A las mujeres que vemos en la consulta con depresión post-aborto inducido no las podemos eliminar, tachar como un borrador. Ahí están y ahí seguirán.
Entró en la consulta con toda determinación y al poco rato de estar hablando me espetó:
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–He abortado.
Parecía una muestra de libertad y autodeterminación que plantaba allí delante.
–¿Y entonces?
–Me venía mal.
Y punto. No había muchos matices, así que le pregunté cortésmente:
–¿Y cómo te sentiste?
Hay algunos silencios en la consulta que hablan más que mil palabras. La firmeza del rostro se fue aflojando, se le arrugó la piel del mentón, los ojos empezaron a temblar y rompió a llorar. Y lloraba y lloraba y lloraba y no tenía forma de parar.
Mientras la consolaba, pensaba en la cantidad de gente progre que tanto ha venido predicando sobre los “derechos sexuales y reproductivos” que se limitan a proclamar el aborto como libertad, como un motivo de orgullo. Y ese orgullo y esa libertad estaban destrozados allí delante en el llanto de mi paciente a quien nadie de aquella gente venía ahora a consolar.
Ahora acaban de decirnos que la depresión post-parto se resuelve muy fácilmente, sencillamente diciendo que es una mentira, que no existe, prohibiendo mentarla por decreto en nombre de la libertad. Pero a las mujeres que vemos en la consulta con depresión post-aborto inducido no las podemos eliminar, tachar como un borrador. Ahí están y ahí seguirán.
La realidad no se puede suprimir, no se puede prohibir la verdad con la excusa de que coarta la libertad de las personas. Lo que coarta de verdad la libertad es prohibir la evidencia, y meter la tijera de la censura no tiene nada de progresista.
Pero en estos días se ha dado un paso más: se ha apelado a la ciencia. Hacía tiempo que estos próceres no lo hacían, porque la ciencia empieza a serles incómoda, pero ahora acaban de sentenciar que la ciencia no muestra prueba alguna de que exista tal cosa como el síndrome depresivo post-aborto inducido. Esto tiene una única y definitiva respuesta: es una mentira que manda callar a la evidencia científica en nombre de la ideología, como en los mejores tiempos de Galileo.
No son pocos los estudios que demuestran esta dura realidad; y, para no dejar dudas, el riesgo de depresión es superior en abortos inducidos en comparación con los espontáneos. Un reciente metaanálisis (revisión amplia de artículos científicos) concluye que “se deberían investigar y advertir los riesgos, daños y consecuencias en la salud mental, como la depresión, tras el aborto inducido”. Y no es ningún grupo de fachas quien lo dice, sino un grupo de científicos.
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Pero más allá de esto, la evidencia que tantos médicos podemos comprobar en la consulta es que la depresión post-aborto inducido es una realidad. ¿Por qué no lo dicen en alto mis compañeros? Con algunos he hablado, y la respuesta es clara: callan por miedo a ir contracorriente, no vaya a ser el demonio, a ver qué dirán. Tienen miedo. Pues yo no.
X. Manuel Suárez es médico y secretario general de la Alianza Evangélica Española.
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