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Sobre Israel y la iglesia

Han tenido y siguen teniendo lugar muchas discusiones sobre quién es el pueblo de Dios hoy día, Israel o la Iglesia… ¿O los dos? Pero ¿qué dice la Biblia al respecto sobre este tema?

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 22 DE OCTUBRE DE 2025 20:10 h
Foto: [link]Gustavo Sánchez[/link], Unsplash CC0.

Creemos que el conflicto entre Israel y los habitantes de Gaza ha recuperado nuevamente y avivado el debate sobre el papel de Israel y la Iglesia.



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Un debate que, en mucho, para nada es sosegado, tranquilo y respetuoso sino todo lo contrario ¿Cómo podría serlo a la luz de la lucha encarnizada que todavía está de actualidad y que no parece que sea fácil termine pronto?



Luego, han tenido y siguen teniendo lugar muchas discusiones sobre quién es el pueblo de Dios hoy día, Israel o la Iglesia… ¿O los dos? Pero ¿qué dice la Biblia al respecto sobre este tema? ¿Se puede llegar a una conclusión clara sobre el mismo? Aparentemente, sí, pero lo que pudiera estar muy claro para unos, quizás no lo esté tanto para otros.



Parece un tema complejo y, como todo lo que es complejo, no se presta a sacar unas conclusiones claras y definitivas sobre el mismo.



Lo cierto es que, como casi siempre suele ocurrir con los temas bíblicos conflictivos, hay distintas posiciones y en las cuales cada uno podría tener parte de verdad. Por nuestra parte, vamos a considerar lo que parece decir la Escritura al respecto y sacar las conclusiones pertinentes.



 



Israel, pueblo formado por Yawéh para bendición de la humanidad



Qué duda cabe que la Escritura enseña que el pueblo de Israel fue el pueblo de Dios durante siglos. Y al decir que fue el pueblo de Dios, afirmamos que…



a.- Israel fue formado por Dios mismo a partir de Abrahán y Sara, cuando habían perdido la esperanza de tener hijos (Gén.15; 18.14).



b.- Israel fue puesto por Dios en medio de la oscuridad de las naciones, para que fuese luz en medio de ellas (Deut.7.6-11; Is.49.5-7).



c.- Israel sería el medio por el cual Dios cumpliría la promesa del nacimiento de la simiente de la mujer, dada por Dios a Adán y Eva. Tal simiente que nacería de la mujer, aplastaría la cabeza de la “serpiente”-el diablo- y hace referencia a la persona del Hijo de Dios, Jesucristo, quien le vencería con su propia muerte en la cruz (Gén.3.15; Gál.3.16; Heb.2.14-15).



d.- Pero también, a través de la simiente el Hijo de Dios, (“nacido de mujer” -Gál.4.4) se cumplirían los propósitos divinos de bendición, para todas las familias de la tierra. Dicha promesa fue dada a Abrahán y repetida en varias ocasiones tanto a su hijo Isaac como a su nieto Jacob: “Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”; “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Gé.12.1-3; 22.17-18; 26.3-4; 35.10-13)



e.- Como testimonio de lo dicho anteriormente, Dios encargó a Israel ser el depositario de su revelación: “los oráculos de Dios” o: “la Palabra de Dios” (Ro.3.1-2) donde quedaría registrada la historia de la revelación divina desde el principio hasta “la confirmación de las promesas hechas a los padres” (Ro.15.8).



 



Israel, el pueblo del pacto



Dios hizo pacto con Noé y aunque ahí todavía no podemos hablar en términos de “pueblo de Dios” sí podemos hacerlo en términos de, “la línea de la promesa” (Gé.9).



Después, Dios hace pacto con Abrahan (Gé.15). y como señal externa del mismo, ordenó la circuncisión para todos sus descendientes varones (Gé.17).



Luego, cuando llegó el cumplimiento del tiempo establecido por Dios (Gén.15.13-14) Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto y el pacto que Dios hizo con sus “padres” fue ampliado y extendido, con toda una serie de leyes y promesas por las cuales el pueblo de Israel debía regirse como “pueblo de Dios”.



Dicha Ley es conocida como la Toráh o Ley de Moisés. Pero la ley, tomada como un todo, duraría “hasta el tiempo de reformar las cosas” (Heb.9.8-10). En ese tiempo, Dios haría “un nuevo Pacto con la casa de Israel” (Heb.8.9).



 



Israel, el pueblo de la promesa



Además de las leyes dadas a Israel, Dios también confirmó la promesa dada a Abrahán, relativa al Mesías que había de venir, ya que la línea de la promesa debía seguir hasta su final y fiel cumplimiento.



