Dios, su familia o su propio corazón. “La familiaridad con lo santo puede convertirse en anestesia espiritual”, escribe Tripp.
Paradójicamente, los escándalos que años después involucrarían a algunos de sus avalistas se convirtieron en una confirmación práctica —y dolorosa— de su tesis.
[photo_footer]La portada del libro de P.D. Tripp.[/photo_footer]
Para comprender por qué el fenómeno se repite, consultamos a tres voces expertas en pastoral y liderazgo eclesial.
“La estructura del éxito evangélico, sobre todo en Estados Unidos, ha imitado los patrones corporativos: marcas personales, seguidores, plataformas, libros. Eso crea incentivos perversos. El pastor ya no es un siervo, sino una figura pública que debe mantener una imagen de perfección. El aislamiento espiritual es casi inevitable”.
Cohick sostiene que la ausencia de rendición de cuentas auténtica —especialmente en iglesias muy grandes o centralizadas— es uno de los factores más tóxicos: “Cuando un líder se vuelve incuestionable, está a un paso de la caída. El evangelio exige comunidad, no celebridad”.
“La ironía de Dangerous Calling es que fue recibido con entusiasmo en una cultura que, en gran medida, encarna lo que el libro denuncia. Lo leímos como advertencia teológica, pero no lo aplicamos como examen institucional. La iglesia contemporánea ha reducido el ministerio a rendimiento y visibilidad”.
“En América Latina, los mismos patrones se están replicando. Muchos ministerios adoptan modelos importados de éxito, autoridad carismática y estructuras cerradas. Cuando falta vulnerabilidad y acompañamiento mutuo, el peligro del llamado se convierte en tragedia”.
Al revisar los casos de MacDonald, Harris y Tchividjian, aparecen elementos comunes que coinciden con los diagnósticos de Tripp:
El caso de Harris es paradigmático. Su libro I Kissed Dating Goodbye lo catapultó a la fama con apenas 21 años. Veinte años después, en su proceso de deconstrucción, confesó: “Mi libro me convirtió en un símbolo de pureza que yo mismo no podía encarnar”. El éxito, más que la duda, fue su principal tentación.
Paul Tripp, por su parte, nunca celebró ni comentó públicamente las caídas de sus colegas. En conferencias posteriores, simplemente reiteró la necesidad de que los pastores “vivan primero como creyentes, no como profesionales de lo sagrado”.
En una entrevista de 2020, dijo: “No escribí Dangerous Calling para señalar con el dedo, sino para sostener un espejo. Todos somos vulnerables. La gracia no elimina el peligro, lo expone y lo redime”.
Tripp continúa escribiendo y enseñando sobre gracia, comunidad y formación del carácter. A menudo repite que “la vida en el ministerio te pondrá a prueba no en tu capacidad para predicar, sino en tu disposición a ser pastoreado”.
En los últimos años, múltiples redes de iglesias y organizaciones teológicas han empezado a replantear sus mecanismos de supervisión pastoral. En vez de modelos jerárquicos punitivos, buscan fomentar una “cultura de rendición mutua”.
El pastor y consejero Scotty Smith (mentor de Tripp en CCEF) define este cambio así: “Rendición de cuentas no es persecución. Es un acto de amor. Los líderes no necesitan más fama ni soledad, sino amigos que los conozcan completamente y los amen igualmente”.
Varios seminarios, entre ellos el Southeastern Baptist Theological Seminary, presidido por Daniel Akin —uno de los endorsers que permanecen firmes—, han introducido módulos de “formación del carácter pastoral” y programas de cuidado emocional preventivo.
Akin declaró en una entrevista reciente: “El verdadero éxito ministerial es terminar bien. Nuestra meta no es producir pastores talentosos, sino siervos santos.”
Las historias de caída no siempre acaban en tragedia. Algunos de los involucrados han emprendido procesos de restauración o reflexión pública. Tchividjian, por ejemplo, fundó años después un ministerio dedicado a hablar de la gracia desde su propia fragilidad, aunque sigue sin estar formalmente reinstalado como pastor.
El sociólogo cristiano Michael Emerson lo resume así: “Las caídas públicas de líderes no invalidan el evangelio; lo confirman en su necesidad. La pregunta no es si los pastores fallarán, sino si la iglesia tendrá estructuras que permitan su confesión antes de su colapso”.
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Que tres de los nombres estampados en la contraportada de El llamamiento peligroso hayan terminado personificando su advertencia no es un mero dato curioso. Es una ironía providencial: el propio fenómeno que el libro denunciaba —la falta de autoconciencia espiritual entre los líderes— se manifestó en sus patrocinadores más visibles.
La contraportada de 2012 se ha vuelto, con el tiempo, en una especie de parábola visual. Cada nombre impreso allí es un recordatorio de que el peligro no está afuera, sino dentro: en el corazón que puede olvidar su dependencia de la gracia.
Trece años después de su publicación, El llamamiento peligroso sigue siendo uno de los libros más leídos entre pastores. Su advertencia ha resistido el paso del tiempo precisamente porque no se basa en la perfección, sino en la necesidad constante de redención.
Quizá el legado más profundo de esta historia sea la recuperación de una verdad antigua: El ministerio no se trata de mantener una reputación, sino de vivir una reconciliación constante con Dios y con uno mismo.
En la era de las plataformas y los micrófonos, la confesión silenciosa puede ser el acto más revolucionario.
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Fuentes consultadas:
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