Satanás le dijo: “No estás preparada para hablar. Te verás como una taruga”, a lo que respondió: “Seré una taruga para Cristo”
¿Sabes quien fue Catherine Booth? ¿Te suena su nombre? ¿Te han hablado de ella en la iglesia? ¿Has leído alguno de sus sermones? Si tus respuestas son vagas o directamente es un no rotundo te animaría a seguir leyendo.
Si algo podemos decir de esta inglesa es que sin lugar a dudas fue una mujer que perturbó su tiempo y tal vez el nuestro si nos atrevemos a conocerla.
En su predicación –recogidas en varios libros– no encontraremos una enseñanza tierna o suave, sino más bien radical, contundente, firme y desesperada por mover el corazón de la iglesia a la evangelización y a la salvación de las almas perdidas.
Fue una mujer que aceptó el reto de alzar la voz en el púlpito pese a la oposición de aquellos que veían en este gesto un acto de traición, rebeldía, falta de sumisión e insensatez, sin embargo para ella este acto fue siempre un acto de amor y obediencia a su Señor; Catherine entendió y defendió firmemente que: “En cuanto a los privilegios, responsabilidades y obligaciones del reino de Cristo, no importa la nacionalidad ni el sexo”.
Esta mujer luchó arduamente contra el miedo y la timidez con el fin de que su sexo no le valiera de excusa para el silencio que le acomodaba. Sin lugar a dudas, ella entendió que Dios ponía un llamado irresistible en su corazón: predicar el evangelio y exhortar a la iglesia a ello.
Catherine Booth fue una persona valiente y comprometida: sus obras acompañaron siempre a su predicación. Fundó junto a su marido William Booth el Ejército de Salvación y crió a 8 hijos e hijas los cuales siguieron su estela. Fue una mujer que desgastó su vida por los más desfavorecidos, teniendo una especial carga por las personas con problemas de alcoholismo, por las mujeres en contextos de violencia y explotación sexual y por la situación de vulnerabilidad de los niños y las niñas de las clases trabajadoras.
Los Booth abrieron centros de escolarización, orfanatos, fábricas que ofrecían mejores condiciones a sus trabajadores, casas para mujeres víctimas del sistema prostitucional o la violencia de género e hicieron llegar las súplicas de estos colectivos a los altos cargos del gobierno.
Catherine luchó al lado de Josephine Butler en sus campañas por la abolición de la prostitución y por supuesto predicó el evangelio en el pulpito y fuera de él. Sin duda, a esta gran mujer le tocó vivir una época de cambios extremos que fueron el caldo de cultivo de grandes desigualdades sociales y ante esta realidad decidió trabajar sin tregua para la instauración de la justicia divina en un tiempo de profunda injusticia humana.
Catherine recibió una rigurosa educación cristiana por parte de su devota madre, Sarah Milward y desde una pronta edad mostró una fuerte inteligencia: a los cinco años recitaba la biblia en voz alta para su madre, a los doce la había leído por completo un total de ocho veces y a los veinte podía debatir contundentemente con eruditos de su época pese a que, por cuestión de su sexo, su formación se diera exclusivamente en el hogar.
Esta limitación en la formación de las mujeres se debía a la creencia acerca de la inferioridad intelectual del género femenino; médicos y biólogos de la época defendían que las mujeres no podían desarrollar la misma inteligencia que los hombres por cuestiones biológicas y evolutivas, llegando a afirmar incluso que exponerlas a un estudio severo podría enfermarlas.
Catherine no compartía esta opinión y en las epístolas que enviaba a su prometido Wiliam Booth argumentaba que era la falta de educación y no la capacidad mental la causa de que las mujeres continuaran en una situación de inferioridad. Este razonamiento ya se venía defendiendo por mujeres cristianas desde el siglo XVIII, como por ejemplo la filósofa Mary Astell (1666-1731) gran defensora de la alfabetización femenina, quien afirmó que: “Si Dios dotó a las mujeres, como a los hombres, de un alma inteligente, ¿Cómo se les puede prohibir perfeccionarla?”.
Este claro posicionamiento con respeto a la capacidad de las mujeres hizo que Catherine pronto se afiliara a la iglesia metodista la cual empezaba a abrir una significativa brecha en cuanto al rol de la mujer dentro de la comunidad pero a pesar de esta nueva obertura la oposición era grande. Sin embargo esta fuerte crítica social no pudo evitar que un día, tras un fuerte sentir del Espíritu Santo, Catherine se levantara para predicar el evangelio en el pulpito.
En la recopilación de sus sermones titulado Cristianismo Agresivo Catherine explica que el resorte que la motivó a obedecer definitivamente fue identificar la voz de Satanás diciéndole: “... no estás preparada para hablar. Te verás como una taruga, no tienes nada que decir”, a lo que ella misma respondió: “Nunca antes me he atrevido a ser una taruga para Cristo. Ahora es el momento” ese día rodaron más lágrimas que nunca en la capilla para la gloria de Jesús y la salvación de muchas personas.
Pero… ¿Por qué recordarla hoy y dedicarle este espacio? Pues este artículo surge del firme propósito de no dejar a las mujeres huérfanas de referentes históricos y se sostiene sobre el deseo de que la iglesia no olvide a aquellas que antes que lucharon por alzar la voz por los necesitados sin que su sexo las limitara y que dejaron profundas reflexiones que siguen hoy haciéndonos repensar nuestras vidas.
“No se puede mejorar el futuro sin perturbar el presente”
Cristianismo Agresivo, Catherine Booth
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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