Es por esa razón que en 1ªPedro 1.10-11, se nos muestra cómo los profetas antiguos, “inquirieron y diligentemente indagaron acerca de la persona y el tiempo” en el cual se manifestaría el Mesías.



En términos de revelación divina -tocante a Su programa de salvación- se nos habla de que dicha revelación, fue dada a través de la historia, de distintas maneras por medio de “los profetas”, de forma progresiva, culminando y completándose “en el Hijo” -Jesucristo- (Heb. 1.1-2).



“El Hijo” no era un profeta más, sino “el profeta” -otro título para el Mesías- en virtud de lo que él revelaría; él no era un portador de ‘una palabra’, él era el Verbo, la Palabra encarnada (J.1.14); la revelación del Padre (J.1.18, 21; Hech.3.22-26).



Por tanto, siendo la consumación de todo lo dispuesto por Dios a efectos de revelación y salvación, él tenía la primera y la última palabra en todo. No en vano el Señor Jesús se revela como “el Alfa y la Omega, principio y fin, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap.1.8).



 



Israel depositario de la revelación divina



Era, pues, importante, que el pueblo de Israel fuera guardado por Dios como Su pueblo, con la doble finalidad de dar testimonio a las naciones y como depositario de las promesas relativas al Mesías que había de venir y del cual vino, para bendecir a la humanidad.



De ahí que el mismo Señor Jesucristo, dijera: “porque la salvación viene de los judíos” (J. 4.22) mientras que el apóstol Pablo añadió: “a los judíos les fue confiada la Palabra –‘los oráculos’- de Dios” (Ro.3.1-2).



 



Israel, preservado por el poder de Dios



Por tanto, los planes de Dios para la humanidad, no habrían de frustarse por ninguna causa; ni siquiera por los enemmgos de Israel de los cuales siempre estuvieron dispuestos a destruirle. Tampoco Dios iba a consentirlo. Esa es la razón por la cual, dice el texto bíblico que,



“Cuando ellos eran pocos en número, pocos y forasteros y andaban de nación en nación, y de un reino a otro pueblo, no permitió que nadie los oprimiese; antes por amor a ellos castigó a los reyes. No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas” (1ªCr.16.19-22).



Dios protegió al pueblo de Israel desde su formación “como a la niña de su ojo” (Dt.32.10); y aunque pasó por muchas dificultades y sufrimientos, tanto bajo la esclavitud de Egipto como posteriormente a lo largo de la historia del A. Testamento, ya estaba en el corazón de Dios que “el que os toca, toca a la niña de su ojo” (Zac.2.8) 1.



Al final, “cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gá.4.4) es decir, dentro del contexto religioso y cultural del pueblo de Israel. Tuvo que ser así, “para mostrar la fidelidad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres…” (Rom.15.7).



 



Israel incumple el pacto divino, da muerte a los profetas y rechaza al Mesías



Luego, el testimonio de que Israel fracasó como pueblo de Dios es abundante, tanto en el A. Testamento como en el Nuevo. Yawéh tuvo que soportar a “un pueblo rebelde y contradictor” (Is.65.2; Rom.10.21).



Israel continuamente se olvidaba de sus leyes, desoyendo a los profetas que les eran enviados, a quienes mataban sin contemplaciones. (Mat.23.34-39). Por tanto, Dios dijo por medio del profeta Jeremías: “no permanecieron en mi pacto y yo me desentendí de ellos, dice el Señor” (Jer.31.32).



Esta es una doble declaración que señala tanto el fracaso del pueblo de Israel como la decisión de Yawéh de “desentenderse” de él. (Heb.8.9).



La primera declaración hace referencia al abandono del pacto, por parte de Israel. Basta leer, aunque sea de forma somera a los profetas para darse cuenta de que el pueblo que había sido formado por Yawéh y liberado de la esclavitud de Egipto para ser luz a las naciones, se había corrompido a todos los niveles: el político, el judicial, el religioso y el social (Miq.3.9-11).



Además, adoptaron y practicaron cultos paganos en los cuales incluían todo tipo de inmoralidades; ¡y en ocasiones hasta sacrificios de sus propios hijos! (2ªCró.33.1-11; Is.58).



Tal corrupción sumía al pueblo en unos niveles de oscuridad espiritual, moral y ética tan grandes, que no distinguía el bien del mal, llegando a poner “lo malo por bueno y lo bueno por malo” (Is.5.20) tal y como acontece, en mucho, en nuestra sociedad, hoy día.



Ese comportamiento por parte de Israel, hizo exclamar al profeta Isaías: “el nombre de Yawéh es blasfemado entre las gentes por causa de vosotros.” (Is. 52.5; Ro.2.23-24).



Es como si nosotros, como cristianos, que decimos ser seguidores del Señor Jesucristo, anduviéramos en todo tipo de injusticias, mentiras, robos, homicidios e inmoralidades y encima, presumiéramos de “cristianos”. La gente, llegaría a burlarse de “ese Dios” en el cual nosotros decimos creer.



La segunda declaración, hace alusión a ese “desentenderse” de su pueblo, por parte del Señor. Dicha declaración, se debe entender en el Nuevo Testamento, a la luz de las afirmaciones tanto del Señor Jesucristo como del apóstol Pablo.



Dios esperaba que el pueblo de Israel recibiera a su Hijo. Sin embargo, al igual que aquellos “labradores malvados” de la parábola, no sólo no lo recibieron “con respeto” sino que “Dijeron: este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra. Y le echaron fuera de la viña y le mataron. ¿Qué, pues, les hará el señor de la viña? Vendrá y destruirá a estos labradores y dará su viña a otros” (Luc.20.13-16).



Por tanto, ese “desentenderse” Yawéh de su pueblo, no fue arbitrario ni caprichoso; fue después de siglos de soportar, en su paciencia, las continuas rebeldías del mismo, culminadas con el rechazo y la muerte de “el Señor de la gloria” (1ªCo.2.8) “el Hijo” (Hb.1.2).



 



El fracaso de Israel como pueblo de Dios, fue también nuestro propio fracaso



Al llegar a este punto de la historia, se pone de manifiesto, por una parte, el fracaso del pueblo de Israel al no cumplir con el pacto de Yawéh.



Al respecto, hemos de enfatizar que dicho fracaso, no es sólo el fracaso de Israel ante las demandas divinas; es también nuestro propio fracaso, dado que, en un sentido, todos los demás pueblos y familias de la tierra estábamos representados en Israel. Dicho de otra manera: ningún pueblo a lo largo de la historia lo hubiera hecho mejor que Israel.



Esto es puesto de manifiesto por el mismo apóstol Pablo, quien en la epístola a los Romanos, declara que todos participamos de la condición humana caída.



Cada uno de nosotros participamos de la condición de pecado (Rom. 5.11) por lo cual, “no hay justo ni aun uno” (Rom.3.9-10). Por tanto nuestra respuesta ante la ley de Dios, es siempre y en todo caso, desarcetada.



El apóstol Pablo lo define de esta manera: “por cuanto todos pecaron” (Ro.3.22-23) “Todos pecaron”, quiere decir: “fallaron en dar en el blanco”.



Es decir, no acertamos a llegar al nivel divino propuesto por Dios a través de su ley (el Decálogo) y las consecuencias lógicas que se derivan de ello, dice el texto: “están destituidos de la gloria de Dios” (Ro.3.23). Estamos fuera de la presencia de Dios.



Esta realidad deja al desnudo a todos cuantos a lo largo de la historia, han perseguido y masacrado al pueblo de Israel, con la acusación de que “ellos mataron al Mesías”.



Excusa que ha servido a la cristiandad profesante, para cometer toda clase de desmanes contra el pueblo judío (¡Israel!) arrogándose un derecho que nadie les otorgó.



Es lo que se conoce como “antisemitismo”. Por tanto, ese pecado que dicha cristiandad profesante cometieron contra el pueblo de Israel, ha sido gravísimo y Yawéh lo ha tenido y lo tendrá en cuenta.



Y una de las diversas pruebas es que Israel existe todavía, después de 20 siglos de existencia desde la masacre en el año 70 d. C., y de continuados intentos de exterminarlos por parte de los gentiles antisemitas-judíos.



Pero por otra parte, la historia nos muestra y nos demuestra la fidelidad de Dios, quien a pesar del fracaso del pueblo de Israel –como ya vimos- le preservó y le guardó, velando por el cumplimiento de la promesa del nacimiento del Mesías, el cual a su debido tiempo había de manifestarse a Israel y al mundo (Gál. 4.4; Luc.2.1-38).



Luego, con el nacimiento del Hijo de Dios, su muerte y su resurrección, daría comienzo una nueva etapa en la historia de la humanidad.



(Seguiremos D., m.)



1. Fue así siempre, excepto cuando fue Dios mismo el que, en base a sus juicios a causa de la rebelión del pueblo de Israel permitió (o mandó) que el pueblo de Israel fuera castigado. Pensemos aquí en Asiria y la deportación de las 10 tribus del norte, y en Nabucodonosor y las varias deportaciones que hizo de la tribu de Judá a Babilonia.



 



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